1946: HERMAN HESSE - SIDDHARTHA

 

I: HERMANN HESSE

    Hermann Hesse nació en un pequeño pueblo de la Selva Negra alemana en 1877. Su familia materna, de origen suizo, tenía una editorial de textos misioneros y su educación estuvo marcada por la fe pietista y por el estudio en un seminario evangélico cuya rigidez no pudo aguantar, tal y como dejó reflejado en su novela Bajo las ruedas. A partir de ese momento mantuvo un continuo enfrentamiento con sus padres que le llevó incluso a intentar suicidarse, por lo que estuvo ingresado en un manicomio. Finalmente, en 1893, con 16 años, dejó los estudios.

    Tras practicar varios oficios manuales comenzó a trabajar como librero, lo que le llevó introducirse en la literatura, leyendo sobre todo a los clásicos alemanes. Por entonces, en 1898, publicó su primer libro de poemas, que fracasó. Se trasladó a trabajar a una librería de Basilea, en Suiza, donde vivió solitario entregado a la escritura hasta que en 1904 publicó su primera novela, Peter Camenzind. A partir de ese momento Hesse pudo vivir de lo que escribía. A su matrimonio y la citada Bajo las ruedas, de 1906, siguió una crisis de creatividad y su viaje, en 1911, por Ceilán e Indonesia, que tanta influencia va a tener en la novela que comentaré a continuación.

    Al inicio de la I Guerra Mundial Hesse, que vivía en Berna, Suiza, se presentó voluntario en la embajada de Alemania para combatir pero fue declarado inútil por sus problemas con la vista. Entonces, comenzó a enfrentarse al nacionalismo alemán, por lo que fue considerado un traidor en su patria. A mismo tiempo, graves problemas familiares le obligaron a realizar un tratamiento sicoterapéutico, lo que le llevó a sentir un especial interés por el sicoanálisis y los símbolos, de acuerdo con las teorías de Carl Jung. Es entonces, 1917, cuando escribe Demian, que publicó con seudónimo dos años después. Una grave crisis sicótica lo alejó de su esposa y el escritor se mudó al cantón del Tesino, en la Suiza italiana. Allí escribió Siddhartha, que publicó en 1922, y comenzó a pintar.

    Hesse volvió a casarse en 1924 y obtuvo la nacionalidad suiza. De 1927 es su novela más célebre, El lobo estepario, tras la cual llegó un nuevo matrimonio y la publicación de Narciso y Goldmundo, en 1930. A partir de ese momento comienza su preocupación por el auge de Hitler en Alemania. Recibe en su casa tanto a Bertolt Brecht como a Thomas Mann cuando estos marchan al exilio y trata de oponerse a la evolución política de Alemania manifestándose en los periódicos a favor de autores perseguidos por los nazis. Como consecuencia, a mediados de la década, ningún diario alemán se atrevía ya a publicar textos suyos. Durante la II Guerra Mundial se centró en la escritura de El juego de los abalorios, que apareció en 1943. Fue en parte por esta obra final por la que le fue concedido el Premio Nobel en 1946. Después, apenas publicó nada más, antes de morir en 1962 a los 85 años.

    En principio, su éxito tuvo lugar solo en el ámbito de la lengua alemana, con obras como Demian, durante la década de los años 20. Su última novela también influyó en la Alemania de posguerra pero luego su popularidad se eclipsó. Sin embargo, tras su muerte, su fama se divulgó sobre todo por EE.UU. donde sus novelas se contaban entre las más vendidas. Esto fue debido a la eclosión de la cultura hippie, que se apasionó por temas como la búsqueda de la iluminación de Siddhartha o la sicodelia inducida por las drogas que se vinculaba a determinadas partes de El lobo estepario. Desde EE.UU. el gusto por Hesse se extendió de nuevo a Alemania y Hesse se convirtió en los años 70 en el autor europeo más leído y traducido del siglo XX, sobre todo entre los lectores jóvenes.


 

II: SIDDHARTHA

    A finales del siglo XIX se difundió por el arte europeo el gusto orientalista, es decir, la incorporación a nuestra cultura de elementos propios del arte oriental con una finalidad ornamental. Un ejemplo sencillo fue la introducción del biombo como mueble decorativo en los salones burgueses del II Imperio pero también formaron parte de esta corriente relatos tan famosos como El libro de la selva y obras maestras como Madame Butterfly. Esta moda ha de contextualizarse en la expansión imperialista europea, el contacto superficial con otras grandes culturas de la Humanidad y acontecimientos socio-políticos tan trascendentes como la coronación de la reina Victoria como emperatriz de la India o las primeras grandes Exposiciones Universales.

    En principio, lo que aleja el Siddhartha de Hesse de esta moda orientalista finisecular es su fecha de publicación, posterior a 1918. Ya antes de la Gran Guerra algunas de las aproximaciones de los jóvenes artistas a las culturas no occidentales fueron más allá de los gustos esteticistas de la época: las jóvenes taihitianas de Gauguin o las máscaras africanas de Les demoiselles d’Avignon ofrecían, más que un motivo decorativo novedoso, un replanteamiento. Siddhartha, en esa misma línea, no pretende aprovechar una cultura exterior para embellecer la nuestra, sino, tras el desastre absoluto de la segunda década del XX, ofrecer un modelo alternativo. A la manera del Zaratustra de Nietzsche, Hesse viene a decir: “Olvidémonos de Europa; Oriente nos ofrece otra visión que supera, desde hace más de 25 siglos, a la nuestra”.

    Siddhartha, sin embargo, no tuvo apenas éxito en los años 20, una década en la que Europa todavía creía poder reconstruirse con su propias ruinas. Solo veinte años después después de la muerte del autor y a cuarenta de la publicación de la novela, tras la hecatombe definitiva de la II Guerra Mundial y al otro lado del Atlántico, Siddhartha se convirtió en el inmenso éxito editorial que Hesse no había tenido nunca. A partir de 1960 en los EE.UU. de los hippies, las crías bien nutridas de capitalismo occidental improvisaron un nuevo modelo contracultural que quería superar el sucio legado de sus mayores, los vencedores de la guerra. Miembros de un imperio mundial superior incluso a la Gran Bretaña victoriana, los hippies se consideraban herederos culturales de toda la Humanidad y sus ojos se fijaron en Oriente y, más concretamente, en la India. De forma inesperada, a lo largo de los años 60 y 70 miles de jóvenes estadounidenses primero y de europeos después se sintieron atraídos por una espiritualidad novedosa para ellos y adornada, al mismo tiempo, por tradiciones milenarias. Jóvenes universitarios de Oklahoma y Ohio se declaraban discípulos de yoguis de Katmandú y de Lasha; músicos famosos de Liverpool dedicaban una parte de su vida a aprender a tocar el sitar con Ravi Shankar. En este contexto, Siddhartha se convirtió en un best-seller de la época y en el libro de cabecera de toda una generación. En la novelita de Hesse los hippies de la contracultura, encontraron una espiritualidad alternativa con el prestigio del Nobel. Leer, después, en Bajo las ruedas el mismo rechazo del modelo educativo occidental o identificarse en El lobo estepario con los márgenes de una sociedad decadente, solo era una constatación de que la elección de Hesse había sido acertada.

    Hesse, que nunca había sido un escritor de masas, gozó, varios años después de su muerte, de un éxito inesperado entre un público joven y extranjero. Todavía yo, en los primeros 80, viví los últimos coletazos de esa ola de fervor adolescente por Hesse escuchando The Wall de Pink Floyd en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza, tan lejos de la Alemania de Wiemar como de los EE.UU. de Woodstook. Pero también pasó todo aquello, y hoy, de vuelta a estas breves páginas de Siddhartha, leo un libro muy diferente. Imagino a todos esos miles de hippies de los 60 deshaciéndose de sus polvorientas ediciones de Hesse para dejar sitio en su salón domótico al último Led de 52 pulgadas. Pienso en el propio Hesse avergonzado, al ver arder el Reichstag, por haber pensado que podía cambiar la mentalidad de sus compatriotas hablándoles de Buda. Así que veo en Siddhartha un ejemplo más del inmenso fracaso europeo del siglo XX y solo salvo en él una deliciosa “chinoiserie” hindú, la elegante anécdota, preciosista y decorativa, de un buen prosista. Un cuento oriental delicado e inane, con el viejo atractivo de las anécdotas de la tradición sufí o los relatos hasídicos de Singer, un eco lejano del Barlaam y Josafat de la Edad Media o de las hagiografías más naïf de la Legenda Aurea. Y así quiero despedir hoy aquí a Hesse, aunque él tal vez no lo apreciara: como un eslabón más en la compleja y recia cadena, tal vez aún no del todo rota, de la literatura europea. [E. G.]