ANTOLOGÍA DEL CUENTO POPULAR ROMÁNTICO

    El éxito del relato corto en prosa durante el Romanticismo está íntimamente ligado a la trascendencia cultural que tuvo la literatura folclórica como elemento básico del desarrollo de la conciencia nacional en muchas regiones de Europa en la primera mitad del siglo XIX. Esta constatación implica dos consecuencias básicas; primera, que el cuento romántico no se circunscribe al relato folclórico, tal y como lo evidencian grandes narradores como E. T. A. Hoffmann o E. A. Poe, auténticos maestros del género, otros escritores de talla menor como Irving o Erben, o auténticos creadores de nuevos subgéneros, como H. Ch. Andersen en el campo de la literatura infantil; segunda, que el relato folclórico tuvo una trascendencia especial tanto por las implicaciones culturales que representaba para el desarrollo del nacionalismo, elemento básico de toda la Etapa Disolvente, como por la influencia directa que ejerció sobre la producción narrativa de estos otros creadores a los que acabamos de aludir.  No en vano, algunos de los personajes más famosos creados por Washington Irving como Rip van Winkle o Santa Claus así como el Kytice de Erben tienen una impronta popular y raíces folclóricas. Igualmente, la relación de los cuentos populares de los hermanos Grimm con la narrativa breve de Hoffmann, y a través de él, con los cuentos de Poe, resulta fundamental para entender la difusión de la prosa de estos autores. Incluso el éxito de los cuentos infantiles de Andersen se vio claramente influido por la deriva infantiloide que hacia 1840 había tomado ya la recopilación folclórica tanto en Alemania como en el norte de Europa.

    Puede decirse, por lo tanto, que aunque reducir la producción narrativa breve en prosa del Romanticismo al ámbito de la literatura folclórica simplificaría excesivamente la realidad literaria de la época, resulta procedente enfocar todo este conjunto de literatura breve en prosa de la primera mitad del siglo XIX desde la perspectiva de la especial relevancia que tuvo el nuevo subgénero de la narración corta de origen popular.

    El relato folclórico no era una absoluta novedad a principios del siglo XIX cuando los hermanos Grimm comenzaron a recoger su primera colección de cuentos tradicionales en los alrededores de Kassel. Por el contrario, ellos mismos fueron testigos directos de la supervivencia de relatos orales ya literaturizados, como los que había divulgado Charles Perrault en Francia un siglo antes en su libro Los cuentos de mamá Oca, entre los que destacaban Caperucita roja o El gato con botas. Lo que supuso una novedad literaria absoluta cuando los Grimm comenzaron a publicar sus Cuentos de la infancia y del hogar fue la vinculación ideológica de esos relatos con la búsqueda de una supuesta conciencia nacional popular que se expresaría a través de estos relatos. De hecho, este nuevo punto de partida teórico obligaba a prescindir de cualquier pieza que pudiera provenir de una tradicion literaria ajena y documentada –y así lo hicieron los Grimm con esos cuentos de Perrault en ediciones posteriores de su obra- por lo que, al mismo tiempo, se establecía una separación radical entre esta literatura folclórica y la cuentística europea anterior.

    A partir de aquí son dos los aspectos fundamentales que van a caracterizar esta amplia producción literaria. Por un lado las recopilaciones de cuentos folclóricos se van a generalizar sobre todo en regiones europeas en las que apenas se habían consolidado los movimientos culturales clásicos, es decir, en zonas que desde el punto de vista cultural podemos considerar en ese momento periféricas: Germania, Serbia, Rusia, Escandinavia, Escocia, Irlanda... Nos hallamos ante un proceso habitual en la historia de la cultura europea de acuerdo con el cual los nuevos movimientos culturales se desarrollan con más rapidez y profundidad en aquellos ámbitos regionales en los que ha tenido menos fuerza el movimiento anterior.

    El segundo aspecto interesante es que los responsables de la difusión de este tipo de literatura son intelectuales cuyos intereses profesionales van mucho más allá de la creación literaria. Como parece normal, en muchos casos como los Grimm o Karadžić, se trata de filólogos que llegan al estudio de las tradiciones literarias populares como complemento de sus investigaciones lingüísticas. No es de extrañar, por lo tanto, que sus colecciones de cuentos o de canciones populares coincidan en el tiempo con sus diccionarios o sus gramáticas del alemán o del serbio. También encontramos profesionales de diferentes ámbitos universitarios como el ruso Afanasiev –abogado-, el checo Erben –historiador- e incluso un pastor evangélico noruego como Moe o un científico escocés de cierto prestigio como Campbell. Para todos ellos, a partir del modelo general difundido por el éxito de los hermanos Grimm, la recopilación de relatos folclóricos se convirtió en una especie de tarea moral suplementaria impuesta por el amor a la patria.

    También de acuerdo con el modelo de los Grimm, la propia tarea de recopilación presenta en casi todos los casos rasgos similares. El editor de los cuentos folclóricos se sirve de corresponsales locales para conseguir el material que da a conocer pero también se arroga el derecho de manipular ese material para hacerlo llegar a sus lectores de acuerdo con sus intereses. Un caso ejemplar es el de John Campbell y sus relatos gaélicos de las Highlands. Campbell no solo recogía personalmente las narraciones orales de la gente de Islay sino que disponía de corresponsales en otras de las Hébridas para que hicieran lo mismo por él. Luego su tarea consistía en reunir los relatos y disponerlos para la edición anotando la fuente oral, el recopilador, la fecha y el lugar del relato; ocasionalmente añadía también una traducción en inglés para sus lectores no gaélicos. De forma similar habían procedido Karadžić en Montenegro y Asbjørnsen y Moe en el sur de Noruega. Solo Afanasiev parece haber trabajado sobre todo con registros recogidos sin su intervención directa.

    Por último, este proceso de edición nos lleva a reflexionar también sobre las implicaciones lingüísticas del trabajo de estos recopiladores. Ya hemos aludido a que en su origen los primeros folcloristas eran lingüistas de prestigio, hasta el punto de que al propio Karadžić se debe la fijación del idioma serbio moderno. Por ello su tarea de editores de la producción folclórica regional fue un elemento fundamental para la creación de las lenguas nacionales modernas de muchos de los nuevos estados europeos del siglo XIX. Obligados necesariamente a trabajar con materiales orales y dialectales, resultó fundamental su tarea de adaptación de estos textos a un modelo lingüístico común que permitiera compartirlos con toda la comunidad de lectores a la que iba dirigida. De este modo, el cuento folclórico, recuperado a principios del siglo XIX como consecuencia de los ímpetus nacionalistas provocados por las guerras napoleónicas, se había convertido hacia 1848 en uno de los elementos fundamentales para la creación de la identidad lingüística y nacional de buena parte de Europa. [E. G.]

 

PRINCIPALES OBRAS

 

ALEXANDER N. AFANASIEV

HANS CH. ANDERSEN

P. ASBJORNSEN Y J. MOE

JOHN FRANCIS CAMPBELL

KAREL JAROMÍR ERBEN

JACOB Y WILHELM GRIMM

WASHINGTON IRVING

VUK STEFANOVIĆ KARADŽIĆ

PATRICK KENNEDY