SIGLO XI: LA EUROPEIZACIÓN DE LA PERIFERIA

       A finales del siglo XI, los dos grandes procesos que podemos considerar complementarios y esenciales de la Alta Edad Media, la creación de poderes políticos alternativos a un Imperio universal y el desarrollo, por el contrario, de una red cultural global y centralizada, dependiente del Papado, pueden darse por completados.

        Por lo que a la descentralización política respecta, el siglo XI es la época en la que toma forma definitiva toda una serie de organizaciones estatales que van a asentarse y desarrollarse en la periferia del antiguo imperio de Carlomagno. Mencionemos, solo en este siglo, el reino normando de Inglaterra al oeste, la recién cristianizada Dinamarca al norte, los reinos de Polonia y Hungría, también de reciente conversión, al este y los nuevos estados de Aragón y de  Sicilia , en territorios recuperados a los musulmanes, al sur. La trascendencia de este proceso reside en que en la mayoría de estos casos, la creación de nuevas estructuras civiles no sirve tan solo para consolidar el dominio en una determinada zona de un poder ya constituido sino, sobre todo, para dar legitimidad política a esos gobernantes frente a poderes, como el del Imperio, que aspiraban a la hegemonía en la Cristiandad.

        Un caso paradigmático es el de Hungría. La conversión de los húngaros, en la figura de su rey, Esteban I, en el año 1000, no fue un acto estrictamente religioso sino también un acto político de afirmación estatal. Por un lado, al renunciar a su cultura nómada tradicional, Esteban declaraba la intención del pueblo húngaro, uno de los peores azotes hasta entonces de la Cristiandad, de instalarse definitivamente en la cuenca media del Danubio. Por otro, al fundar un reino al amparo de San Pedro –la corona real le fue entregada al rey húngaro por un legado del propio papa Silvestre II-, el monarca pretendía quedar al margen de cualquier reivindicación feudal por parte de su principal enemigo, el emperador germano. De hecho, Esteban I se vería obligado a luchar contra Conrado II, que le exigía reconocerse vasallo del Imperio. Y a pesar de haber sido derrotado el Imperio en la batalla de Györ, en 1030, pocos años después otro emperador, Enrique III, volvio a exigir en vano el vasallaje de Andrés I. El caso húngaro es muy relevante para la historia de Europa puesto que, hasta este momento, el Imperio siempre había impuesto su supremacía sobre los territorios cristianizados al norte y al este de sus límites históricos. Así, los emperadores alemanes habían anulado poco antes la independencia de los bohemios, a cuyos gobernantes el emperador solo les autorizó el derecho a llevar la corona real una sola vez en todo el siglo XI.

        La razón esgrimida para este expansionismo germano era la teoría universalista de la Cristiandad, según la cual la unidad política, el Imperio, corría paralela a la unidad religiosa, representada por Roma. Frente a esa idea propia del Imperio Carolingio, hacia el año 1000 la erección por parte del Papado de nuevos arzobispados, como el de Esztergom (1001), cuyos límites religiosos coincidían con los dominios reales efectivos de una corona húngara independiente, rompía para siempre esa unidad teórica. Recuérdese, por el contrario, que el control político del Imperio del ducado de Bohemia (950) había sido seguida de la creación de la diócesis de Praga (973) como sede sufragánea del arzobispado de Maguncia.

        Este proceso que acabamos de seguir con cierto detalle en la historia de la Hungría del siglo XI no fue un caso excepcional. Por el contrario, más bien parece responder a un programa conjunto de los centros políticos regionales con el poder religioso central que puede rastrearse por toda Europa, tanto en la frustrada creación del reino polaco de Boleslao I y de la archidiócesis de Gniezno, por ejemplo, como en los orígenes del reino de Sicilia.

        Por lo que a Sicilia respecta, el poder político de la casa de Hauteville se consolidó en el siglo XI gracias también a los acuerdos de los invasores normandos con la Iglesia de Roma. De hecho, fue el papa Nicolás II quien concedió a Roberto Guiscardo el título de “duque de Apulia y de Calabria, por la gracia de Dios y de San Pedro” en 1059, tras sus éxitos contra los bizantinos en el sur de la península itálica. De este modo, el dirigente normando se convertía en vasallo papal justo antes de la conquista de Sicilia. Esta vinculación directa del poder normando a Roma tendrá todavía repercusiones en el siglo XIV, cuando el Papado siga alegando derechos feudales para intervenir en la disputa entre los Anjou y los Aragón por Sicilia.

        Dado que a lo largo del siglo XI se consolida este modelo de fraccionamiento político como seña de identidad de la cultura europea, adquiere una importancia mayor todavía el papel unificador y homogeneizador de la Iglesia, que, por supuesto, no afectó solo a las cuestiones espirituales. Por el contrario, gracias a la amplia y eficiente malla de vínculos y dependencias heredada de su pasado imperial romano, el Papado no solo consolidó sino que amplió su hegemonía cultural sobre toda Europa.

        El proceso de creación de nuevas sedes arzobispales dependientes de Roma y vinculadas a los nuevos entes políticos de la periferia (Esztergom en Hungría, Gniezno en Polonia, Palermo en Sicilia) continuará en el siglo siguiente con la erección del arzobispado de Lund para Escandinavia o el restablecimiento de los arzobispados de Braga o de Tarragona en la península ibérica en favor de los nuevos entes políticos (Portugal, la Corona de Aragón), frente a sus metrópolis originarias, de mayor tradición política independiente (el reino de León, heredero del reino visigodo, y el reino franco, con derechos sobre las antiguas marcas hispanas carolingias).

        La otra gran red de penetración cultural y administrativa del poder religioso fue la de los monasterios vinculados a la reforma benedictina de Cluny, asociada esta, a su vez, a la reforma gregoriana, impulsada por el papa Gregorio VII no solo durante su pontificado (1073-1085) sino desde su etapa como administrador apostólico a partir de  1059. De hecho, Hildebrando Aldobrandeschi (Gregorio VII) se había formado en el monasterio de Cluny entre 1046 y 1049.

        Gracias a la poderosa influencia conjunta de estos dos movimientos eclesiásticos se modificaron elementos importantes de la cultura local en todas las regiones europeas para hacerlos coincidir con los nuevos estándares continentales. Así sucede, por ejemplo, en los dominios del rey de Navarra, Sancho el Mayor, a partir del año 1000, donde se sustituye el rito mozárabe por el rito romano en los nuevos monasterios como el de San Juan de la Peña. Estos cambios consolidaron la unidad religiosa que hacía de Europa un territorio culturalmente muy homogéneo. Otro campo de evolución cultural común ligado a la reforma eclesiástica se va a dar en arquitectura con la aparición de un nuevo estilo, el románico, que también se desarrollará de forma compartida en toda Europa a partir de las novedades aportadas en el siglo XI durante la construcción de la abadía de Cluny. Desde allí el nuevo estilo se difundió por las nuevas abadías benedictinas europeas como Garamszentbenedek en Hungría, Santo Domingo de Silos en Castilla, Laach en Lotaringia, San Pedro de Moissac en Languedoc, Westminster en Inglaterra o Melk en Austria.

        En resumen, el siglo XI resulta ser el final de una época, la Alta Edad Media, en la que se dio forma definitiva a los elementos fundamentales y a las relaciones básicas entre ellos que van a desarrollarse a partir de entonces durante la Edad Media Central, es decir, a lo largo de los siglos XII, XIII y la primera mitad del XIV. [E.G.]