YERULDELGGER: EN LAS ESTEPAS DEL LEJANO ORIENTE

Ian Manook: Yeruldelgger, Albin Michel, 2013.             
           
 

I: YERULDELGGER

 

    Si hemos de creer al autor, tal y como confiesa él mismo en su Avant-propos, debemos la existencia de este pintoresco oficial de la policía mongola de exótico nombre a una especie de desafío provocado por el enfado de su hija, al no poder leer nunca el final de unos relatos que su padre comenzaba como por capricho para abandonarlos después. De este modo, a partir de 2011 Manook habría comenzado a escribir todo tipo de literatura de los más variados géneros, a razón de dos libros por año, siendo el cuarto “ce polar mongol en 2012”. Estaría fuera de lugar, pues, incluir a Yeruldelgger en esta nómina dedicada a protagonistas de series de novela negra ya que la obra de Ian Manook, seudónimo de Patrick Manoukian en este caso, no formaría parte de una serie sino que sería una novela aislada ocasional. Sin embargo, en 2014, en la edición de bolsillo que yo utilizo, ya indica también el autor que, debido al éxito de la obra, “mon éditeur me demanda un autre Yeruldelgger, que j’avais déjà écrit avant même qu’il ne publie le premier”, Les temps sauvages. Y mientras escribo estas líneas, ya en 2019, hay en las librerías una tercera novela, La mort nomade, que compone con las otras dos lo que con todo derecho puede considerarse una serie de novela negra, mínima pero exitosa serie.

    Patrick Manoukian, periodista francés de origen armenio y afamado autor de libros de viajes, ha conseguido, desde luego, crear un personaje y una serie policiaca verdaderamente originales a base de forzar la extrañeza de su relato para ofrecer al público francés una ambientación rebuscada incluso en su exotismo: un comisario de policía de Ulan Bator, capital de Mongolia. Siendo que la mayoría de los autores de novela negra parten del principio de que sus obras exploran la oscuridad que rodea la sociedad en la que vive el propio lector, en Glasgow, Barcelona, Atenas, Oslo o Sicilia…, Manook opta por el más radical extrañamiento: no solo selecciona una ambientación completamente ajena a sus lectores sino que opta por un lugar tan remoto que ni tan siquiera se corresponde con un tópico bien definido, como hubiera podido ser la India, Japón, Sudáfrica o Brasil, del que el lector pudiera echar mano. Y por si fuera poco, una de las peculiaridades más llamativas de este policía es que buena parte de su comportamiento se halla condicionado por las más antiguas y extrañas tradiciones del pueblo mongol al que pertenece, lo cual hace el extrañamiento aún más llamativo si cabe: se preocupa por la forma de poner los pies en la yurta, agradece que se asperja leche en todas las direcciones cuando se marcha, respeta de forma radical las tradiciones mortuorias de las tribus mongolas… Por suerte, como tantos de sus colegas europeos, su vida personal es un infierno, lo cual lo hace un poco más humano y previsible a nuestros ojos occidentales.

    Parece claro que es esta combinación de poli justiciero a lo Harry el Sucio y guerrero brutal de Gengis Khan, con sus toques de místico sufí, a lo que se ha debido buena parte del éxito de la serie, original y llamativa. Por otra parte los casos resultan interesantes por sí mismos pues, contra lo que podría esperarse por lo dicho hasta ahora, se hallan vinculados a aspectos muy actuales de la vida contemporánea occidental. Demos, pues, las gracias a la hija de Manoukian por haber forzado a su padre a dejar a un lado su impertinente diletantismo para ofrecernos unas novelas policiacas apasionantes, inesperadas e incluso instructivas. He de reconocer que no se me había ocurrido hasta ahora la posibilidad de visitar Mongolia.

 

 

II: YERULDELGGER

 

    Hay un momento en la novela en la que el protagonista abandona el caso, que en ese momento lo supera, y halla refugio en un monasterio budista, o así. Hasta entonces el relato discurre por unos cauces casi tradicionales: hay un par de crímenes ruines y salvajes, un comisario con un pasado tormentoso y un presente atormentado, los malos de rigor, ayudantes de libro… Cierto que todo pasa en Mongolia, donde el paisaje nos recuerda una y otra vez que estamos a miles de kilómetros de Occidente, pero las escenas de comisaría y las descripciones del bajo mundo de la capital nos recuerdan también que hoy en día Occidente está en todas partes. Pero de repente aparece el monasterio, con sus monjes de cuento oriental y su filosofía de película de Bruce Lee, y lo que hasta entonces era una novela negra más muta en un pintoresco experimento contemporáneo de exotismo intercultural.

    No pretendo ser irónico. Si un escritor francés muy viajado pretende escribir una novela de detectives fuera de lo común, lo menos que puede hacer es arriesgarse a que no se le tome en serio. Y la faceta mística de Yeruldelgger, la cesura que introduce en la novela ese atrabiliario giro del argumento, resulta sin duda el mayor acierto del relato. De no ser por ello el lector acabaría preguntándose qué necesidad había de trasladar a Mongolia una historia tan tópica, tan propia de un thriller nórdico o, peor aún, californiano. Al convertir el argumento de la novela en una historia que no se toma en serio a sí misma, el lector puede seguir leyendo con la tranquilidad de que lo que tiene delante no es más que un juego de ficción, una invención ingeniosa de alguien que quiere demostrar que sabe escribir como los mejores sin dejarse llevar por ellos, apostando de farol contra ellos. Un Harry Hole sintoísta, o así: eso tiene su punto.

    Sin embargo, lo que en una novela inesperada puede ser un acierto, en una serie policiaca carece de sentido. ¿Cómo puede evolucionar un policía como Yeruldelgger en una serie de casos diferentes? El recurso del monje condiciona por completo al personaje y volver a la técnica del “pequeño saltamontes” le haría quedar en ridículo. Por otro lado, prescindir sin más de ese tono sorprendente exigiría del autor el uso de algún otro truco difícil de imaginar. Ahora ya no puede volver a presentarnos a un poli mongol común y corriente, sobre todo porque el resto del exotismo de la obra, las yurtas, el paisaje, las ceremonias y las comidas típicas, todo eso ya ha sido explotado también con acierto en este primer libro. Manook se la jugó en el primer tomo, pensando que sería el último, y acertó, pero al mismo tiempo quemó sus naves, haciendo muy difícil que la continuación esté a la altura. Pero eso, ¿a quién le importa?

    En estos momentos, brindo por ese monasterio zen, o así, de Yeruldelgger y por la libertad creativa que todo artista, sea Patrick Manoukian o George Lucas, tiene derecho a tomarse para dar vida a los mundos que nos ofrece. [E. G.]