TRÍADAS: 3.3.3 Pena capital

 

    En una de esas composiciones breves que le hicieron famoso, protagonizadas por rebeldes y outsiders, entre las que destaca su poema más conocido en la actualidad, La canción del pirata, el poeta romántico español, José de Espronceda evoca también a un reo de muerte. Su protagonista vela la noche anterior a su ejecución, acompañado solo por un fraile que se ha quedado ya dormido, escuchando al otro lado de los muros que le aíslan dos cantilenas contradictorias: las oraciones de quienes buscan su salvación -“¡Para hacer bien por el alma / del que van a ajusticiar!”- y el jolgorio de unos borrachos que siguen con su vida disipada sin saber nada ni preocuparse por el del preso. Extraña y dramática situación que uno encaja difícilmente en la vida tópica de un escritor, supuestamente entregado a sus libros y a su creación. Y, sin embargo, los tres autores de los que hablaremos a continuación se vieron obligados a pasar al menos una de esas lóbregas y angustiosas noches en vela. Eso sí, al contrario que el reo de Espronceda, ellos vivieron para contarlo.

    La más extraordinaria de estas tres anécdotas es también la más antigua y la menos conocida, pues concierne a un escritor que solo de una forma muy laxa podemos considerar europeo, Egill Skallagrimson, y a una de las literaturas más periféricas de la Europa medieval, la islandesa. Y a pesar de ello, conocemos con todo lujo de detalles la trepidante biografía de este atípico poeta gracias a la saga que Snorri Sturlusson le dedicó tres siglos después de su muerte: conflictos familiares, asesinatos, batallas, y, de una forma un tanto extravagante, mucha, mucha poesía.

    A mediados del siglo X, Skallagrimsson participó desde su Islandia natal en las luchas por el trono de Noruega, tomando partido por Haakon I el Bueno contra su hermanastro Erik I Hacha Sangrienta, a cuyo propio hijo, Rögnvaldr Eriksson, dio muerte. Derrotado, Erik hubo de huir de Noruega a Northumbria, en el norte de la actual Inglaterra, en cuya capital, York, se hizo coronar rey. Poco después, en torno a 945, fue Egill quien naufragó casualmente en Northumbria y, según cuenta Snorri, él mismo, considerando vergonzoso huir disfrazado, se presentó ante Erik, que lo sentenció a muerte.

    Por consejo de uno de los principales partidarios del rey, un noble que era también amigo de Egill, la noche anterior a la ejecución el poeta se entregó a la escritura del que hoy es su poema más famoso, un “drapa” de veinte estrofas en honor de Erik. El “drapa” era un poema típico de la lírica culta escandinava, dedicado al elogio de los reyes y de la nobleza, en el que el poeta hacía gala de toda su erudición para elaborar un texto de gran complejidad técnica con un lenguaje muy sofisticado. Al día siguiente, en presencia del rey, Egill pidió permiso para recitar su poema y tras oírlo, Erik en vez de ejecutarlo lo dejó libre. El poema tiene un título bien merecido: “El rescate de la cabeza”.

    Más incierto es lo que puede haber de realidad en torno a la pena de muerte que pesó sobre la cabeza de François Villon en París allá por el año 1463, acaso porque no contó, como Skallagrimsson, con otro poeta que la documentase. De Villon se sabe muy poco: que fue un gran poeta y un delincuente contumaz. De hecho, antes que en el mundo de la literatura, Villon aparece en el del crimen parisino dando muerte con solo 24 años a un religioso en una pelea. A partir de ese momento, la secuencia amnistía, regreso al crimen y arresto va a ser una constante durante el resto de la corta vida conocida de Villon. Perpetra un robo en el Colegio de Navarra, dependiente de la Universidad, y ha de huir de París; se refugia en Blois y en Meung y acaba en la cárcel de esta ciudad. Lo ponen en la calle para festejar al nuevo rey y aprovecha su regreso a París para volver a las andadas. Nuevos hurtos y nuevas peleas se suman a los viejos crímenes: esta vez, Villon es condenado a la horca.

    A lo largo del mes de diciembre de 1462, desde su celda, el poeta apela ante el Parlamento de París y espera una respuesta que lo libre de la muerte. Mientras, escribe el que también es hoy en día su poema más célebre:  La balada de los ahorcados . En ella, Villon se ve a sí mismo ya colgado junto a sus compañeros, la soga al cuello y bamboleándose. Y desde el cadalso pide a sus lectores que se apiaden de su alma -“Mais priez Dieu que tous nous vueille absouldre!”- como en el estribillo de Espronceda. Pero, finalmente el Parlamento conmutó su pena de muerte por un nuevo destierro, de diez años. Es lo último que se sabe del poeta. ¿Murió en algún otro altercado al poco tiempo? ¿Cambió de nombre y, acaso, de vida?

    En cambio, para el novelista ruso Fiodor Dostoievski esa misma noche ante el patíbulo fue en cierto modo el inicio de su carrera como escritor. Dostoievski, que se había formado en una academia militar de San Petersburgo, formó parte del grupo de intelectuales progresistas que hoy se conoce como el Círculo Petrashevsky. El escritor tenía por entonces, en abril de 1849, 27 años y apenas había publicado unos pocos relatos con escaso éxito cuando el zar Nicolás I ordenó la disolución de cualquier grupúsculo de oposición al régimen. Dostoievski fue detenido por conspiración, y junto con 21 de sus compañeros, encerrado en la fortaleza de Pedro y Pablo y condenado a muerte.

    En este caso tenemos información fidedigna acerca de lo que sucedió después. El 22 de diciembre, al hacerse de día, los condenados fueron saliendo de su celda y, conducidos a la plaza Semenovski, hubieron de formar ante el pelotón de fusilamiento. Les fueron vendados los ojos, de acuerdo con el procedimiento habitual, y el oficial al mando ordenó a los soldados que prepararan las armas y apuntaran a los condenados. Solo faltaba la orden de disparar. Entonces, un mensajero entregó al oficial la orden de detener la ejecución. En el último momento, el zar había conmutado la pena de muerte por una condena de trabajos forzados en Siberia. Dostoievski no volvería a ser el mismo. Sus ataques de epilepsia se hicieron más frecuentes a partir de ese momento y su larga estancia de siete años en Siberia y Kazajstán, hasta que un nuevo zar decretó una amnistía, cambió para siempre su visión del mundo, convirtiéndolo en el gran novelista de Crimen y castigo y de   Los hermanos Karamázov  . [E. G.]