LA ESTRUCTURA POLÍTICA EUROPEA EN LA ALTA EDAD MEDIA

(I) EL REY Y EL EMPERADOR: LA SÍNTESIS DE LOS ORÍGENES

 

    Los conceptos de Rey y de Reino en la civilización occidental son muy antiguos pero, contra lo que pudiera parecer, están mas bien relacionados con modelos de organización política externos a nuestra cultura; no son conceptos esenciales de Occidente sino, más bien, estructuras administrativas que los grecorromanos consideraban propias de otros pueblos. En Grecia, por ejemplo, se conocen reyes legendarios como Teseo, rey de Atenas, o Agamenón, rey de Micenas, pero en la época clásica las ciudades griegas se precian de ser libres y autónomas y lamentan la situación de quienes como los macedonios o, sobre todo, los persas se ven sometidos a la voluntad monárquica de un Rey.[1] En Roma, del mismo modo, la época dorada de la República se inaugura con la expulsión de los reyes etruscos y, siglos después, la constitución política del Imperio se magnifica siempre frente a la existencia de reinos menores como Numidia, Pérgamo o Judea, vasallos o satélites y, en cualquier caso, irrelevantes. República o Imperio son las formas de gobierno que parecen más propias del mundo occidental en la época grecorromana: las pequeñas ciudades-repúblicas de la Grecia Clásica –Atenas, Tebas, Corinto...-, la poderosa república romana de Escipión o de Mario y los grandes imperios de Alejandro, de Augusto o de Marco Aurelio.

    Por eso, el final de Roma y establecimiento de las tribus germánicas en las tierras del Imperio de Occidente se concreta en la creación de un gran número de “reinos bárbaros”: visigodos, francos, ostrogodos, burgundios, anglos, sajones, vándalos, suevos... Cada pueblo asentado en alguna de las hasta entonces provincias romanas se configura como un “reino” diferente, a cuya cabeza se sitúa el “rey” propio de esa tribu. Este proceso sigue una lógica que, desde la perspectiva romana, percibe a esos nuevos actores políticos como elementos ajenos al corpus institucional establecido. Se trata de organizaciones externas, cuya consolidación representa la derrota definitiva del Imperio Romano y el triunfo de un orden nuevo, no occidental. De todos modos, no hay que olvidar nunca –y en este momento menos que nunca-, que los reinos germanos del siglo V no anulan el Imperio; solamente lo reducen, ya que el emperador romano sigue gobernando desde la que ya ha venido siendo su capital de los últimos siglos (Constantinopla) su inmenso Imperio restante, Bizancio.

    Como en todos los órdenes de la cultura europea, los siglos siguientes, del  VI  al X, que aquí hemos denominado Orígenes, se caracterizan por una completa reestructuración y amalgama de estos dos modelos que, tras el asentamiento de las tribus germanas, convivían en las provincias del antiguo Imperio de Occidente. En concreto, para el tema que nos ocupa, la estructuración del poder político en la Europa altomedieval, el acceso de Carlomagno a la dignidad imperial en la Navidad del año 800 representa una fecha clave. Ese día el ya casi único rey cristiano de occidente, y, desde luego, el único poderoso, parece querer recuperar la estructura política de su máximo referente cultural, el Imperio, superando de este modo el modelo propio y tradicional del que procedía él mismo, la monarquía pseudo-electiva de los francos.

    Por supuesto, la creación de auténticos modelos políticos europeos de prestigio no fue algo tan sencillo como recibir una corona del Papa en Roma. De hecho, pocos años después la división que tanto Carlomagno como su hijo Luis hacen de sus dominios entre sus descendientes carece de referente grecorromano alguno al combinar, de una forma bastante burda, los rasgos más típicos de la monarquía franca –el reparto de la herencia entre los hijos- con una concepción poco más que nominal de la idea del Imperio, que hace a los hermanos menores reyes dependientes del hermano mayor, el Emperador.

    Sin embargo, Europa se construye en esa época de los Orígenes, precisamente, a partir de esas combinaciones torpes, inexactas y voluntariosas de elementos dispares de procedencia germánica, cristiana y grecorromana. Y de este modo, el confuso y frustrado reparto de la herencia imperial entre los carolingios resulta ser, finalmente, el punto de partida del sistema de gobierno más propiamente europeo: un emperador de título preeminente vinculado a la aprobación del Papa, bajo cuya superioridad nominal se organizan una serie de reinos de menor categoría jurídica, anhelantes de independencia. Y de nuevo, la mejor manera de comprobar el inmenso cambio cultural que este proceso supuso consiste en compararlo con la evolución histórica que durante esos mismos siglos sufrió la otra parte del Imperio, Bizancio, donde el modelo administrativo romano apenas había sufrido otro cambio que la sustitución de las diócesis por los temas, siempre bajo la control único e indiscutido del Emperador.

    Más adelante veremos cómo se complica y se retuerce este modelo organizativo europeo básico pero ahora fijémonos por un momento en algunos detalles que quedan al margen de este proceso central.

    Carlomagno no era, hacia el año 800, el único rey de la Cristiandad. En Hispania quedaban, por ejemplo, los restos de lo que había sido un reino de similar categoría al de los francos, el reino visigodo, y los reyes de Asturias reclamarán ese título, casi irrelevante en ese momento pero de gran proyección futura. También había reyes cristianos en la isla de Gran Bretaña, anglosajones en el sur y pictos en el norte. Todos estos reyes eran, como los francos, descendientes de jefes tribales, y aunque sus dominios fueran incomparablemente menores que los de Carlos, la dignidad del rey no depende del número de sus súbditos. Y, por último, de nuevo en Hispania, también encontramos un caso parecido, en una tribu local, los vascones. En cualquier caso, es claro que ni la Asturias visigoda ni la Mercia inglesa ni la Alba escocesa ni la Pamplona vascuence podían ser vistas como modelos de prestigio durante los siglos de creación de la cultura europea frente al éxito territorial, político y simbólico del Imperio carolingio y sus reinos vasallos. [E. G.]



[1] .- También hay reyes en Grecia, por supuesto, como los dos reyes de Esparta, pero su función política, que es lo que aquí nos interesa, es muy diferente de lo que va a entenderse por “rey” y nunca se los identificará con auténticos monarcas como Alejandro o Darío, ni siquiera con reyes menores como Eumenes o Herodes Agripa.