SAN NICOLÁS: UNA TRADICIÓN NAVIDEÑA EUROPEA

    Existe un barómetro de enorme fiabilidad para medir la presión que ejerce una cultura sobre otra: el retroceso o expansión de las tradiciones populares. En el continente europeo se han vivido procesos de aculturación generalizados bien conocidos por los historiadores y los antropólogos, el más trascendental de los cuales supuso, a partir del siglo II a. C., la desaparición de las culturas prerromanas de Hispania y de la Galia, sustituidas por la que importaban los colonizadores itálicos. En un par de siglos, la religión, el idioma, la onomástica, la gastronomía e incluso la forma de comportarse de los descendientes de los muy diferentes pueblos autóctonos de esas regiones se asimiló de tal modo que cualquier provincial enriquecido, como Séneca o Trajano, podía llegar a tratar con emperadores e incluso a serlo sin que los romanos de pura cepa se escandalizaran demasiado de sus orígenes.

    Un proceso menos radical pero aún más masivo se vivió también en todo el Imperio a partir del siglo III cuando la cultura grecorromana se vio obligada a adaptarse a la nueva forma de ver la vida de una religión oficial, el cristianismo, que había sido en sus orígenes una secta oriental. Sin embargo, en este caso se trató de un proceso de adaptación mutua y el propio cristianismo renegó de sus orígenes judíos para asimilar  la mentalidad racional heredada de los griegos y el imperialismo romano. En cualquier caso, el cristianismo no renunció nunca al monoteísmo, lo cual condenaba a la desaparición a cualquier manifestación politeísta previa. Así, toda la espiritualidad antigua, tanto la de los propios romanos como la de los pueblos asimilados, hubo de adaptarse a la nueva realidad de un Imperio Cristiano.

    El método elemental de este proceso fue la incorporación de las más profundas tradiciones paganas a determinados ritos cristianos, potenciando así las festividades “ortodoxas”. El caso más llamativo y de más éxito cultural fue la asimilación de todos los festivales vinculados al solsticio de invierno, tanto los ritos germánicos del año nuevo como las Saturnalia romanas, a la festividad del nacimiento de Cristo, es decir, a la Navidad. Y en relación con estas fiestas paganas cristianizadas encontramos, al menos desde finales de la Edad Media, la figura de San Nicolás como repartidor de regalos entre los niños, el personaje más profundamente europeo de estas fechas y, de acuerdo con el barómetro al que nos hemos referido al principio, el más amenazado en la actualidad por la nueva cultura dominante. Cabría asegurar, por lo tanto, que la pervivencia o no de San Nicolás como elemento propio de la Navidad europea será el mejor indicador de la supervivencia o no de la propia Europa como entidad cultural autónoma.

    Curiosamente, en origen, San Nicolás, obispo de Myra (Anatolia) a principios del siglo III d. C., no es siquiera un personaje propiamente europeo y, para la iglesia ortodoxa, en la que es venerado como uno de los santos de mayor prestigio, su figura no está vinculada ni a la Navidad ni a los regalos ni a los niños. San Nicolás de Myra es un santo relacionado con el mar y, por extensión, con el comercio; en todo el Mediterráneo oriental ha sido considerado tradicionalmente como el patrono de los marineros y en Grecia sigue siendo hoy en día el de de su Armada.

    A partir de estos orígenes orientales, no resulta sencillo seguir la historia europea del San Nicolás navideño. En primer lugar hay que referirse a la vinculación directa de la devoción de San Nicolás con Europa, que se generalizó a partir de la traslación de sus reliquias de la catedral de Myra a la de Bari, en la península itálica, en el año 1087 como consecuencia de la ocupación de toda Anatolia por los turcos. Este hecho, y la gran importancia económica del comercio marítimo mediterráneo para Europa en la época de las cruzadas hicieron de este patrono de los marineros un santo de inmensa popularidad en todas las costas del continente, no solo en el sur sino también en la fachada atlántica.

    Mucho más compleja es su relación con las fiestas de Navidad y con los regalos infantiles. De hecho, la gran recopilación latina de hagiografías escrita por Jacobo da Varágine, obispo de Génova, a mediados del siglo XIII, recoge sobre todo leyendas relacionadas con la intervención del santo en naufragios y tormentas marinas; esta Legenda aurea medieval del santo anatolio no permitía adivinar la peculiar evolución que su figura estaba sufriendo en esa misma época en otras zonas del continente.

    Para avanzar en este proceso, conviene recordar en primer lugar que la festividad litúrgica de San Nicolás tiene lugar el día 6 de diciembre, es decir, en unas fechas inmediatas a la Navidad. También hay elementos de su hagiografía que permiten vincularlo al reparto de regalos. Por ejemplo, una de las principales tradiciones sobre su figura cuenta que el santo se introdujo a escondidas en la casa de tres doncellas pobres para dejarles unas monedas de oro que les permitieran casarse. Otro de sus milagros, al menos en las versiones occidentales de su leyenda, alude a la resurrección de tres niños. Ambos relatos aparecen a mediados del siglo XII en la Vie de saint Nicholas del poeta anglonormando Wace y el primero de ellos es el tema de una pintura mural de la iglesia francesa de Saint Jacques de Guérets de esa misma época. Por último, se tiene constancia también de la costumbre de los marineros en las ciudades de la Hansa de bajar a tierra en la fiesta de su patrón y repartir regalos para celebrarla.

    En cualquier caso, la relación de la figura de San Nicolás con las festividades navideñas parece consolidada ya al final de la Edad Media, sobre todo en el noroeste de Europa y especialmente en los Países Bajos, donde se le conocía con el nombre popular de Sinterklaas. En Utrecht, por ejemplo, a principios del siglo XV se realizaban ceremonias en torno a su figura como la de poner zapatos en la iglesia de San Nicolás para recoger dinero con el que comprar regalos a los niños pobres. Desde entonces, las diferentes versiones de Sinterklaas han sido hasta la actualidad el personaje por excelencia de las fiestas navideñas europeas, al menos en el norte y el centro del continente: Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Alemania, Austria, Polonia o la República Checa. Solamente en el sur, curiosamente donde la presencia religiosa de San Nicolás de Bari ha sido mayor, el papel del santo como repartidor de regalos a los niños es propio de otros personajes populares como los Reyes Magos en España o el hada Befana en  Italia .

    Asentada la tradición del San Nicolás navideño en las costas atlánticas del mar del Norte, fueron los neerlandeses quienes la trasladaron a América y más concretamente a su colonia de Nueva Amsterdam, fundada a principios del siglo XVII en la isla de Manhattan, hoy Nueva York. Manhattan fue holandesa solo durante cincuenta años pero la influencia de los Países Bajos en la cultura y las tradiciones neoyorkinas ha sido permanente: Harlem, Brooklyn o Broadway son derivados ingleses de las denominaciones holandesas originales y la figura de Santa Klaus una reelaboración norteamericana del Sinterklaas de los Países Bajos.

    Los orígenes de la figura del Santa Klaus actual pueden rastrearse en una narración humorística de Washington Irving del año 1809: A History of New York from the Beginning of the World to the End of the Dutch Dynasty. El autor, nacido en Manhattan, recogía en su libro, publicado el mismo día de San Nicolás, viejas tradiciones holandesas de Nueva York, entre las que aludía repetidamente al personaje neerlandés de Sinterklaas mediante una adaptación fonética y gráfica de su nombre al inglés: Santa Claus. Sin embargo, la figura de Santa Claus como elemento clave de las fiestas navideñas no se desarrolló en los propios Estados Unidos hasta la segunda mitad del siglo XIX y su expansión a Europa solo se ha generalizado en las décadas finales del siglo XX, como un indicador más del poderío cultural norteamericano frente a la irrelevancia europea. [E.G.]