Dr. JEKYLL y Mr. HYDE: LA CARA OCULTA DE LA CIVILIZACIÓN

 

    Robert L. Stevenson, un novelista escocés poco conocido entonces fuera de Gran Bretaña, publicó El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde en Londres en 1886. Ese mismo año, en la Viena del Imperio Austrohúngaro, un joven médico llamado Sigmund Freud, cuyas primeras investigaciones se habían centrado en las posibilidades terapéuticas de la cocaína, decidió volcar su carrera profesional en el estudio de las pacientes histéricas que pronto lo harían famoso. No parece que haya el más mínimo contacto directo entre Stevenson y Freud y el personaje de Mr. Hyde es claramente anterior a la noción del subconsciente; sin embargo, la primera sensación que se tiene tras la lectura de la novelita de Stevenson es que nos hallamos ante una mágnífica versión literaria de la teoría del sicoanálisis.

    Stevenson acertó a plasmar en este relato cuestiones candentes relacionadas con la percepción y la interpretación de la condición humana y del estado de la sociedad entre los intelectuales europeos de finales del siglo XIX. Y eso es lo que ha convertido a esta narración aparentemente menor en uno de los mayores clásicos de la época. Stevenson fue capaz de dar forma canónica a un malestar, en ese momento solo latente, apenas percibido por los espíritus más sensibles: la dualidad del hombre y de la sociedad modernos, la inmensa oscuridad que ocultaban las educadas facciones del europeo civilizado, la falla terrible por la que iba a despeñarse muy pronto nuestro mundo.

    Stevenson escribe, en 1886, en la época de apogeo del Imperio Británico, cuando la sociedad inglesa que se disponía a leer el Dr. Jekyll más satisfecha estaba de sí misma, más segura de los logros que había conseguido y más confiada en un futuro de progreso incontenible. Y precisamente, el centro de su relato es Londres, la capital del Imperio, y el protagonista, un científico afamado, miembro respetable de la mejor sociedad londinense. Pero Stevenson plantea, en el ambiente noctámbulo y neblinoso del Támesis, la existencia de un transfondo oscuro y criminal bajo esa primera capa de respetabilidad. El científico protagonista explora posibilidades heterodoxas para escapar de incógnito de esa sociedad tan respetable, para él insoportable, y la experimentación con drogas prohibidas le permite dar satisfacción a ese deseo oscuro de libertad más allá de las normas. Y hay que tener en cuenta que la tragedia del Dr. Jekyll sobreviene por su incapacidad para tener bajo control el poder de la droga, no por la renuncia previa del protagonista a su uso.

    Al mismo tiempo, Mr. Hyde es el reverso del caballero victoriano: amoral, lujurioso, violento, cobarde... Además, sus taras morales se hallan en consonancia con su aspecto deforme, soez, grotesco... Maldad y fealdad se unen en este personaje que sirve de precedente para otra famosa creación de la época, El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, publicada en 1890. Allí también la presencia social impecable, exitosa e incorruptible del protagonista se corresponde con un doble asqueroso y perturbador que acumula en su imagen pintada las deformidades morales del original. Parace claro que Wilde pudo entrever en la novela de Stevenson la posibilidad de una reflexión cínica sobre la alta sociedad británica, a la que pertenecen tanto el doctor Jekill como el caballero Gray. Pero hoy en día, con la perspectiva que da el conocimiento de la historia de  Europa  a principios del siglo XX, las enseñanzas de Stevenson se nos antojan mucho más amplias.

    El novelista escocés nos permite reflexionar sobre la doblez, la corrupción y la muerte de toda una sociedad, representada, además, por lo que en ese momento se podía considerar lo más sólido que ofrecía: la ciencia. Bajo la capa hipócrita de investigación seria y de eficacia contrastada, Stevenson atisba un fondo de tensiones irreprimibles, de deseos oscuros y de ansias de libertinaje que solo pueden llevar a la destrucción. La poderosa y desarrollada civilización occidental, que parece a punto de alcanzar la gloria a finales del siglo XIX, incuba en lo más profundo de su ser un monstruo que la devorará y ella misma está deseando liberarlo y que disfrute. Freud también lo vio y lo dio a conocer, de una manera más científica pero no menos poética: la existencia del subconsciente, las pulsiones de sexo y de muerte, la necesidad de liberar los deseos reprimidos...

    La renuncia de Stevenson a Europa, su retiro a Samoa, donde murió en 1894, no como un “ciudadano del mundo” ni un “cosmopolita” sino, como Gauguin, intentando comprender y asimilarse a la cultura polinesia que lo había acogido, indica también uno de los caminos que se ofrecía a los intelectuales europeos visionarios de la catástrofe. Es cierto que fueron sus enfermedades lo que llevó a Stevenson a los mares del Sur pero la innegable satisfacción con que asumió el cambio, el giro de sus temáticas narrativas, su implicación en los problemas sociales de las islas –su polémica, sobre todo, con un tal Dr. Hyde, precisamente-, permiten presumir que no se trata de una mera coincidencia. En Samoa, Stevenson pudo sentirse acaso a salvo del desastre que había intuido en Londres; al margen, en todo caso. [E. G.]

EDICIONES DIGITALES

    EDICIÓN ORIGINAL: https://www.gutenberg.org/cache/epub/42/pg42-images.html

    TRADUCCIÓN FRANCESA: https://www.denis-editions.com/editions/editions_robert_stevenson_jekyll_pdf.pdf

    TRADUCCIÓN ALEMANA:

    TRADUCCIÓN CASTELLANA: https://web.uchile.cl/archivos/uchile/revistas/autor/rstevenson/jekyll01.pdf