BIBLIOTECA BÁSICA PARA APESTADOS ( I )

 

    No es esta la única, la primera ni la peor de las epidemias que ha padecido Europa. De hecho, por los antecedentes de China, podemos esperar que dentro de unos pocos meses el Covid-19 sea ya parte de nuestra historia y nada hace pensar que el número de muertos vaya a ser excepcionalmente alto, todo sea dicho con el mayor de los respetos por cada una de las personas que de forma individual van, acaso vamos, a padecer el contagio, la enfermedad y la muerte.

    Pero las enfermedades contagiosas, que en nuestro adanismo de niños consentidos, tomamos por un inusitado castigo inmerecido, son en realidad fieles compañeras de nuestra historia. Sin ir más lejos, hace cien años, en 1918, lo que se conoce como “gripe española”, después de varios meses con unas tasas de mortalidad de más del 10% de los infectados, en torno a un tercio de la población mundial, se calcula que acabó con la vida de unos 50 millones de personas. Si nos limitamos a España, entre 1918 y 1919 murieron como efecto de esta pandemia más de 250.000 individuos, el 1% de la población. Actualizados, estos datos supondrían la muerte de 200 millones de seres humanos en todo el mundo, 450.000 en España. Nada de eso va a suceder; ni eso, ni la décima, esperemos que ni la centésima parte. Y no hace falta recordar que a aquella “influenza” siguieron “los felices 20”.

    Esto no quita para que crisis médicas como la del coronavirus actual no resulten y no hayan resultado siempre pavorosas para quienes, como nosotros ahora, han de enfrentarse a ella y, en consecuencia, formen parte de nuestro acervo cultural y literario, que es lo que aquí nos convoca. De hecho, ya en los albores de la cultura occidental, en nuestra primera gran obra literaria, la Iliada, su argumento se abre con una enfermedad contagiosa, la que mayor solera literaria ha llegado a alcanzar en nuestra literatura y a la que vamos a dedicar estas páginas, la peste. En ese inicio del Canto A, Homero explica la cólera de Aquiles, “que causó a los aqueos incontables dolores”, como desenlace de una epidemia que Apolo envía contra el ejército. La primera imagen literaria de Occidente: el dios, “semejante a la noche”, colérico con los griegos porque Agamenón no ha querido liberar a Criseida, hija de su sacerdote, “disparaba contra ellos su dardo”. Durante nueve días sufren en las naves la ira de Apolo, a merced de estas flechas invisibles e ineludibles, “y sin pausa ardían densas las piras de cadáveres”. En Homero, la metáfora de los dardos remite a la sorpresa de los primeros contagios, a la dificultad de reaccionar frente a un enemigo oculto, al estupor e incredulidad ante una muerte inexplicable y segura. La peste es el inicio de la Iliada, y con él, el de nuestra literatura y nuestra cultura.

    Hemos de dar ahora un inmenso salto de más de quince siglos para encontrarnos de nuevo, ya en plena Edad Media Central europea, con un modelo narrativo similar al de Homero: la peste como arranque del argumento. Estamos hablando, por supuesto, del Decamerón de Boccaccio, y de su referencia inicial a la infección que asoló Florencia en 1348, la epidemia más famosa de la historia, la Peste Negra. Si los sufrimientos del ejército aqueo frente a Troya han de considerarse un mero motivo literario, la peste bubónica que asoló la Toscana a mediados del siglo XIV responde, por supuesto, a una realidad histórica. Llegada, al parecer, en barcos genoveses desde Asia Central, esta pandemia medieval se propagó por toda Europa a lo largo de varios años causando una devastación general y una mortandad difícilmente concebible, que acabó de 1346 a 1352 con la vida de entre 20 y 25 millones de europeos, es decir, en torno al 30% de toda la población del continente, con zonas como el norte de la península itálica donde la incidencia fue aún mayor.

    Nada tenemos que añadir aquí a los conocimientos históricos que hoy se tienen sobre esta horrible crisis humanitaria que cambió para siempre la mentalidad de la Edad Media. Por lo que a la literatura se refiere, esas “mortíferas inflamaciones” que, según Boccaccio, “iban surgiendo por todas partes del cuerpo en poco tiempo, y seguidamente se convertían en manchas negras o lívidas que surgían en brazos, piernas y demás partes del cuerpo”, son tan solo la condición previa para sus relatos: su aparición en Florencia hace que un grupo de jóvenes huyan de la ciudad a una villa aislada donde van a entretenerse contándose cuentos. Acabada la enfermedad acaba también el libro, pues los jóvenes regresan a la ciudad y dejan de contar. El Decamerón no es un libro sobre la peste: la epidemia justifica la existencia del libro.

    En realidad, los brotes de peste bubónica, como la Peste Negra de 1350, y los de otras enfermedades contagiosas similares, siguieron siendo habituales en Europa con el paso de los siglos, y en cierto modo nuestros antepasados se acostumbraron a convivir con ellos. Se conocen episodios epidémicos de mayor o menor importancia en todas las regiones de Europa a lo largo del XV y del XVI, pero hay que esperar hasta la peste de Londres de 1665 para hallar una nueva obra literaria relevante centrada en la enfermedad: el Diario del año de la peste de Daniel  Defoe .

    Lo más interesante de esta obra del autor de Robinson Crusoe es que por vez primera nos encontramos con una creación literaria centrada de forma exclusiva y esencial en un episodio real de la “plaga”. El relato comienza con un recuento detallado de los primeros indicios de una mortandad excesiva e inexplicada en algunos barrios del extrarradio londinense y va progresando paso a paso con la exposición de los más variados acontecimientos vinculados a la enfermedad -pánico y huida de los habitantes, superstición y delincuencia, normativa de higiene, confinamiento...- hasta su desaparición varios meses después. El Diario es la peste.

    Dado que Daniel Defoe nació precisamente en Londres hacia 1660, los acontecimientos que narra hubo de vivirlos él mismo en su más tierna infancia y, además, parece ser que el autor contaba con referencias coetáneas de su propio tío Henry Foe. Sin embargo, el relato fue escrito hacia 1720 y publicado en 1722, y desde los datos estadísticos iniciales, el lector es consciente de que la historia real ha sido sometida a una profunda reelaboración literaria, uno de cuyos principales elementos es la introducción de ese narrador en primera persona, ajeno al autor, que nos cuenta sus avatares durante estos meses de incertidumbre y miseria. Con A Journal of the Plague Year la peste se convierte, por vez primera, en el tema esencial del relato, acaso porque, para los hombres del XVIII como Defoe, la enfermedad contagiosa ya no era tan familiar como para sus abuelos de la Edad Media, y, por lo tanto, les resultaba más difícil aceptarla con sencillez como un mero ingrediente literario y más fácil convertirla, a la manera de un mito, en el núcleo de una ficción. Tal vez por eso, cuando Poe y Manzoni [...]