CONCEPTOS BÁSICOS: "LITERATURA"

     A lo largo de la historia de la cultura europea el concepto de “literatura” ha ido adaptándose a diferentes definiciones y criterios, de manera que, en general, puede hacer referencia a un abanico amplio de manifestaciones sociales o a otro mucho más reducido y selecto.

    En principio, la propia palabra, de origen latino y extensión generalizada por todas las lenguas europeas, románicas o no, remite al étimo “littera”, es decir, “letra”. Nos movemos en un ámbito referencial que remite a la literatura que se sirve de “letras”, es decir, a la literatura escrita y, por supuesto, hablar de literatura escrita es hablar sobre todo de literatura culta. Se trata de la utilización de las letras para fijar los sonidos, o sea, la utilización de la escritura como método de comunicación, incluso aunque lo que se pretenda fijar sean textos de tradición oral. Parece evidente que el concepto de literatura aparece en nuestra cultura asociado al prestigio de la palabra escrita, lo cual sitúa a esta manifestación social en un ámbito selecto y prestigiado, y, por supuesto, más restringido, el de la literatura culta.

     Desde este punto de vista, la relación de la literatura oral, tan importante en algunas épocas como la Edad Media o en algunos géneros, como la lírica popular contemporánea musicada, con la escritura literaria se concibe como un acto de prestigiamiento. Se ponen por escrito aquellos textos orales que en algún momento, por alguna razón, alguna persona proveniente del ámbito culto ha considerado oportuno, necesario o interesante darles una mayor categoría. Por ello es muy difícil acceder a textos verdaderamente orales, incluso en la actualidad, cuanto más en siglos tan lejanos como los de la Alta Edad Media. Esto explica, por ejemplo, la aparición de simbología cristiana en el Beowulf, o la complejidad estructural del Cantar de los Nibelungos. En realidad, no accedemos directamente a los textos originales, que han desaparecido de forma definitiva justo porque pertenecen a tradiciones netamente orales, sino a una versión culta, adaptada a un contexto de difusión culto por un escritor culto, que ha modificado el texto para incorporarlo de alguna manera a una nueva categoría estética que él considera superior. Lo mismo sucede, aunque en un contexto muy diferente, con la letra de las canciones de Bob Dylan, por ejemplo. El mero hecho de extraerlas de su contexto musical original y presentarlas como poemas exentos los convierte en otro tipo de texto, que pierde, por ejemplo, los énfasis de la entonación, la secuencia acentual de la melodía o determinadas repeticiones estructurales. ¿Cómo reproducir en un poema escrito las innumerables veces que Sting repite de forma obsesiva el sintagma “Sending out an SOS” en la canción de Police? Y eso que en este caso, la música actual, no se parte de la idea de que el verdadero poema es el que se fija por escrito, como sucede en el caso de la lírica oral tradicional, en la que el poema original es considerado inferior por el mero hecho de ser oral, debido al mayor prestigio cultural de la literatura escrita.

     De este modo, cobra mayor relevancia, en un aspecto diacrónico, la existencia de géneros literarios que desde el principio se desarrollaron por escrito, como la narración extensa en prosa, el teatro clásico o el ensayo. En estos casos, las obras entraron a formar parte directamente del concepto de literatura puesto que desde su origen fueron compuestas mediante letras escritas y no fueron concebidas para su difusión oral. Estaban, pues, dentro del concepto de literatura, en este sentido amplio anterior a nuestra época, la filosofía escolástica o el derecho, libros de viajes o relaciones históricas y casi cualquier subgénero dramático que exigiera libreto, tanto la comedia humanística, no representable, como la comedia clásica, por más alejada que se considerase de los cánones. Frente a ellos, géneros de mucha mayor tradición como la lírica de tipo popular, apenas eran valorados por su condición oral o, en todo caso, se consideraban una literatura menor, al igual que las improvisaciones teatrales de la “commedia dell´arte”, casos cercanos ambos a otras manifestaciones culturales no literarias como los festejos públicos o, en el caso peculiar de los relatos orales tradicionales, a las prácticas sociales de la vida cotidiana iletrada.

     Con el paso de los siglos, ya en la Edad Moderna, el establecimiento de una serie de cánones literarios para todos los géneros y la incorporación sistemática de los restos de la literatura tradicional oral a los modelos cultos, favoreció la consolidación de un concepto de literatura cada vez más cercano al nuestro: la literatura como un tipo de manifestación artística cuyo componente fundamental es la palabra. De este modo se da carta de naturaleza como obra literaria, por ejemplo, a los romances de tradición oral pero solo se restituye de ellos su contenido lingüístico, al margen de su habitual contexto musical. Y lo mismo sucede con las Cantigas de Santa María o los versos de los trovadores provenzales. Son estos últimos casos de lírica culta musicada en la que el concepto restringido de literatura preserva, exclusivamente, el ingrediente lingüístico, las palabras, y prescinde del sonido. En la misma línea, los poetas románticos ingleses escribirán baladas de tipo popular y tradicional pero considerarán ajeno a su quehacer la recreación o la invención de nuevas melodías que acompañen a sus palabras, pese a que sabían perfectamente que tal música era consustancial a sus modelos. A la inversa, deja de considerarse obra literaria, por ejemplo, aquella pieza teatral en la que no sea la palabra fijada en el libreto el componente fundamental y nadie incluye en una antología literaria de la poesía del siglo XIX las arias de Parsifal o el coro de los esclavos judíos del Nabuco de Verdi. Además, van quedando fuera de nuestro concepto actual de literatura aquellos tipos de texto que pese a ser escritos no pertenecen al mundo de la creación estética como la Economía, el Derecho o la Historia.

     Esta es, a grandes rasgos, la situación actual. El mundo de la literatura está fuertemente acotado por el concepto de creación artística, ligado a su vez a la “originalidad” romántica, y por el antiguo prejuicio a favor de lo escrito. Resulta muy difícil hallar comparaciones en términos de igualdad literaria de letras de un DVD de música pop con un libro de poemas impreso para su lectura o del guión de una película por más premiado que haya sido, con una obra de teatro de tipo convencional.

     Por otra parte, asistimos al inicio de lo que promete ser un muy lento pero sostenido proceso de sustitución del papel por las pantallas digitales como soporte de la literatura escrita. Resulta muy difícil hacer previsiones sobre el significado que este proceso puede llegar a tener en las próximas décadas en cuanto a nuestra percepción del fenómeno literario. Por lo pronto, los augurios catástrofistas que se emitieron al inicio, en la primera década del siglo XXI, se han demostrado ya erróneos y obsoletos. En estos momentos se puede asegurar, al menos, que el prestigio de la palabra escrita, consolidado en nuestra cultura durante más de un milenio, se va a mantener durante mucho tiempo sin apenas modificaciones. La lectura literaria, trasladada a las pantallas digitales muy poco a poco, mantendrá el prestigio de los géneros literarios clásicos ligados a la escritura, con una influencia poco significativa de la imagen o del sonido, que parecen seguir desarrollándose en sus ámbitos tradicionales, ligados a la oralidad, como en la Edad Media. Estamos, por lo tanto, ante un cambio de modelo vinculado solo al soporte material, como el paso del pergamino al papel o del manuscrito a la imprenta. Por supuesto, esto conllevará cambios radicales que afectarán de forma puntual a determinados subgéneros literarios que triunfarán o desaparecerán, pero, después de una década de experiencia con el nuevo soporte de la lectura, no hay indicios que hagan suponer que se vaya a producir un cambio significativo en el propio concepto de literatura. [E. G.]