ITALIA: LARGA HISTORIA DE DIVISIÓN Y ENFRENTAMIENTOS

 

I    La peripecia histórica de las tierras  que en la actualidad forman el estado italiano resulta enormemente representativa de los complejos procesos administrativos y políticos a los se ha visto sometida Europa a lo largo de los siglos. Nos encontramos, en este caso, con una demarcación geográfica que en la actualidad resulta bastante similar a la que existía hace más de 2.000 años, cuando Julio César incluyó la Galia Traspadana dentro de Italia, que hasta entonces terminaba en el Po. En efecto, salvo algunas pequeñas zonas en los Alpes y en Istria, la única diferencia significativa son las islas de Cerdeña y de Sicilia, que nunca formaron parte de Italia en la época romana. Sin embargo, esta coincidencia oculta el verdadero rasgo definitorio de la historia europea de Italia, que es la discontinuidad. En realidad, la Italia actual tiene poco más de 150 años y es uno de los estados de más reciente creación, solo comparable en este sentido, entre los grandes países europeos, a Alemania.

    Considerando que Italia coincide, a grandes rasgos, con la península itálica, además de las dos islas mencionadas, su historia a partir del siglo VI podría resumirse así:

    1: Creación del Estado Pontificio: La ocupación de la península por ostrogodos, bizantinos y lombardos, además de una múltiple y variable fragmentación administrativa dio como resultado de mayor trascendencia histórica la creación de una unidad política en el centro de la península dependiente directamente del Papado. En consonancia con el aumento de poder y prestigio del Papa en Europa, este particular estado teocrático no solo fue consolidándose frente a los invasores germánicos del norte primero y el Imperio después, sino que fue capaz de dirigir el desarrollo político del sur de la península y de Sicilia en respuesta a las amenazas bizantina y árabe.

    2: Intervención del Imperio: Tras la coronación de Carlomagno, el norte de la península paso a ser un feudo del Imperio sobre el que a lo largo de toda la Edad Media los emperadores germánicos intentaron ejercer su dominio, con mayor o menor éxito. Esta intervención provocó dos procesos trascendentales para toda Europa: el desarrollo de la autogestión de grandes ciudades como Génova, Florencia, Milán y Venecia, y el enfrentemiento entre el Imperio y el Papado por el control de estos territorios y, en general, por la supremación política en Europa.

    3: Independencia de Sicilia/Nápoles: Uno de los flecos de este enfrentamiento tuvo lugar en el sur de la península a partir del siglo XIII, donde el Imperio y el Papado en cierto modo delegaron sus diferencias en los reinos de Aragón y de Francia respectivamente. Este conflicto dio lugar al desarrollo autónomo de dos entidades políticas, los reinos de Sicilia y de Nápoles, que, en ocasiones unidos y en otras enfrentados, formaron un bloque administrativo independiente del resto de la península durante más de quinientos años.

    4: Ocupación española: A partir del siglo XVI, la trascendencia que para el Imperio Hispánico tenía la península itálica como vía de comunicación de sus dispersos territorios europeos, llevó a los Austrias españoles a intentar controlar el compejo puzle italiano. La posesión de los reinos de Nápoles y Sicilia, el sometimiento de los ducados de Milán y Florencia, la alianza con Génova y Saboya y la decadencia de Venecia permitió a España limitar la influencia del Papado y frenar la intervención de Francia. De este modo, durante casi 300 años lo que ahora es Italia estuvo sometido a los intereses españoles.

    5: Creación de Italia: A mediados del siglo XIX  tuvo lugar la unificación italiana. Resulta curioso, pero acaso fuera imprescindible, que este proceso fuera llevado a cabo por los soberanos menos “italianos” de la península, los duques de Saboya, casi ninguno de cuyos territorios formaba parte de esa Italia primigenia de Julio César. Sin embargo, a ellos les correspondió dirigir un proceso que consistió, básicamente, en desandar el camino que la Historia había trazado durante los 1.500 años anteriores: ocupación del Reino de Nápoles, incluida Sicilia, derrota y expulsión del Imperio Austriaco del valle del Po y supresión del Estado Pontificio y de la soberanía papal.

    A partir de los datos anteriores, resulta evidente que la propia configuración de la Italia actual es el resultado de ese proceso histórico general europeo que consiste en recrear de forma interesada y ficticia la Antigüedad grecorromana. No es de extrañar, por lo tanto, que muy poco después de la fundación del Reino de Italia, el fascismo de Mussolini hiciera del Imperio Romano el inmenso espejo deformante donde los italianos querían ver reflejado su porvenir. Sin embargo, no debemos olvidar que, en realidad, la creación de la Italia moderna es otro de los frutos del nacionalismo propio de la Etapa Disolvente, de la misma manera que lo fue la creación de Alemania, sin que ésta tuviera ningún modelo de la Antigüedad que le sirviera de referente. Por eso, el otro elemento fundamental del nacionalismo italiano fue, como en el caso alemán, la lengua. A mediados del siglo XIX el toscano era un poderoso elemento cultural de prestigio y contaba con una larga trayectoria histórica, reconocida no solo en la propia Italia sino en toda Europa. Pero era sobe todo una lengua de cultura que, fuera de la Toscana, se utilizaba para la comunicación culta pero al mismo tiempo convivía con muchas otras variedades dialectales itálicas coloquiales, algunas con una importante tradición literaria como el napolitano o el veneciano. Fue de nuevo la procedencia extraitálica de los unificadores, carentes de una variedad lingüística de prestigio, lo que favoreció la imposición del toscano como lengua nacional. La variedad de mayor prestigio cultural se convirtió en la lengua común del Reino y en el principal elemento unificador de la península. [E. G.]