PEREDA EN WESSEX: APUNTE SOBRE EL REALISMO EUROPEO

 

A Chemi y a Pilar-in: 

él, tan cantabrón; tan british, ella.

 

    Uno de los rasgos más patentes de la unidad esencial de la literatura europea es la facilidad con que se perciben falsos ecos de un escritor, de un estilo personal y característico, en obras de otros escritores contemporáneos con las que no ha habido ninguna realción directa, ningún contacto. Leemos un poema épico del Renacimiento, una novela histórica decimonónica, un soneto barroco, una novela de caballerías, una cualquiera, no una obra maestra ni de un autor consagrado, sino de una región marginal, en una lengua periférica –La Araucana de Ercilla, A sangre y fuego de Sienkiewicz, un poema de Donne, el Tirant de Martorell - y creemos percibir reflejos inesperados de otros autores lejanos, tonos evocadores de obras desconocidas, llamativas coincidencias que una mínima reflexión nos asegura que no son más que eso, coincidencias.

    Los escritores europeos han desarrollado durante siglos su trabajo en un medio fluido y permeable, en contacto con influencias de todo tipo –no solo literarias, no solo artísticas-, compartidas de forma global en una sociedad diversa pero compacta que abarcaba buena parte del continente europeo primero y buena parte del mundo entero después. Esa coherencia artística, política, religiosa y social, sumada a las influencias propiamente literarias que, a través del latín primero y de las traducciones y de las sucesivas lenguas de cultura después –italiano, francés, inglés-, justifica la amplia armonía interna de la producción artística europea, que podemos percibir de forma inesperada e incluso turbadora en cualquier acercamiento desprejuiciado a nuestra tradición literaria.

    Esa ha sido exactamente la experiencia que he vivido esta semana mientras leía Lejos del mundanal ruido (Far from the Madding Crowd), novela del inglés Thomas Hardy, y, de improviso, he tenido la impresión, extraña y poderosa, de que aquella narración parecía haber sido escrita por el español José María de Pereda. Tal sensación, por supuesto, es ilógica y, como veremos de inmediato, el más somero acercamiento a una novela como Peñas arriba evidencia unas diferencias de estilo que hacen parecer insensata la anterior observación. Y, sin embargo, cuanto más leía la novela inglesa más me recordaba al escritor español. Las líneas que vienen a continuación tratan de convencer a mis lectores de que tal impresión no solo no es una “boutade” fuera de lugar sino que puede explicar en buena medida lo que en esta web entendemos por “literatura europea”.

    Thomas Hardy y José María de Pereda fueron coetáneos: el cántabro nació en 1833 y el inglés en 1840. Y aunque este último fue más longevo –murió en 1928 mientras que Pereda lo hizo en 1906- curiosamente ambos dejaron de escribir casi al mismo tiempo: la última gran novela de Pereda, su obra maestra Peñas arriba, es de 1895, el mismo año en que se publicó como libro la última novela importante de Hardy, Jude the obscure. Pertenecen ambos, por lo tanto, al periodo que en la historia de la literatura europea se conoce como Realismo y, de hecho, ambos autores figuran en las literaturas de sus respectivas lenguas en la nómina de los novelistas realistas de segunda fila. No son considerados genios como Dickens, George Eliot, Pérez Galdós o Clarín pero representan bien a ese tipo de escritores menores de buena calidad, capaces de reflejar de forma competente los rasgos básicos de su época.

    No hay ningún indicio de que ambos escritores se conocieran, por supuesto, y tampoco de que conocieran la obra del otro. La segunda mitad del siglo XIX es la época imperial de la sociedad británica y pensar que un escritor victoriano cualquiera leyera a un novelista menor –e incluso mayor- de la Restauración española está completamente fuera de lugar. La situación inversa sería posible: en la década de 1890 Hardy era un escritor de éxito en Gran Bretaña y Lejos... había sido publicada en 1874, 20 años antes de que Pereda escribiera Peñas arriba. Además, aunque el inglés no era todavía la lengua de cultura europea, las novelas inglesas eran traducidas con cierta regularidad al francés; sin embargo, Lejos... no lo fue hasta 1901. Además, en realidad, ese aroma similar que pone en contacto ambas novelas no tiene que ver con referencias directas, con citas, copias o adaptaciones de determinados motivos literarios o de personajes. Es algo mucho más sutil y, por ello, mucho más interesante.

    El primer acercamiento, como he dicho ya, no invita a ponerlas en contacto. La novela inglesa utiliza un narrador omnisciente típico realista, al que no le falta la habitual moralina bienintencionada y ese delicado buen humor que hoy consideraríamos tan “british”. Pereda, por el contrario, construye una novela más sofisticada recurriendo a un narrador protagonista en primera persona, cargado de prejuicios pero abierto al asombro.

    Es más adelante, cuando avanzamos en una lectura paralela de ambas creaciones artísticas, cuando empiezan a surgir las coincidencias. En ambos casos el protagonista –Bathsheba, Marcelo- es el heredero de una gran finca agrícola en la que debe sustituir a su tío y en ambos casos ese heredero procede de la ciudad y va a verse obligado a adaptarse al mundo campesino, adaptación que incluye, además, la asunción de un papel de responsabilidad social en la comunidad a la que se ha trasladado.

    He dicho los protagonistas pero en realidad, la principal coincidencia en ambas novelas es el auténtico protagonista: el mundo rural que se describe. Cierto que la ambientación no puede ser más dispar: las suaves colinas de Dorsetshire en Hardy, los abruptos valles de Cantabria en Pereda. Pero el tono de la escritura hace esa diferencia anecdótica. En ambos escritores se percibe el mismo gusto por la descripción de un paisaje amado, el mismo interés por que el lector perciba la esencia de esa naturaleza rural, el aprecio por el medio humano que se funde con el medio natural, el gusto estético por el esplendor de la Naturaleza –la noche en Hardy, las cumbres en Pereda-... Se trata, en ambos casos, de un paisaje que el autor conoce bien, en el que ambos han nacido y crecido y al que circunscriben su topografía literaria. Incluso coincide en ambos el deseo de mitificar esa ambientación ficcionando los topónimos de la zona pese a ser fácilmente reconocibles -Tudanca / Tablanca, Puddletown / Weatherbury- y reconstruyendo un ámbito geográfico de otras épocas: el Wessex  anglosajón  de Hardy y la Montaña clásica de Pereda.

    El otro elemento fundamental que pone en contacto estas novelas, y el Realismo europeo en general, es el lenguaje. La morosidad en las descripciones, el gusto por el léxico concreto y preciso, una sintaxis elaborada pero fácil de comprender, la inclusión destacada de personajes pintorescos y de variedades dialectales reconocibles -arcaísmos, coloquialismos, apócopes, formas irreguales...- para dar mayor impresión de realismo y hacer la novela más “documental”, el recurso, más o menos exigido por el hilo argumental, a auténticos cuadros de costumbres locales como la visita a la destilería o la feria de Casterbridge en Lejos... y la caza del oso en Peñas arriba...

    Vuelvo a repetir que lo verdaderamente significativo es que todo este cúmulo de coincidencias no son más que eso, coincidencias, surgidas del hecho de que son obras de dos autores europeos que trabajaban al mismo tiempo de forma independiente pero plenamente integrados en el medio cultural común al que pertenecían, el Realismo. Es su esfuerzo, autónomo y exitoso, por escribir sendas obras literarias dentro de los cánones de la época, lo que provoca las coincidencias.

    De ahí que en ambos casos el desenlace, ligado a la intencionalidad ideológica de sus autores, sea también paralelo: el heredero, que ha venido de la ciudad a integrarse en el mundo rural, cierra su periplo iniciático casándose con uno de los personajes nativos de la región –el pastor Oak, la señorita Lituca- que, además, en ambos casos no son meros campesinos sino que han alcanzado una posición social intermedia. De este modo, el novelista inglés y el novelista español transmiten a sus lectores la misma enseñanza: lejos del mundanal ruido de las grandes ciudades como Londres o Madrid, peñas arriba o en mitad de la campiña de Dorset, todavía sobreviven los vestigios de una Arcadia rural, a punto de desaparecer es cierto, pero donde todavía una persona de buena voluntad puede hallar su sitio y una perspectiva de futuro. Las parejas Bathsheba/Oak y Marcelo/Lituca refuerzan con su éxito sentimental esa sociedad rural primigenia a la que ambos novelistas han consagrado sus esfuerzos literarios. Dos buenas novelas que tener en cuenta a la hora de estudiar el costumbrismo regionalista europeo. [E. G.]