2011: TOMAS TRANSTRÖMER - EL CIELO A MEDIO HACER (Ant.)

 
I: TOMAS TRANSTRÖMER

 

    El sueco Tomas Tranströmer, considerado el poeta escandinavo más importante de la segunda mitad del siglo XX, nació en 1931 en Estocolmo. Fue criado por su madre tras el divorcio de sus padres pero la persona que más profundamente marcó su formación fue su abuelo, piloto de barco, con el que pasaba sus vacaciones en el Archipiélago, junto a Estocolmo, y del que hablará sobre todo en su obra Bálticos.

    Desde su primera juventud se sintió atraído por la literatura y la poesía pero en sus estudios se decantó por la Sicología. En ese campo empezó a trabajar hacia 1960 con jóvenes delincuentes, minusválidos y toxicómanos. De forma paralela escribe y publica sus libros de poesía lírica pero incluso cuando se convierte en un escritor reconocido, continúa trabajando y no dará a luz más que pequeñas colecciones de poemas, quince en más de cincuenta años de escritura. Ejerce como sicólogo hasta 1990, repartiendo su tiempo entre su apartamento de Estocolmo y su residencia de verano de la isla de Runmarö, donde vive apartado del mundo y de los medios de comunicación.

    En 1990 fue víctima de un ictus cerebral que le dejó en parte afásico y hemipléjico. Desde ese momento ya no hablará más que con dificultad y no podrá tocar el piano más que con la mano izquierda. Esta minusvalía le obliga, por otra parte, a ralentizar considerablemente su producción literaria. Pese a todo, aún publica varios volúmenes de poesía gracias a la ayuda de su mujer Mónica, con la que tiene dos hijas, Emma y Paula. Continúa igualmente participando en encuentros literarios e incluso en 2013 figura como uno de los firmantes, junto con varios escritores y otros Premios Nobel, de un manifiesto contra la vigilancia y espionaje de los ciudadanos por parte de los estados. Poco después, en 2015, moría, a los 83 años de edad.

    A los 23 había publicado su primera colección lírica, con el título de 17 poemas. Ya entonces, la amistad de Robert Bly, un prestigioso poeta norteamericano que tradujo su obra al  inglés , favoreció en buena medida su fama internacional, sobre todo en los países anglosajones. Sin embargo, su primer galardón internacional fue el Premio Petrarca de poesía europea, concedido por un jurado alemán en 1981. Finalmente, en 2011 la Academia sueca concedió a Tranströmer el Nobel de Literatura “porque con imágenes densas y límpidas nos da un nuevo acceso a lo real”.

    Tomas Tranströmer fue un poeta atípico, en el sentido de que publicó poco y al margen de las modas artísticas generalizadas en la segunda mitad del siglo XX. Su paisaje literario estaba marcado por la belleza de sus imágenes, la concisión de su estilo y el poder expresivo de sus composiciones, que exaltan las sensaciones cotidianas. La fama de Tranströmer se debe sobre todo a su maestría inigualable en el uso de la metáfora y su audacia en la creación de imágenes novedosas. La imagen, en sus obras, es de una increíble precisión y transmite siempre una emoción al lector. Se inspira sobre todo en su juventud, en sus emociones y en su historia familiar en la isla de Runmarö. Sus poemas capturan los largos meses de invierno suecos, el ritmo de las estaciones y el esplendor de la naturaleza. De este modo, explora la relación entre nuestra intimidad y el mundo que nos rodea.

    Tranströmer es un poeta que, en la línea del simbolista Stéphane Mallarmé, ha tenido una vida normal: un trabajo, vacaciones en el extranjero, una mujer y dos niños. Sus poemas arrancan también de situaciones ordinarias. Toma la realidad familiar como un universo a describir de manera enumerativa y a trascender, hallando en situaciones banales, en objetos cotidianos y más frecuentemente en la observación de la naturaleza, toda la materia de la composición poética. Entre sus obras destacan El cielo a medio hacer (1962), Bálticos (1974), Góndola fúnebre (1996) y El gran enigma (2004).

 

EL CIELO A MEDIO HACER (ANTOLOGÍA)

    La concesión del Nobel a Tomas Tranströmer coincidió en 2011 con el viaje de una de mis alumnas, Elena Ansó, a Suecia, y debo a su amabilidad contar desde entonces con un ejemplar de su poesía en la lengua original, para mí ilegible En 2011, hacía casi 40 años, desde 1974, que ningún escandinavo había recibido el Nobel de Literatura, lo que invita a sospechar, en este caso, una cierta “urgencia” por galardonar a un compatriota. Sin embargo, ese mismo año esta edición de Nórdica me permitió acercarme, más allá del fetichismo, a una poesía que he aprendido a valorar desde entonces a mi manera, que ahora comparto con los lectores de estas páginas digitales.

    Tomas Tranströmer no es un escritor que haya encabezado alguna corriente poética de prestigio o que haya llamado la atención de la comunidad artística en algún momento de la literatura europea más reciente. Cuenta con un sólido prestigio en su Suecia natal y, al parecer, su fama había llegado a extenderse a la orilla alemana del Báltico. Aparte de eso, su obra carecía de notorias repercusiones. ¿Nos hallamos, pues, ante un autor menor que solo debe el Nobel a su nacionalidad sueca? Después de leer este libro he llegado a creer sinceramente que ni hubiera sido galardonado Tranströmer de no haber sido sueco, ni su poesía puede despacharse como menor, al menos en el ámbito europeo.

    La principal impresión que transmite esta antología es la enorme riqueza de la poesía del autor. Los orígenes de su obra datan de la década de los 50. Tenía poco más de 20 años y esas composiciones adolecen aún de la falta de originalidad y fuerza propias de un poeta de segunda fila. Su poesía es poco más que bonita, de imágenes bien seleccionadas y un tono nostálgico y elegante lejos tanto de la agitación estética de la Vanguardia como de la pesadumbre existencialista de Posguerra. Son poemas reflexivos que intentan profundizar en la esencia del mundo que rodea al autor, más allá de la realidad cotidiana que comparte con sus lectores. Más adelante, en “El sueño de Balakirev” hallamos dos nuevas pautas para su poesía. Por un lado, la fragmentación del estilo, descompuesto en breves imágenes líricas, ya casi autónomas, y por otro, el valor épico del conjunto, que, más allá de la mera impresión, pretende contar una historia relevante. La primera tendencia se desarrolla, ya en los años 60, en “Fórmulas de invierno”, poemillas asidos a una sola imagen. Es el camino hacia los haikus que le harán famoso al final de su vida. Pero antes, la otra tendencia va a cristalizar en el que acaso sea el “magnum opus” de Tranströmer, su poema épico Bálticos, de 1974, una epopeya familiar en verso profundamente original e íntima, que al narrar la historia de su familia, ofrece un cuadro vívido y profundo de buena parte de la intrahistoria europea del siglo XX.

    En todo caso, no va a ser este el camino por el que va a avanzar la producción poética del autor a partir de los años 80. El tono épico se banaliza en cierto modo en las prosas poéticas de La barrera de la verdad mientras que el gusto por la expresión sintética e impresionista va a ampliarse en los años 80 en poemas como “Seis inviernos” y, sobre todo, en los “Haikus” que aparecen ya como tales en Góndola fúnebre, de 1996. Para entonces Tranströmer ya tiene 65 años y ha sufrido una hemiplejia (1990) que le ha privado del habla. Resulta lógico, por lo tanto, que en su obra potencie todo lo que le permita aumentar la expresividad de su lenguaje con la máxima economía lingüística. Este tipo de poesía va a ser esencial en sus últimos libros como 29 haikus y otros poemas, de 2003.

    En su conjunto, y hasta donde pueda llegar mi lectura de segunda mano, el verdadero valor de la poesía de Tranströmer consiste en ofrecérsenos como una muestra magnífica de la lírica más “clásica” de la segunda mitad del siglo XX: una poesía reflexiva y metódica, que busca ampliar el conocimiento del ser humano individual y del propio poeta a partir de elementos tradicionales en el lenguaje lírico europeo como la Naturaleza y la Cultura. De hecho, incluso en su predilección por el haiku y las formas líricas más breves de su última etapa, podemos percibir las huellas, más allá de sus condicionamientos biográficos, de una amplia estética europea que hace de la esencialidad y la plasticidad elementos básicos de la lírica más contemporánea. [E. G.]