IMPERIO GERMÁNICO: EL PUZLE ESTATAL DE LOS GERMANOS

    El Imperio Germánico creado por Carlomagno en el siglo VIII debe ser considerado el núcleo político y territorial básico de Europa en la fase que hemos llamado Constitutiva. En su origen se trata de un amplio territorio que abarcaba las antiguas provincias romanas de la Galia, Italia y Germania así como grandes zonas no romanizadas como Sajonia o Bohemia. Lo cierto es que esta fase inicial en la que el Imperio Germánico coincidía a grandes rasgos con la propia Europa duró poco tiempo y a partir del siglo XI, conviene restringir este término a lo que la Historia conoce como Sacro Imperio Romano-Germánico, en una evolución que llegará hasta las Guerras Napoleónicas y la creación de Alemania en el siglo XIX.

    En el tramo inicial, es decir, durante la época de los carolingios y de los otónidas, el Imperio va a ser el motor cultural fundamental de Europa por varias razones: por la enorme influencia del núcleo cortesano en la conservación y difusión de determinados modelos culturales, por la estrecha colaboración del Imperio y el Papado en la estructuración administrativa y cultural de las tierras del continente, por los sucesivos programas de ampliación y de consolidación de amplias regiones europeas en torno a modelos culturales propios, e incluso por la relevancia de la institución imperial como referente del progreso, estabilidad y supervivencia de un modelo cultural de prestigio ya desaparecido, el mundo greco-romano.

    Esta primera fase se articula en torno a dos momentos históricos diferentes, la época de Carlomagno (s. VIII-IX) y la de los otones (s. X). A la primera pertenece Einhard, biógrafo de Carlomagno, y a la segunda la monja benedictina Hroswitha de Gandersheim, imitadora de Terencio. Se trata de una época de escasa producción literaria original en el ámbito de la creación y la lengua fundamental sigue siendo el latín del Imperio Romano. Los presupuestos básicos que rigen la cultura de la época tienen que ver con la reconstrucción social e institucional de un bien cultural inmenso y desaparecido. Esta recuperación se basa en el uso de la lengua latina, asociada al mundo superior de la Iglesia, y con la recreación de instituciones desaparecidas como el Imperio. Se trata, por lo tanto, de una literatura que se mueve en el entorno de la corte y de los monasterios.

    Posteriormente, a partir del siglo XII, el Imperio Germánico sólo ocasionalmente articulado en torno a algún tipo de poder central, va pasando a ser una región periférica en relación con los núcleos de creación literaria. En todo caso, se puede percibir una notoria diferencia entre las producciones líricas en latín de los clérigos agrupadas en los Carmina Burana y la lírica amorosa en vulgar de los MInnesänger. Los  Carmina Burana  recogen a algunos poetas del Imperio en una contigüidad sin fisuras con otros del resto de la Europa medieval mientras que la lírica de los Minnesanger establece una relación de dependencia de estos caballeros alemanes en relación con sus equivalentes románicos.

    Así pues, parece claro que fue el uso de la lengua alemana, difícil de adaptar a las técnicas habituales de la lírica románica la razón fundamental para esta postergación. Aunque, además de cuestiones técnicas, habrá que pensar también en prejuicios en torno a la valoración estética de las distintas lenguas puesto que la prosa no habría tenido por qué verse afectada por esas cuestiones. Tal vez la lejanía de las lenguas germánicas con respecto al latín y, al contrario, la cercanía del italiano o del provenzal a éste, hayan sido las causas fundamentales del triunfo de estas dos lenguas entre los modelos poéticos europeos. Esto explicaría que la otra gran  lengua germánica, el inglés, haya padecido la misma postergación que el alemán.

    A partir de ese momento, la literatura del Imperio Germánico avanzó siempre a remolque de los progresos iniciados en las zonas nucleares italiana y francesa, sin que eso impidiera que todas las novedades y los movimientos culturales europeos tuvieran su repercusión directa en esa región. De hecho incluso en determinados casos, como la literatura mística del siglo XV, y la lírica barroca del XVII, los creadores alemanes figuran a la cabeza de sus movimientos.

    Pero solo va a ser en la segunda mitad del siglo XVIII cuando los grandes autores de la literatura alemana, poco antes de que el Imperio Germánico desapareciera, van a ponerse de nuevo a la cabeza de la renovación cultural y literaria europea. Gracias a Goethe y a Schiller, el Imperio Germánico va a propiciar el final de la Época Clásica y la entrada de la cultura europea en la Época Disolvente en la que nos encontramos. Precisamente algunos de los rasgos característicos de estos autores como la hipertrofia del ego, la apelación al nacionalismo o la ruptura de las normas clásicas van a modificar radicalmente las condiciones de la creación artística en Europa.