1961: IVO ANDRIĆ - UN PUENTE SOBRE EL DRINA

 

I: IVO ANDRIĆ

    Ivo Andrić nació ocasionalmente en 1892 cerca de Travnik, aunque sus padres, croatas católicos, residían en Sarajevo, capital de Bosnia. Huérfano de padre a muy corta edad, fue educado por una de sus tías en Višegrad, junto a Serbia, lugar en que se encuentra el famoso puente que daría título a la novela que comentaremos a continuación. A partir de los diez años, continuó sus estudios secundarios en Sarajevo y los superiores en las universidades de Zagreb (Croacia), Viena (Austria) e incluso, durante un cuatrimestre, Cracovia (Polonia). Por entonces, su Bosnia natal, al igual que todas estas otras ciudades y regiones, formaba parte del Imperio Austrohúngaro. En cuanto a su producción literaria, antes de la I Guerra Mundial Andrić había dado comienzo a su carrera como escritor publicando algunos poemas y relatos breves en los periódicos de Sarajevo. También llevó a cabo sus primeras traducciones de Strindberg o Whitman. En cambio, su primer libro, una recopilación de prosas poéticas titulada Ex ponto, no aparecería hasta 1918.

    Ya en 1911, Andrić había sido elegido primer presidente de la Organización Progresista Serbo-Croata, una sociedad secreta de Sarajevo que promovía la unidad entre la juventud serbia y croata como forma de oposición a la ocupación austrohúngara. Al mismo tiempo, Andrić había entrado a formar parte del movimiento nacionalista Mlada Bosna ("Joven Bosnia"), partidario de la independencia de Yugoslavia, al que pertenecía Gavrilo Princip, autor del asesinato del archiduque Francisco Fernando en 1914, que provocó el estallido de la I Guerra Mundial. Por ello, durante el conflicto Andrić fue detenido por las autoridades imperiales, encarcelado y sometido a una constante vigilancia policial, a pesar de su muy delicado estado de salud.

    Acabada la guerra y tras la creación, en 1918, del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, que en 1929 se convertiría en Yugoslavia, Andrić inició una exitosa carrera diplomática al tiempo que participaba activamente en la vida literaria de su país. Durante dos décadas trabajó en legaciones yugoslavas de toda Europa, como Ciudad del Vaticano, Graz, París, Bruselas y Ginebra. En el ámbito literario, en 1920 había publicado otro libro de poemas en prosa, titulado Nemiri ("Problemas") y en 1924 su primer volumen de cuentos. Ese mismo año acabó sus estudios doctorándose con una tesis sobre el desarrollo de la vida espiritual en Bosnia bajo la influencia del Imperio Otomano y en el 1926 ingresó en la Academia Serbia de Ciencias y Artes. En esta época decide también abandonar el dialecto Ijekaviano, que era el propio de su Bosnia natal, por el Ekaviano, más generalizado para toda Yugoslavia.

    El estallido de la Segunda Guerra Mundial sorprendió a Andrić como embajador en Alemania, puesto del que dimitió en 1941 para regresar a Belgrado definitivamente, poco después de que el ejército de Hitler ocupara Yugoslavia. Allí permaneció durante toda la contienda, alejado de cualquier cargo político a causa de sus desavenencias con el gobierno impuesto por los nazis. Recluido en el piso de un amigo, dedicó su tiempo a escribir tres novelas, Un puente sobre el Drina, La crónica de Travnik y La señorita, publicadas en 1945, siendo consideradas las dos primeras las obras maestras del autor. En ellas narra la vida cotidiana y costumbres de su Bosnia natal y de sus habitantes. De hecho, aunque él se consideraba ante todo un escritor yugoslavo, e incluso específicamente serbio, fue su tierra natal, Bosnia, con su historia, su folclore y su variedad étnica, cultural y religiosa, la que le proporcionó los temas para sus principales obras.

    El gran éxito de sus novelas de 1945 lo convirtió en el más prestigioso de los escritores yugoslavos de su tiempo. De inmediato, en 1946 fue nombrado presidente de la Unión de Escritores de su país y entre 1947 y 1953 llegó a ser elegido diputado en los parlamentos de Bosnia-Herzegovina y de Yugoslavia. Cuando le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1961, el comité alabó en particular "la fuerza épica" con la que había descrito los destinos humanos afectados por la Historia de su país, sobre todo en su novela Un puente sobre el Drina. El conjunto de la obra literaria de Andrić, la mejor del país que durante varias décadas fue Yugoslavia, recoge la sabiduría anónima de un pueblo que en el relato de su propia historia mezcla humor, fábula y tragedia. Tras la recepción del Nobel, Andrić, consagrado como uno de los mejores novelistas del siglo XX, siguió recibiendo todo tipo de honores en su país hasta su muerte en 1975 en Belgrado, todavía capital de Yugoslavia, retirado ya de la vida pública.

 

II: UN PUENTE SOBRE EL DRINA

    Hacer protagonista de una novela a un puente parece un proyecto literario fuera de lugar, destinado al fracaso o a la irrelevancia. Una excentricidad pintoresca, como mucho. Sin embargo, Un puente sobre el Drina está considerada hoy en día la obra maestra de su autor, Ivo Andrić, cima de la literatura yugoslava, o serbia, o como quiera que deba llamársela ahora.

    La apuesta por el puente da la medida de la grandeza de la novela. En la narración clásica, son los protagonistas quienes centran la acción; en la novela vanguardista, con la acción dispersa, surge el protagonista colectivo, pero siguen siendo los personajes, en Manhattan Transfer o en Las olas, quienes organizan el relato. La opción de Andrić desvía el foco narrativo de la inestable peripecia humana hacia la inmutabilidad arquitectónica. Así, la novela recoge el transcurso de la historia de Višegrad a lo largo de cuatro siglos, desde principios del XVI, cuando el futuro Gran Visir patrocinador de la obra, Mehmed-Pachá Sokolović, cruza el Drina camino de Estambul, hasta principios del XX, cuando es destruida por vez primera una de sus arcadas durante la Gran Guerra. A lo largo de las 500 páginas de la novela, la historia de esta zona de Bosnia se desliza como ese río imponente que fluye bajo el puente. Solo en la segunda mitad, que recoge los 40 años de ocupación austriaca anteriores a la Guerra, la acción se remansa en torno a los conflictos nacionalistas que llevaron, en 1918, a la creación de Yugoslavia.

    Puede parecer, en principio, que la imagen del puente como símbolo de estabilidad frente a la corriente continua de la Historia hará de esta novela un relato alegórico poco atractivo como narración. El éxito del autor consiste, sin embargo, en lograr lo contrario. El puente de Mehmed-Pachá no es en ningún momento una metáfora literaria sino una realidad plenamente humana. Su construcción responde al deseo de un gran señor de favorecer la tierra donde había nacido; su función es mejorar la vida de los habitantes de la región, posibilitar la comunicación entre las distintas zonas del Imperio Otomano, entre Oriente y Occidente. Para Andrić el puente aparece, sobre todo, como una posibilidad de convivencia. Musulmanes, cristianos y judíos, serbios, turcos y austriacos, ciudadanos, aldeanos y forasteros van a poder compartir sus vidas durante siglos en torno a sus once arcadas. Todos ellos utilizarán la kapia para descansar de sus faenas, para intercambiar noticias, para contar una y otra vez las viejas leyendas y tradiciones de Višegrad, relacionadas de una forma u otra con el propio puente. Ahí está, por ejemplo, la trágica historia de amor entre el hijo de Mustaí-Bey y la hija de Avdaga Osmanagic, que ocupa todo el capítulo VIII de la novela, reescrito a partir de la canción popular que el propio Andrić pudo escuchar aún en Višegrad un siglo después de los acontecimientos.

    En este sentido, Un puente sobre el Drina puede ser considerada sobre todo una gran novela popular, en el sentido que esta expresión tenía en los países socialistas durante el siglo XX. Andrić se sirve de la tradición oral para reconstruir la historia cotidiana y secular del Višegrad de su infancia, ejemplo de una pluralidad posible, que él mismo veía como una de las grandezas de Yugoslavia. A pesar de haberla escrito durante la II Guerra Mundial, cuando chetniks y ustachis elevaron al máximo las tensiones nacionalistas de la zona, Andrić, como en la Crónica de Travnik, recrea un mundo si no ideal -ningún lector olvidará el empalamiento de Radislav de Unichte-, sí, al menos, posible, en el que las diferencias religiosas, étnicas y lingüísticas de la zona se combinan en una comunidad transigente y abierta para todos. Sin embargo, cabe preguntarse, a la luz de los horribles acontecimientos sucedidos en Yugoslavia solo dos décadas después de la muerte de Andrić, si este mundo plural y sofisticado no respondía a una mera idealización voluntariosa de escritor.

    Durante la Guerra de Bosnia, uno de cuyos iconos fue precisamente la destrucción de un puente, el de Móstar, la región de Višegrad se vio sometida a una brutal limpieza étnica, de forma que donde bosnios y serbios formaban una sociedad mixta -50% de bosnios y 40% de serbios en 1961, cuando Andrić recibió el Nobel- hoy solo quedan serbios, y una población reducida en un número equivalente al de los musulmanes asesinados o desplazados. Le cabe al menos al novelista el acierto de haber llamado la atención sobre la necesidad de símbolos comunes en torno a los cuales desarrollar la convivencia para alejar la barbarie. El puente de Mehmed-Pachá simboliza la civilización, basada en la comunicación entre las personas, el desarrollo comunitario y las tradiciones compartidas. Contra ese puente siguen embistiendo todavía las identidades etnicistas y los nacionalismos bárbaros, que solo traen miseria, destrucción y muerte. [E. G.]