DRAMA

     La palabra drama se utiliza de forma habitual como sinónimo de obra de teatro y, de hecho, lo que aquí llamamos género teatral es conocido también como género dramático. Sin embargo, drama tiene también una acepción más restringida que hace referencia a un subgénero bastante bien caracterizado dentro de la división tradicional de las piezas teatrales: un texto en prosa de extensión estándar, es decir, cuya representación dura en torno a dos horas, en la que se combinan algunas de las características propias de otros dos grandes subgéneros, la Comedia y la Tragedia.

    El origen del Drama estaría, por lo tanto, en lo que en el Anphitrion de Plauto se designa como tragicomedia, aunque esta alusión de Mercurio no deja de ser una mera invención lingüística burlesca, sin verdadera intención clasificatoria. Sin embargo, el término tuvo fortuna literaria en el Renacimiento gracias a La Celestina, cuyo autor, Fernando de Rojas, enfatizó en el segundo de sus títulos, Tragicomedia de Calisto y Melibea, la originalidad compositiva de la obra como mezcla de tragedia y de comedia. A partir de aquí y pese a que el término “tragicomedia” desaparece y la palabra “drama” sigue manteniendo su significado teatral más amplio, la evolución de la comedia clásica española y del teatro isabelino hacia la mezcla de géneros hizo más patente, ya en el siglo XVII, la dificultad para seguir manteniendo las rígidas características diferenciadoras importadas de la Antigüedad.

     De hecho, la separación entre Comedia y Tragedia solo pudo mantenerse durante el periodo Neoclásico, pero con los primeros embates de la nueva estética romántica se vino definitivamente abajo. El teatro romántico negaba el teórico valor esencial de las normas clásicas para la creación artística y generalizó la mezcla de géneros, dando lugar a lo que hoy conocemos específicamente como Drama. Debe tenerse en cuenta, también, que al elegir el hiperónimo para designar a su nuevo modelo teatral, los románticos daban a entender que su “drama romántico” se consideraba la forma teatral europea por excelencia.

     El drama aparece se desarrolla, sobre todo en el siglo XIX, como una forma de subir a la escena la totalidad de la vida humana, sin exclusiones ni separaciones. Las clases más altas y las más bajas, como en Los bandidos de Schiller, lo más cómico y lo más respetable, los modelos de lenguaje más popular y los más elaborados, como en el Don Álvaro del Duque de Rivas. Pero también es cierto que, tal y como recoge otra de las acepciones del término, el drama suele competir con la tragedia su gusto por los finales negativos, en los que el protagonista es derrotado por fuerzas que no puede superar. En este sentido, en la Etapa Disolvente de la cultura europea podemos seguir encontrando auténticas comedias que funcionan como tales y mantienen las características tradicionales, como las obras de Óscar Wilde, mientras que apenas pueden ser halladas auténticas tragedias en el sentido clásico pues el lugar de este subgénero pasó a estar ocupado por el drama. Es el caso, por ejemplo, de La señorita Julia de Strindberg.