TRASCENDENCIA DE LA TRADUCCIÓN EN LA LIT. EUROPEA

      En la historia de la literatura europea tienen un papel trascendental las traducciones. Estamos hablando de un contexto cultural muy fragmentado lingüísticamente, donde la única lengua de cultura generalizada, al menos hasta el siglo   XVII  , fue el latín y donde las que le sustituyeron, el francés en los siglos XVIII y XIX y el inglés en el siglo XX,  no llegaron nunca a tener el prestigio de la anterior entre la élite intelectual y culta de todas las regiones de Europa ni una difusión popular más allá de los ámbitos universitarios.

     De esta situación se derivaron dos condicionamientos fundamentales para la difusión de la literatura a nivel europeo. Por un lado, los géneros literarios más cultos, cuya lengua de producción fue el latín, se vieron favorecidos de una difusión directa más extensa y rápida pero limitada a un contexto de recepción muy específico. Grandes textos de relevancia fundamental para la historia de nuestra cultura común escritos en latín como las Etimologiae de  Isidoro de Sevilla , la Laus Stultitiae de Erasmo o los Principia Mathematica de Newton fueron escritos, recibidos, valorados y divulgados a su vez de forma inmediata por toda Europa, cada uno en los ámbitos profesionales e intelectuales relacionados con su  contenido correspondiente. Pero, al mismo tiempo, la difusión y la divulgación de esas mismas ideas o de los propios escritos a los que nos hemos referido fuera de ese ámbito de recepción pasaba a depender de las traducciones o de las adaptaciones en la lengua vulgar propia de cada una de las distintas regiones de Europa. Para el texto de Newton, por supuesto, esa necesidad de traducción era mínima, pues su destino no podía ser la divulgación popular, pero para la difusión del pensamiento erasmista por el sur de Europa, por ejemplo, esas traducciones resultaron imprescindibles.

     Por lo que a los géneros más populares respecta, como la novela o la poesía lírica, la necesidad e importancia de la traducción depende de otros factores. En el caso de textos escritos originalmente en una lengua de cultura importante como el italiano en el siglo XV, el francés en el siglo XVIII o el inglés en el XX, la posibilidad de que un escritor de otro país pudiera leer directamente el texto original era relativamente alta por lo que la necesidad de la traducción disminuía. Piénsese en la influencia directa del Canzoniere de Petrarca en la lírica renacentista en lengua portuguesa o de las Fábulas de La Fontaine sobre las del resto de fabulistas europeos del siglo XVIII.

     Muy diferente es el caso de la difusión de la literatura escrita en lenguas poco conocidas en el resto de Europa, cuyo ejemplo más llamativo ha podido ser la novela rusa del siglo XIX. En estas ocasiones adquieren una importancia fundamental las “lenguas de paso”, es decir, las lenguas de cultura más prestigiadas en el conjunto de Europa en ese momento y que van a servir de puente para que esas literaturas insólitas se difundan por el conjunto. En el caso de la literatura rusa del XIX esa lengua de paso fue el francés y, de hecho, la gran mayoría de las traducciones de Tolstoi y de Dostoievski al castellano a finales del siglo XIX y principios del XX lo son, en realidad, de las correspondientes traducciones del ruso al francés.

     En resumen, el papel de las traducciones en el desarrollo de la literatura europea no ha recibido hasta hoy la atención que merece pues habitualmente las únicas traducciones a las que se les ha seguido la pista con detalle han sido las de los clásicos grecorromanos a las lenguas vulgares. Sin embargo, un estudio a fondo de las traducciones de las obras maestras de los principales periodos a las lenguas de cultura más relevantes de cada momento serviría para manifestar de una forma mucho más evidente ese tejido de lenguas, libros y lectores comunes que caracteriza a la historia de la literatura europea. [E.G.]

 

     NOTA BENE: Ejemplo: La influencia de los libros de la “arquimesa” en la Peregrinación de Urrea. El Viaje de la Tierra Santa, de un alemán, Bernardo de Breidenbach, se publicó originalmente en una edición latina. El latín ya era de por sí una lengua de cultura común y, sin embargo, otra vía de difusión de este libro fue su traducción francesa, que como las demás en lengua vulgar, se hizo para facilitar su difusión y su uso entre el gran número de peregrinos de toda Europa a los que les interesaban los datos que proporcionaba. De todos modos, el libro que usa Urrea es una magnífica edición en castellano, adaptada y ampliada sobre la edición latina. También tienen recorridos similares las Maravilia Romae y el Viaje de Venecia al Santo Sepulcro que guardaba Urrea junto con el Viaje de la Tierra Santa.