DOS CABALLEROS NOVELISTAS DEL SIGLO XV

JOANOT MARTORELL - THOMAS MALORY

 

    Uno de los más llamativos poderes del arte en general, y de la literatura en particular, estriba en su capacidad para actuar sobre la realidad configurando modelos de prestigio que, elaborados a partir de una manipulación creativa de la realidad cotidiana, pasan a considerarse parte integrante y primordial de esa misma realidad. Históricamente, hallamos esa posibilidad en los ámbitos literarios más dispares, desde la percepción subjetiva del paisaje romántico hasta la vigencia de personajes-tipo como Don Juan o Fausto, pasando por el modelo del soldado-poeta renacentista, la vocación moral de la novela realista o la interpretación cortés del sentimiento amoroso. La relación mística con la divinidad en el siglo XVI, la desfiguración del judío en la prosa decimonónica, el imperio de las reglas en el teatro del XVIII, el prestigio de una metáfora inesperada en la lírica vanguardista… revelan que cualquier aspecto de la realidad admite ser reformulado de una forma literaria hasta ser considerado una forma nueva y prestigiosa de esa misma realidad, no solo como si siempre hubiera existido en ella sino como si esa recreación revelase aspectos más auténticos a los que de otra manera no accederíamos.

    En el ámbito cultural de la Edad Media europea una de las figuraciones artísticas y literarias de más éxito y prestigio fue la imagen del caballero andante. Enraizada en antiguos relatos que remitían a un mundo legendario, la idea fantasmagórica de una nobleza entregada a hacer el bien en un mundo regido por un selecto código moral se impuso como una faceta tan luminosa como ficticia de la realidad: nunca existió nada semejante pero la sociedad llegó a creer, o a comportarse como si creyera, en su existencia. Los caballeros de Arturo no dejan de ser una ficción similar a Don Quijote o las amazonas, pero buena parte de la sociedad de la Baja Edad Media actuaba como si no lo fueran. En pleno siglo XV dos miembros de la pequeña nobleza europea a los que debemos la fama perenne de dos de los modelos de mayor prestigio en la literatura de caballerías, el rey Arturo y Tirante el Blanco, legaron a su posteridad unas vidas paralelas que dejan bien a las claras la inmensa distancia que media entre la realidad y sus figuraciones artísticas más elaboradas.

    Joan Martorell, conocido ya en la documentación de la época como Joanot, nació en torno a 1410 en la ciudad de Valencia, capital del reino del mismo nombre, en la Corona de Aragón. Perteneciente a una familia de la pequeña nobleza valenciana, sus antepasados habían servido en la corte de los reyes aragoneses y transmitieron a sus descendientes, junto con la dignidad de caballero, un pequeño señorío en la Vall de Xalò, posición poco encumbrada, es cierto, pero relevante en la sociedad estamental de la época. Nada se sabe en concreto del periodo formativo del futuro escritor, que no debió de ser muy complejo, pero se tiene noticia de que ya hacia 1433, es decir, con poco más de 20 años, Joanot Martorell había sido nombrado caballero y actuaba como tal por vez primera. Por esas fechas, el rey de Aragón, el castellano Alfonso V, acababa de dar comienzo a una larguísima campaña en Italia para hacerse con la corona de Nápoles. En esa expedición militar, y más concretamente en la desastrosa batalla naval de Ponza de 1435, en la que el propio rey y buena parte de la nobleza aragonesa fueron hechos prisioneros, veló sus armas el joven Martorell.

    Similares van a ser los orígenes familiares y estamentales del otro caballero, en este caso inglés, al que nos referimos en estas páginas. De acuerdo con la identificación más extendida entre los estudiosos de Le morte d’Arthur, la autoría de esta magna recopilación debe atribuirse a sir Thomas Malory, apellido escrito en el incunable de Caxton como Malleorre, un caballero inglés nacido en torno a 1415 en la propiedad familiar de Newbold Revell en el Warwickshire, en pleno centro de Inglaterra. Su padre, sir John Malory, miembro de la pequeña nobleza de la zona, había sido miembro del Parlamento de Londres, como lo sería años después su hijo. Al igual que sucede con Martorell no queda constancia del historial formativo de Malory, que acaso también fuera mínimo pues se tienen noticias de que ya en 1436, es decir, con apenas 20 años, habría viajado como soldado al continente en el contexto de la Guerra de los Cien Años, a las órdenes del magnate más importante de su región, el célebre conde de Warwick, Richard de Beauchamp. Junto a él combatió por vez primera, en Francia, durante el sitio al que el duque de Borgoña sometió a la ciudad entonces inglesa de Calais. Se desconoce la fecha concreta en la que Malory fue ordenado caballero pero ya figura como tal en 1441, a los 25 años.

    La condición de caballero de estos escritores parece haber ido vinculada en ambos casos no tanto a un comportamiento especialmente “caballeresco”, desde el punto de vista literario, cuanto a un carácter anárquico, violento, pendenciero y exhibicionista, por otra parte bastante más cercano a la realidad que el de los caballeros andantes que luego aparecerán en sus libros. De hecho, a partir del momento en el que Martorell regresa de Nápoles, su vida se convierte en una sucesión de sonados enfrentamientos, más bien rituales, con otros miembros de su misma clase social. El primero de ellos, tal vez el más llamativo, comienza en 1437 con la requisitoria que Martorell hace a su propio primo Joan de Monpalau por una cuestión de honor familiar. Al parecer, este había dado promesa de casamiento a la hermana del escritor, Damiata, promesa que, tras la consumación, se negaba a cumplir. Martorell retó a duelo a Monpalau, buscó justicia en las más altas instancias y consiguió que el joven rey de Inglaterra Enrique VI, de solo quince años, aceptara hacer de juez en su disputa. El pleito se prolongó sin pena ni gloria durante varios años hasta que Monpalau aceptó pagar 4.000 florines a la joven. Pero para entonces, ya hay constancia de otros litigios de Joanot Martorell con el también caballero Felip Boïl y con el noble Gonzalo de Híjar, comendador de Montalbán. En ninguno de estos casos se llegó a combatir y mucho menos al derramamiento de sangre. Pero todos ellos, sobre todo el de Monpalau, provocaron que Joanot hubiera de enfrentarse a fuertes gastos que le obligaron a empeñar el señorío de su familia dando inicio a una serie de problemas financieros que le acompañarán hasta el final de sus días.

    Por contra, ese mismo pleito de honor contra Monpalau fue la ocasión de que Martorell se viera obligado a residir entre 1438 y 1439 en la corte de Londres, donde pudo conocer las hazañas del antes mencionado conde de Warwick, responsable de dirigir la guerra contra Francia. Precisamente uno de los antepasados del conde, el legendario Guy of Warwick, va a ser el protagonista de la primera de las narraciones caballerescas escritas por el caballero valenciano, luego incluida en la primera parte del Tirant.

    De la vida de Thomas Malory, recién llegado a Inglaterra por esas mismas fechas de su campaña en Francia, también se conocen bastantes elementos biográficos que lo muestran como un caballero violento, de vida agitada y pendenciera y serios y continuos problemas con la justicia. En un primer momento, su relación con el nuevo duque de Warwick, el joven Henry de Beauchamp, le permitió ser elegido en 1443 miembro del Parlamento de Londres y aún lo fue de nuevo en 1449. Sin embargo, desde ese mismo año 1443 se tiene constancia también de múltiples imputaciones de los más diversos delitos contra Malory, como el secuestro de un tal Thomas Smythe en 1443, una violación en 1450 y diversos robos y extorsiones en 1451, incluyendo una más grave acusación de emboscada colectiva contra el Duque de Buckingham en 1450. Sin embargo, no hay constancia de que Malory fuera no ya condenado sino ni siquiera juzgado por alguno de estos delitos.

    Hay que tener en cuenta que por estas fechas se estaba gestando en Inglaterra la Guerra de las Dos Rosas, un terrible conflicto civil que enfrentó a las diversas facciones en que se dividía la alta nobleza. En ese contexto, el nuevo duque de Warwick desde 1449, Richard Neville, era el principal apoyo del pretendiente Eduardo de York, mientras que Buckingham se mantuvo como uno de los nobles fieles a Enrique VI. Bien por sus correrías de delincuente, bien por su participación en la guerra civil una vez que los enfrentamientos se generalizaron, lo cierto es que a lo largo de la década central del siglo, Malory fue a parar una y otra vez a prisión, de la que solo pudo librarse en 1561 con el acceso al trono de Eduardo IV, apoyado por Warwick.

    Para entonces también Joanot Martorell había dado ya varias veces con sus huesos en la cárcel. Con todo su patrimonio familiar empeñado desde los 30 años, van a ser sus desaforados intentos por mantener la forma de vida a la que estaba acostumbrado la razón por la que Martorell no solo estuvo toda su vida en pleitos dinerarios sino que fue perseguido por la justicia. La documentación nos muestra al escritor, por ejemplo, atacando y robando al legítimo arrendador de sus tierras de la Vall de Xalò en 1440, encarcelado por hallársele en compañía de delincuentes en la ciudad de Valencia en 1442, y nuevamente en la cárcel, acusado de bandolerismo en la frontera de Castilla por atacar al frente de un grupo de moriscos valencianos a unos mercaderes castellanos en 1449. Bien es cierto que, al menos en este caso, la actividad de Martorell en la frontera parece justificada por la guerra que enfrentaba por esas fechas a los reyes de Aragón y de Castilla. Finalmente, agotado su patrimonio y carente de recursos, Martorell se vio obligado a trasladarse en 1450 a Nápoles para ponerse al servicio del monarca, Alfonso V, que había establecido allí su corte después de conquistar aquel reino. En efecto, queda constancia de la presencia de Martorell en esa corte como “camarero real” hacia 1452.

    Sin embargo, la muerte del rey Alfonso en 1458 provocó el casi general abandono de los españoles de la corte napolitana. En el caso de Martorell, en los años siguientes vamos a encontrarlo al servicio de Carlos de Aragón, Príncipe de Viana, que había acudido a Nápoles buscando la mediación de Alfonso en el conflicto que le enfrentaba a su padre, el nuevo rey Juan II. En su séquito, permaneció el escritor durante un par de años en la isla de Sicilia, de donde el príncipe, en 1460, se trasladó a la ciudad de Barcelona. Allí le siguió también Joanot Martorell, que, hasta la muerte de Carlos en 1461, figura como “trinchador” y “escribano de ración”, cargos palaciegos que le permitían subsistir en el entorno de la corte del príncipe como un viejo caballero de cierto prestigio y conocedor del protocolo cortesano. De hecho, se tiene constancia de la participación de Martorell a lo largo de 1461 en diversas negociaciones relacionadas con los graves enfrentamientos que dieron inicio a la guerra civil catalana. Sin embargo, la muerte del príncipe en septiembre de ese mismo año parece haber terminado con la carrera cortesana del escritor.

    Habría sido entonces, a sus cincuenta años, cuando Joanot Martorell se había puesto a componer el manuscrito de la novela de caballerías que le dará la inmortalidad, Tirant lo Blanc. Un fragmento del inicio, la historia de Guillén de Varoic, ya lo tenía escrito desde los años 30 pero desconocemos en qué medida otros pasajes pudo haberlos redactado también antes de la composición definitiva de la obra; en cualquier caso, el voluminoso manuscrito del Tirant estaba terminado en 1464. Para entonces, en plena guerra civil, Joanot Martorell vive ya alejado de la contienda, de nuevo en su Valencia natal y completamente arruinado. De hecho, en ese 1464 consta el empeño del propio manuscrito del Tirant, que el autor utiliza para conseguir de Martí Joan de Galba, un comerciante valenciano vecino de los Martorell, al que Joanot recurrió en múltiples ocasiones, la pequeña cantidad de 100 reales, que nunca va a poder devolver: el escritor murió en 1465 antes de que venciera el año establecido en el préstamo.

    Por esas mismas fechas, la vida de Malory en Inglaterra tomó un camino paralelo hacia la ruina final, en un contexto vinculado igualmente a la terrible guerra civil de su país. Coronado Eduardo IV, el duque de Warwick, patrón de Malory, tomó la arriesgada decisión en 1467 de cambiar de bando al sentirse postergado en la corte del nuevo rey. Al año siguiente, Malory era detenido por las tropas leales a Eduardo y encarcelado de nuevo, sin que pudiera abandonar la prisión hasta el regreso temporal de Enrique VI al trono, apoyado por Warwick, a finales de 147o. Tal y como se recoge en el propio texto de Le Morte d’Arthur, Malory aprovechó esos años de reclusión en la prisión londinense de Newgate para traducir y compilar en la biblioteca del cercano convento de los franciscanos las leyendas medievales de la Tabla Redonda, dando forma a la inmensa recopilación de ocho libros que componen su obra póstuma.

    Como Joanot Martorell, Thomas Malory murió muy poco después de concluir su única obra, recién salido de prisión, a principios del año 1471, y fue enterrado en ese mismo monasterio franciscano en cuya biblioteca había estado leyendo, traduciendo y escribiendo los últimos años de su vida. Se desconoce qué pasó con el manuscrito de su libro, del que no se tiene noticia durante los siguientes quince años, hasta que en 1485 fue publicado por el impresor William Caxton, especializado en literatura popular y que sacó de sus prensas algún otro libro de caballerías como Fierabras. A pesar de sus dimensiones, la obra tuvo un cierto éxito editorial, lo que propició nuevas ediciones en 1498 y 1529.

    Mientras, en Valencia, también Tirant lo Blanc permaneció inédito durante muchos años. Solo en 1490, un cuarto de siglo después de la muerte de su autor, el propio prestamista que se había quedado con el manuscrito se decidió a darlo a la imprenta. En este caso, el éxito de la novela fue inmediato con una segunda edición también en catalán en Barcelona en 1497, una primera traducción, al castellano, en Valladolid en 1511 y otra al italiano en 1538 en Venecia. No es de extrañar, por lo tanto, que la obra de Martorell se tuviera ya por una auténtica joya en la biblioteca de don Quijote en 1605. [E. G.]