LA CELESTINA: UN INTENTO FRUSTRADO DE TEATRO CLÁSICO

 

    Además de ser una de las grandes creaciones de la literatura castellana, La Celestina ocupa un lugar de privilegio en la historia de la nuestra cultura como inmejorable ejemplo de las grandes dificultades y del irrenunciable interés de los intelectuales europeos por la reconstrucción de una cultura literaria, la grecorromana, de la que se sentían herederos. Y hablo de intelectuales y no solo de escritores porque, como puede comprobarse en la biografía de Fernando de Rojas, el autor principal de la obra que aquí comentamos, esa tarea de reconstrucción literaria no ocupó solamente a quienes vivían de la pluma. En el caso de Rojas, La Celestina fue su única obra de ficción y sus intereses profesionales –la abogacía- nunca volvieron a mezclarse con este tipo de devaneos artísticos. Además de puntual, La Celestina es una obra de juventud, escrita por pasatiempo y que apenas ocupó un par de semanas a su autor.

    Recordemos los hechos tal y como los cuenta él mismo: Rojas había hallado en Salamanca, donde estudiaba Leyes, lo que ahora es el Acto I. Atraído por la originalidad del argumento y la agudeza de su estilo, decidió continuarlo durante unas vacaciones en las que se había quedado solo. Concluida la obra, la tituló Comedia de Calisto y Melibea, con los nombres de la pareja protagonista. Esto ocurría en la última década del siglo XV. Poco después, importunado por sus primeros lectores, hubo de volver brevemente sobre ella para alargar el argumento y para reconsiderar el propio título, que pasó a ser Tragicomedia. El nombre por el que se la conoce en la actualidad se impondría unas décadas más tarde al margen de la voluntad del autor. Que una obra de este tipo, hecha de retazos, primeriza, ocasional, poco apreciada incluso por su autor, retocada a petición de los lectores y, sobre todo, frustrada en su intención principal, haya sido considerada durante más de quinientos años la mejor y más atractiva composición literaria de su tiempo resulta cuando menos sorprendente.

    La Celestina ha ocupado siempre un lugar de honor en la literatura castellana gracias a la creación del propio personaje de Celestina, la “puta vieja” que media en los amores de los jóvenes protagonistas. Mientras que los amantes, Calisto y Melibea, forman parte de la típica galería de enamorados a la moda de la literatura del siglo XV, Celestina y el coro de criados y prostitutas que se mueven a su alrededor se convirtieron muy pronto en auténticos modelos de una literatura, la española, que pronto optaría por la vida de las clases bajas –Lazarillo y la picaresca, Sancho Panza, el gracioso de las comedias...- La propia Celestina fue casi en un subgénero en sí misma y su personaje atraviesa todo el Siglo de Oro español fecundando incluso el teatro popular de Lope de VegaEl caballero de Olmedo- al tiempo que se disolvía en el mundillo marginal de la picaresca barroca, más amplio y variado.

    El otro elemento que La Celestina aportó a la literatura española fue la lengua de la calle, que de nuevo a través del Lazarillo llegará al Quijote y de allí se extenderá, ya en el siglo XVIII, a toda la novela moderna. Por más que el propio Fernando de Rojas llamara la atención sobre el estilo elevado de buena parte de los parlamentos de los personajes, lo que la posteridad va a apreciar en La Celestina va a ser su uso innovador de un lenguaje popular que apenas había sido considerado hasta entonces apropiado para la creación literaria. La posibilidad de escribir con el lenguaje de la calle y la necesidad, a partir del éxito de La Celestina, de usar ese tipo de habla para la caracterización de determinados personajes, a la larga se va a convertir en la principal aportación estética de este estudiante de Derecho aficionado a la literatura.

    Sin embargo, ambas características, el protagonismo de personajes de baja extracción social y el uso literario de un lenguaje ajeno a la tradición culta para caracterizarlos, formaban parte de un proyecto cultural mucho más ambicioso, que acabó en fracaso: la reconstrucción de un género literario grecorromano, la comedia, y, más concretamente, la recreación en lengua vulgar de las comedias de Terencio. Eran, por lo tanto, elementos compositivos similares a las procedencia clásica de los nombres de los personajes –Calisto, Sempronio, Celestina...- o al hecho de que la ciudad donde tiene lugar la acción sea un puerto de mar, acaso la propia Atenas. Analizar los motivos de este fracaso nos servirá ahora para comprender las enormes dificultades que hubo de superar la cultura europea para consolidar su Etapa Clásica.

    En la Edad Media europea apenas hubo teatro. Un género completo, el dramático, se puede considerar inexistente entre los inicios de nuestra cultura en el siglo VII y las primeras representaciones religiosas populares del siglo XII, es decir, durante más de 500 años. Se trata de una de las mayores brechas culturales abiertas entre la cultura grecolatina que nos precedió y la nuestra. Más aún, el teatro medieval de origen litúrgico puede considerarse una creación autónoma de la cultura europea y, por ello, a partir del siglo XVI, la presión “clásica” fue tal que, salvo escasas excepciones como el Misteri d´Elx, ha desaparecido. Fue sustituido, a partir de la época de La Celestina, por una reinterpretación adaptada del teatro grecolatino, un esfuerzo creativo ingente y múltiple, que ocupó a algunos de los mejores escritores europeos a lo largo de todo el siglo XVI. En ese contexto hemos de englobar La Celestina.

    Rojas quería recuperar el teatro de Terencio. Tenía acceso a ediciones cuidadas de sus textos y había auténtica veneración hacia ellos entre los intelectuales como él. De ahí el éxito inmediato e indiscutible, en ese ambiente, de una propuesta como la suya, que abrió camino a múltiples obras de estructura más o menos similar durante todo el siglo XVI. Pero la obra de Fernando de Rojas no fue capaz de superar el principal escollo que se le presentaba: la ausencia de medios por la representación de un texto dramático y, sobre todo, la ausencia del propio concepto de representación.

    La Celestina es una obra escrita para ser leída o, mejor, escrita para una representación que es concebida, erróneamente, como lectura. Sus autores no la plasmaron como un texto que habría de servir a unos actores para que la pusieran en escena ante unos espectadores. Todos estos conceptos –escena, actor, espectador-, la idea misma de teatro, son ajenos a esta obra, que, sin embargo, quería dar nueva vida a las auténticas obras dramáticas de un autor real de teatro. Por eso La Celestina nunca ha ejercido una influencia directa sobre la evolución del teatro castellano o europeo. Pronto se convirtió en un magnífico ejercicio de estilo de donde se podía extraer tipos de personajes y modelos lingüísticos pero no ejemplos para la escena.

    Extrañamente, el futuro del teatro europeo, los futuros Marlowe, Lope de Vega o Corneille no iban a depender de estos bienintencionados pero desencaminados intentos de recreación clasicista sino de las miserables compañías de teatro popular italianas que también por entonces, a principios del siglo XVI, comenzaban a llevar sus farsas por toda Europa. [E. G.]

 

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TEXTO ORIGINAL: https://bib.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=4923

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