CONCEPTOS BÁSICOS: EUROPA

 

    Existe una definición elemental de Europa, la geográfica: Europa es un continente o, mejor, un subcontinente, una inmensa llanura que se extiende por la parte occidental del continente asiático. Comienza en los Urales y se va estrechando hasta su extremo suroccidental, la península ibérica. Europa sería una parte de Asia como lo es el subcontinente indio, aunque este tenga extensión bastante menor y mucha más población que Europa: 4 millones y medio de km.2 y 1.600 millones de habitantes al sur del Himalaya frente a 10 millones y medio de km.2 pero solo 750 millones de habitantes al oeste de los Urales.

    Sin embargo, la palabra Europa se corresponde también, desde sus orígenes, con una interpretación cultural de esta geografía. El mito clásico del rapto de Europa representa la versión mejor elaborada de esta visión fundacional de Europa como entidad cultural: Zeus rapta a la princesa fenicia Europa y se traslada con ella, a través del Mediterráneo, a Creta. La descendencia de Europa y Zeus crea la primera civilización propiamente europea, Cnossos, en los orígenes de Grecia, sentida desde el principio como una cultura bien diferenciada tanto de esos orígenes semitas de Oriente Medio como del mundo egipcio.

    De este modo, los griegos establecieron una identificación, que tendría éxito, entre geografía y cultura: Europa, al oeste del Bósforo, identificada con los propios helenos; Asia, en el oriente semita y, por último, África, vinculada a los egipcios. Este modelo, resulta obvio, era extraordinariamente simplista. En Europa se pasaba por alto la existencia de grandes culturas como la celta o la etrusca, e incluso la escita, que los griegos conocían tan bien. En Asia se desconocían las civilizaciones del Indostán o de China y África quedaba reducida al cauce del Nilo. Y sin embargo, pese a todas sus deficiencias, este ha sido el modelo teórico que triunfó, a causa, problablemente, de su simplismo.

    Ahora bien, nosotros, hoy, ¿aceptamos sin más que la cultura celta de la Irlanda del siglo II d. C., por ejemplo, era una cultura europea por la sencilla razón de que geográficamente se desarrolló en un espacio geográfico llamado Europa?

    Esta web no está dedicada a la geografía sino a la literatura, es decir, a una de las manifestaciones más sofisticadas de la cultura y, culturalmente, la Europa actual solo puede vincularse a una de las formas de vida de la Antigüedad, la que se desarrolló en el extremo suroriental del continente a partir del siglo VII a. C. Esta civilización, la griega, tuvo un desarrollo espectacular ya en el siglo V a. C., extendiéndose por buena parte del Asia Occidental y, desde el siglo II a. C. se generalizó por todo el Mediterráneo, europeo y africano, cuando los romanos optaron por asimilarse a este modelo de prestigio ya bien consolidado. En conclusión, hacia el siglo III d. C., casi 1.000 años después de los orígenes de nuestra civilización, sus límites de ningún modo se identificaban con la Europa geográfica.

    Otros mil años después, sin embargo, hacia 1250, los procesos históricos que habían provocado el hundimiento del Imperio Romano de Occidente habían cambiado por completo esta situación. Desaparecidos los reinos cristianos del Mediterráneo oriental, todo el territorio geográfico vinculado a la herencia cultural del mundo grecorromano se situaba dentro del continente con la única excepción de las regiones bizantinas de Asia Menor. Y a la inversa, en casi todo el territorio europeo, con excepciones menores en el sur de la península ibérica y en el entorno de la península escandinava (Lituania, Laponia...) se habían desarrollado modelos culturales que se consideraban a sí mismos, y a los que nosotros también consideramos aquí, herederos del Imperio Romano.

    De este modo, en los siglos que hemos denominado Edad Media Central puede identificarse, efectivamente, la Europa geográfica con la Europa cultural. Pero incluso en esos momentos Europa carece de uniformidad pues, mientras que en la parte más occidental del continente se había consolidado un modelo bastante heterogéneo como consecuencia del establecimiento de múltiples estados no latinos, en la zona oriental sobrevivía una organización cultural autónoma y homogénea bien diferenciada, el Imperio Bizantino. Y todavía habría que añadir, en el extremo nororiental, el desarrollo de un nueva cultura de origen eslavo, sometida entonces al Imperio Mongol pero con una estrecha vinculación cultural con Bizancio.

    A partir del siglo XVI esta identificación cultural-geográfica se rompe de nuevo. Por un lado, la desaparición del Imperio Bizantino hace que todo el sureste de Europa, desde los Dardanelos hasta Viena, pase a integrarse en la civilización islámica. Por otro, los descubrimientos geográficos hispánicos iniciaron el largo y complejo proceso de la colonización europea, como consecuencia de la cual, solo 300 años después, a principios del siglo XIX, la Europa cultural había desbordado sus fronteras geográficas y se extendía por todo el continente americano, Oceanía, amplias zonas del sur de África y numerosos enclaves en Asia. Además, la expansión asiática de Rusia había llevado esta otra modalidad de la cultura europea a través de toda Siberia hasta el Pacífico.

    En la actualidad, en la segunda década del siglo XXI, las fronteras de Europa no son fáciles de precisar. En primer lugar, la globalización está favoreciendo la difusión de modelos culturales uniformes que difuminan cualquier frontera y se avanza así, en teoría, hacia una civilización única para toda la Humanidad. Pero ese modelo no parece que vaya a ser el resultado de una síntesis sino más bien un nuevo tipo de colonización cultural: Occidente aporta la mayor parte de los elementos básicos de esa cultura global, que en otros lugares del mundo se impone forzando la desaparición de sus forma de vida particulares. Así pues, debemos plantearnos en primer lugar si ese nuevo modelo pretendidamente común podemos considerarlo “europeo” o si, en realidad, la propia Europa está siendo esta vez “colonizada”.

    Y también hay que tener presente el proceso de configuración de la Unión Europea. Conforme la Unión ha ido interviniendo en áreas culturales cada vez más amplias y, sobre todo, en la medida en que ha ido asumiendo una cierta autoconciencia de identidad europea, está siendo posible volver a concebir una renovada frontera cultural europea que, como en el siglo XIII, se circunscribiría de nuevo al subcontinente europeo. Ahora bien, esta identificación es aún muy imprecisa: Noruega, Suiza o Serbia, regiones de tradición cultural indiscutiblemente europea, no pertenecen a la Unión mientras que Ucrania, Bielorrusia o la propia Rusia siguen planteando los mismos interrogantes que hace mil años acerca de los límites imprecisos de nuestra cultura. [E. G.]