LÍRICA CONCEPTUAL: REFLEXIÓN POÉTICA SOBRE EL MUNDO

    Por supuesto, la denominación de lírica conceptual podría ser considerada una contradicción en sus términos. Por un lado, desde el punto de vista teórico la lírica se concibe como el género propio de la expresión de los sentimientos más íntimos como la tristeza, la pasión amorosa, el entusiasmo patriótico... A su vez, la literatura occidental ha desarrollado desde la Antigüedad otro modelo textual propio para el desarrollo de las ideas abstractas y la reflexión teórica, al que en estas páginas nos referimos como Género Especulativo y que tradicionalmente se ha venido llamando Didáctico o Ensayístico. Pero también ha habido grandes poetas cuya principal aportación literaria ha sido profundizar más allá de esta división básica entre sentimientos e ideas y elaborar una lírica en la que las palabras transmitieran conceptos fundamentales no solo sobre el amor y el dolor de la poesía clásica sino sobre toda la vida en su conjunto. Hallaremos este tipo de poemas sobre todo en la Etapa Disolvente de la literatura europea pero en realidad se trata de un proyecto cultural ya presente en la Antigüedad, por ejemplo, en una obra de tanta influencia sobre la cultura de la Europa actual como el De rerum natura de Lucrecio. Pese a estar escrito en verso, el compendio de filosofía epicúrea de este poeta romano del siglo I a.C. no podría ser incluido en el ámbito de la lírica pero muchos de sus pasajes, como el himno a Venus con el que se abre, incorporan un intenso lirismo a la exposición racional, imposible de hallar en los tratados filosóficos al uso.

    Podríamos hablar también de lírica metafísica o intelectual, en la medida en que los temas de reflexión de los poetas van a ser las grandes cuestiones de la filosofía occidental: la vida humana, la relación del hombre con el mundo que lo rodea, la trascendencia del espíritu, la verdadera esencia de nuestro ser. Sin embargo, el modelo lingüístico y formal de estas grandes obras literarias, desde El Archipiélago de Hölderlin a Animal de fondo de Juan Ramón Jiménez, nada tiene que ver con el del género especulativo. El autor no intenta razonar con el lector sino impactarle, seducirle, impresionarle a través de la connotatividad de su lenguaje. En cierto modo, este tipo de escritura es heredera directa de la poesía mística de la Etapa Clásica y se sirve de retóricas parecidas. Se trata, en todo caso, de un misticismo sin dios, es decir, de una reflexión sobre un mundo inmanente y un hombre desvinculado de la trascendencia.

    Si prescindimos del precedente místico, los orígenes de esta lírica conceptual deben situarse en el periodo final de la Etapa Clásica, es decir, en el Neoclasicismo. A finales del siglo XVIII, la cultura europea consideraba la Razón y la Educación los motores del Progreso y todos los géneros literarios se vieron influidos por esa predilección por el razonamiento lógico y el didactismo. En el campo de la lírica, hallamos interesantes proyectos literarios en este sentido que van desde tratados filosóficos en verso como An Essay on Man de Pope en Gran Bretaña (1734), hasta la epístola versificada El filósofo en el campo de Meléndez Valdés (1794) en España, pasando por el Poema sobre el desastre de Lisboa (1756) de Voltaire en Francia o El Universo de Jeráskov en Rusia (1790). En todos estos casos, el elemento lírico del poema cede su sitio a la exposición racional del pensamiento abstracto y el predominio del interés por la transmisión del conocimiento ahoga la expresión emotiva del autor y su creatividad.

    Otro camino en la misma dirección es el que siguieron algunos de los primeros líricos románticos. En su caso, la pretensión original consistía en transmitir al lector una nueva forma de interpretar el mundo pero igualmente a través de los mecanismos literarios de la poesía. Estaban, por un lado, los escritores que recurrieron, a la manera de los neoclásicos, a determinadas formas, ya bien definidas, de la estética clásica. En general optaron por la epopeya que, en una obra como el Enrique de Ofterdingen de Novalis, se carga de tal forma de elementos líricos e intelectuales que la narración apenas es otra cosa que una excusa formal para el escritor. Fue Hölderlin con su gran poema El Archipiélago quien, a partir del subgénero clásico de la oda, creó otro modelo de lírica conceptual más original y de mayor trascendencia. Hölderlin intentaba elaborar, una vez más en Europa a partir de supuestos modelos griegos, toda una reinterpretación del mundo y de la existencia humana. Se trataba, por lo tanto, de convertir la obra lírica en un proyecto filosófico o, a la inversa, de elaborar una nueva filosofía a través de las técnicas y la esencia literaria del género lírico.

    Pese a todo, fueron los grandes poetas narrativos como Byron, Pushkin o Espronceda los que se impusieron como modelos en la primera mitad del siglo XIX resultando minoritarios y, sobre todo, marginales los representantes de esa otra corriente, como Giacomo Leopardi. Habrá que esperar al triunfo del Parnasianismo y, sobre todo, del Simbolismo francés para que de nuevo los grandes poetas de finales de siglo se sientan en la necesidad de crear una lírica que trascienda el sentimentalismo romántico. Acaso significativamente, el primer gran poemario de la lírica occidental que explota con maestría las posibilidades de esta lírica conceptual es Hojas de hierba de Walt Whitman, una obra literaria propiamente no-europea. A este respecto debemos hacer un par de consideraciones: el aislamiento y la falta de repercusión de la obra magna de Whitman sobre la cultura europea en las décadas siguientes a su publicación puede considerarse un buen testimonio de la no-europeidad, de la excentricidad cultural, de Hojas de hierba; a la inversa, la gran influencia de Whitman en Europa a partir de los años 30 tendría que ver con la inversión de los flujos de creatividad que se produce a partir de ese momento en la civilización occidental.

    En Europa, el camino hacia una lírica filosófica se llevó a cabo de forma definitiva ya en el siglo XX. En la época de la I Guerra Mundial, la negativa expresa de los vanguardistas a seguir explorando los temas recurrentes de la sensibilidad romántica favoreció que algunos poetas hicieran de la reflexión intelectual una técnica renovadora. El caso más significativo es, sin duda, la poesía de Álvaro de Campos, el heterónimo futurista de Fernando Pessoa. Su lírica, ejemplificada en magníficos poemas-río como Tabacaria u Oda marítima, trata de representar en imágenes una nueva forma de interpretar el mundo, a través de los estímulos sensoriales. Y si la poesía de Álvaro de Campos es la que mejor representa este tipo de lírica del pensamiento en el ámbito de las vanguardias, más radical aún es la postura de otro de los heterónimos, Alberto Caeiro, de estética más tradicional. En principio, podríamos pensar incluso que se trata de una lírica anti-conceptual, puesto que lo que Caeiro reclama precisamente es la validez de la sensación como elemento definitivo de la experiencia humana, sin abstracción intelectual ni trascendencia metafísica.

    En todo caso, con el nombre de lírica conceptual no queremos aludir a una lírica en la que desaparecen los sentimientos y menos aún las sensaciones sino a una expresión literaria en la que esos elementos de la experiencia son aprovechados por el autor para situar al lector frente a los temas básicos y propios del pensamiento abstracto. Por eso en esta misma línea de creación lírica debemos englobar lo que se conoce como “poesía pura”. Una vez más, en la obra de grandes escritores del siglo XX como Paul Valery o Juan Ramón Jiménez el punto de partida de su literatura son las sensaciones pero en este caso esos estímulos son sometidos a un riguroso proceso de depuración expresiva que intenta superar los modelos de la lírica sentimental para dotar a los poemas de una trascendencia espiritual cercana a la mística. Podíamos hablar, es cierto, de lírica espiritualista pero, en la práctica, la expresión lingüística de los poemas nos sitúa ante una escritura intelectual, en donde las sensaciones que el poeta desea transmitir se concretan en conceptos de índole filosófica y estos, a su vez, en imágenes poéticas potentes e innovadoras. En este sentido, de nuevo esta lírica conceptual de la que venimos hablando se halla muy cercana a la mística, tanto en las pretensiones del autor como en los recursos literarios de los que se sirve. [E.G.]