HAGIOGRAFÍA: ALGO MÁS QUE LA VIDA DE UN SANTO

 

    Por definición, una hagiografía no es más que la biografía de un santo y en este sentido, no tendría por qué presentar características especiales más allá del tema, religioso, esencial. Sin embargo, a lo largo de toda la Edad Media europea las colecciones de “vidas de santos” adquirieron una importancia tal y con unas características tan peculiares que nadie duda en considerar la hagiografía como un subgénero literario específico.

    Precedentes de la hagiografía cristiana son las “acta martyrum” y, más aún, las “passiones” latinas de los primeros siglos de nuestra era, todavía en la época del Imperio Romano. Las primeras, escasas pero fidedignas, provenían de los procesos judiciales contra los cristianos perseguidos. De mayor repercusión literaria, las “passiones”, en cambio, como la Passio SS. Perpetuae et Felicitatis, del siglo III, se conciben como biografías parciales y ejemplarizantes. El narrador pretende dejar constancia de la profesión de fe pública del mártir y del sufrimiento que fue capaz de arrostrar por Cristo. De su biografía interesa, ante todo, la parte final y su ejemplaridad colectiva. En esta misma línea testimonial se encuentran los martirologios como el Martirologio Siriaco del siglo V.

    Pero conforme el Cristianismo fue ganando prestigio y, sobre todo, tras convertirse en la religión oficial del Bajo Imperio en sustitución del politeísmo clásico, los “mártires” fueron dejando paso a los “santos”, que, a su vez, incorporaron facetas taumatúrgicas y sobrenaturales propias de las antiguas divinidades. Al Cristianismo ya no le interesaba solo la demostración de fuerza y de resistencia manifestada a través del martirio; en vidas de santos como la Vita Antonii de Atanasio, del siglo IV, la Iglesia triunfante comienza a ofrecer modelos humanos de una espiritualidad superior, a través de cuya biografía se manifiesta el poder de Dios y su presencia cotidiana en la vida de los hombres. De este modo, el santo se convierte en una manifestación encarnada de la divinidad y su biografía en hagiografía, es decir, en el relato literario de esa manifestación sobrenatural. En la vida del santo adquieren especial relevancia los datos que muestran la presencia de Dios: un nacimiento extraordinario (santa Brígida), una conversión inaudita (santa María Egipciaca), hazañas maravillosas (san Jorge), milagros excepcionales (san Nicolás), manifestaciones sobrenaturales (san Martín de Tours), una muerte ejemplarizante (san Sebastián)… La hagiografía selecciona, ordena y justifica sus contenidos de acuerdo con una lectura predeterminada, manifestar la evidente santidad del biografiado. Pero además, el santo, en muchos casos, goza, para cuando se redacta el relato de su vida, de un prestigio local (san Isidro), gremial (santos Cosme y Damián) e incluso estamental (san Jorge), que la propia hagiografía ha de recoger y potenciar. Por ello, a partir de determinados relatos, que podríamos considerar canónicos, las hagiografías medievales son una muestra magnífica del arte medieval de la reescritura, la amplificación y la adaptación a través de versiones múltiples.

    La consagración definitiva de este tipo de producción literaria como un subgénero con características propias y precisas tiene lugar durante la Edad Media Central y está relacionada con el desarrollo de la predicación y el uso de los apólogos como ilustración en los sermones populares. En ese contexto, las “vidas de santos”, numerosas pero de difusión limitada en muchos casos, pasaron a integrarse en grandes colecciones como la Legenda Aurea de Jacobo da Varágine, de circulación general, y con una intención similar a la que dio forma a las de cuentos orientales: poner a disposición de los predicadores una gran cantidad de “enxiemplos”, en este caso específicamente religiosos, para ilustrar y potenciar la moralidad del discurso homilético. No es de extrañar, por lo tanto, que la Legenda Aurea siga una secuencia basada en el año litúrgico, de manera que el clérigo no tiene más que ir avanzando en la colección para hallar las lecturas adecuadas a las fiestas religiosas de cada momento.

    Por otro lado, la devoción por los santos estuvo ligada en toda la Europa medieval a la veneración de sus reliquias, por lo que la hagiografía fue uno de los géneros más desacreditados por la Reforma del siglo XVI. Y si en los países protestantes el rechazo fue general, también en la Europa católica esa veneración, tachada de idolatría por los reformistas, fue sometida a una profunda crítica racionalista, como ejemplifican las Acta sanctorum bolandistas del siglo XVII. Es cierto que en la devoción popular de los países católicos del sur de Europa este proceso de racionalización fue irrelevante pero entre la jerarquía eclesiástica los nuevos procesos de beatificación y canonización se fueron haciendo cada vez más rigurosos y, en consecuencia, el subgénero de la hagiografía inició una fuerte regresión que ha llegado hasta nuestros días. De hecho, hoy el término suele ser utilizado de forma metafórica e irónica, para referirse a textos biográficos, casi nunca religiosos, en los que la complacencia con el biografiado y la falta de rigor crítico resultan excesivos. [E. G.]