XIV: EL SIGLO DE PETRARCA Y DE LA PESTE NEGRA

    El siglo XIV no es una centuria homogénea sino que, por el contrario, se muestra fragmentado de forma significativa en dos mitades. Esa división nos lleva a incluir la primera mitad en la etapa que hemos denominado Edad Media Central mientras que la segunda pertenece ya a lo que se conoce como  Baja Edad Media . Los acontecimientos históricos más relevantes que marcan la diferencia y el cambio de una etapa a otra son tres: la Peste Negra, la primera fase de la Guerra de los Cien Años y el estallido del Cisma de Occidente.

    El primero de estos acontecimientos, aunque acaso de menor significación histórica, fue también el más impresionante, el más concreto y el más útil como icono de la época para los futuros historiadores. Como es sabido, la Peste Negra apareció en los puertos de Europa en 1347 y se extendió de inmediato con inmensa virulencia por casi todo el continente, llegando a provocar en algunas regiones del sur y del centro del continente la muerte de más de un tercio de sus pobladores. Por supuesto, semejante devastación demográfica hubo de tener grandes repercusiones en la vida y la organización cotidianas a mediados del siglo XIV pero, tradicionalmente, la historiografía ha ido más allá convirtiendo el impacto de la Peste Negra en Europa en el punto de partida de una transformación esencial en la cultura europea. La inmensa e incomprensible masacre que significó aquella pandemia habría socavado la confianza de los europeos en ese mundo medieval bien organizado en torno a sus instituciones “clásicas” y habría abierto la puerta al cambio de mentalidad que fraguaría poco a poco en el Humanismo y la Reforma. De todos modos, da la impresión de que el impacto de la Peste Negra ha sido sobrevalorado por los historiadores de unas épocas posteriores en las que ya no se está tan acostumbrado a las grandes catástrofes. Si tomamos como ejemplo el propio Decamerón, cuyos personajes, en efecto, se entregan a la disipación mundana para protegerse del horror de la muerte -un buen ejemplo, frecuentemente aducido, de lo que sería ese cambio de mentalidad hacia el Renacimiento-, habremos de tener en cuenta también que esos mismos personajes retoman de inmediato su vida anterior en el mismo punto en que la habían dejado antes de la peste. De hecho, no hay un antes y un después en la historia de Florencia que tenga relación directa con los efectos de la enfermedad.

    Más relevancia parecen haber tenido en buena parte de la mentalidad europea los otros dos procesos históricos a los que nos hemos referido antes, la Guerra de los Cien Años y el Cisma de Occidente, que además están más relacionados entre sí de lo que normalmente se considera: en ambos casos se rompía de forma trascendental el difícil equilibrio político y cultural que se había conseguido en la etapa anterior.

    La Guerra de los Cien Años, cuya interpretación más amplia nos permitiría verla como una primera guerra civil europea, comenzó tan solo como el enfrentamiento de dos potencias regionales, los reinos de Inglaterra y de Francia. Su desarrollo, sin embargo, selló un proceso fundamental para la historia de Europa, la pérdida de relevancia política del que hasta entonces había sido el rector político de la Cristiandad, el Imperio Germánico. De hecho, la victoria definitiva de Francia en la guerra frente a Inglaterra y sus sucesivos aliados castellanos, bretones y borgoñones, supuso la consolidación en el continente a mediados del siglo XV de una de las potencias estatales que iban a dirigir los destinos de Europa en los siglos siguientes en sustitución del Imperio.

    Al mismo tiempo, el traslado de la corte papal a Avignon a principios del siglo pero, sobre todo, el Cisma que se abre en el año 1378 marca el punto máximo de declive de la otra gran potencia “clásica” de la organización europea, el Papado. En la segunda mitad del siglo XIV, con la etapa cruzada concluida con una larga serie de fracasos y con el desarrollo político en el sur y el oeste de Europa culminado, el Papa pierde casi toda su capacidad de influencia directa en el desarrollo de la historia europea. En principio, su estancia en Avignon y la proliferación de antipapas le hace perder prestigio y legitimidad. Pero además, en Inglaterra y en Bohemia, con Wicliff y Hus, se desarrollan en esta misma época los primeros movimientos de renovación religiosa al margen de las directrices papales y enfrentados a estas, en lo que se suele considerar un preámbulo de la Reforma.

    De este modo, más que por la devastación provocada por la Peste, la segunda mitad del siglo XIV aparece caracterizada por la percepción generalizada en los centros culturales europeos de que el desarrollo futuro del continente iba a depender en mayor medida que nunca de los núcleos de poder locales. Esto coincide, además, en contraste con el inicio de la crisis en el suroeste, con un periodo de consolidación de la cultura europea en el norte y en el este, proceso que se sigue desarrollando de acuerdo con la inercia creada durante la etapa anterior. Así, la segunda mitad del siglo XIV es la época de fundación de las primeras universidades de los territorios eslavos, como Praga (1348) en Bohemia o Cracovia (1364) en Polonia, y en Hungría (Pécs, 1367); y también es el momento en el que se consolidan grandes conjuntos administrativos regionales en esas mismas zonas como Polonia/Lituania con la dinastía Jagellon o Dinamarca/Noruega/Suecia en lo que daría lugar a la Unión de Kalmar.

    En torno al Mediterráneo, sin embargo, los referentes que habían dado forma a la etapa anterior tanto de forma positiva –la centralidad imperial en la expansión hacia el este o las redes de difusión cultural dirigidas desde Roma-, como negativa –el enfrentamiento directo entre los poderes político, Imperio, y religioso, Papado-, habían perdido su fuerza homogeneizadora. A partir de este momento, la historia de Europa se descentraliza y con esa centralidad se pierden también los referentes indiscutibles hasta entonces de nuestra cultura, tanto políticos como religiosos. Corresponderá al siglo siguiente ir dando forma a las nuevas estructuras que necesariamente debían formarse y prevalecer tras este proceso de desconfiguración. Pero antes, el siglo XIV es también el siglo en el que aparece de forma germinal el proceso que moldeará esas estructuras: la pasión por el glorioso pasado latino difundida desde la época de Dante por los primeros humanistas florentinos. [E.G.]