AGATHA CHRISTIE: LA GRAN DAMA DEL CRIMEN EUROPEO

Agatha Christie: Asesinato en el Orient Express, Espasa, 2015.       

I: HERCULES POIROT

    Son muchas las características que comparte el detective Hercule Poirot con su principal modelo literario, Sherlock Holmes. De la más importante, además, participa también el protodetective de estas novelas de género, el Auguste Dupin de Poe: su carácter, de una altivez insoportable. De hecho, cabe preguntarse qué atractivo puede tener esa personalidad para esta inmensa mayoría de lectores que disfrutamos por igual con Los crímenes de la calle Morgue, El perro de los Baskerville o El asesinato de Roger Ackroyd, para que aceptemos agradecidos como protagonista a un detective al mismo tiempo tan insolente, fatuo, soberbio e incorregible.

    Como de Dupin y Holmes, su carácter hace de Poirot, sobre todo, un desplazado. Viven y trabajan al margen de la sociedad, recluidos en sus investigaciones, que se convierten en el único nexo de unión con sus semejantes, de quienes se consideran netamente superiores por el hecho, indiscutible, de que manejan de forma más eficiente los mecanismos lógicos del cerebro. Y esa desvergonzada falta de humildad les hace resultar desagradables y repulsivos, tanto al resto de los personajes como a los propios lectores. Resulta curioso que en la creación de su Poirot, Agatha Christie haya traspuesto esta inmodestia y fatuidad también a los rasgos físicos del personaje, lo que no sucedía con sus antecesores. Poirot es un individuo de aspecto ridículo con sus modales rigurosamente exquisitos, su pulcritud extrema y la falta de prestancia de su porte, ornamentado con un aparatoso bigote. No es de extrañar que la propia autora llegara a hartarse de tan estrambótica y desagradable personalidad y acabara con él ya en los años 40, aunque fuera a escondidas. Por cierto, este es un rasgo paraliterario que también vincula a Holmes con Poirot: el hartazgo de sus creadores y su necesidad de acabar con ellos. Sin embargo, la escritora de Torquay valoró de forma mucho más práctica que su maestro, cuya frustrada tentativa hubo de tener presente, las posibilidades literarias y económicas de su personaje y guardó durante 30 años esa novela definitiva, Telón, en la que acababa con Poirot, para que solo fuese publicada unos meses antes de su propia muerte.

    Colaboran también al extrañamiento del personaje su orígenes belgas. Se dice que la nacionalidad se la debe Poirot a la presencia de emigrados belgas en Gran Bretaña durante la I Guerra Mundial pero la primera novela en la que aparece, El misterioso caso de Styles, se publicó en 1920, lejos ya del contexto bélico que haría plausible esa justificación puntual. Preferimos pensar que Christie no quiso que un personaje tan repelente y por el que tan poco aprecio sentía fuera inglés y prefirió apostar por alguien más cercano a Dupin que a Holmes. Pero, si fue así, ¿por qué no hacerlo, sin más, francés? Tratándose de Agatha Christie no conviene soslayar nunca las cuestiones meramente crematísticas y qué duda cabe de que si a sus lectores ingleses les podía resultar gracioso seguir las andanzas de un extranjero tan pintoresco y risible, para los franceses, en cambio, no lo sería tanto, siendo Poirot paisano suyo; ahora bien, tratándose de un belga, ese pequeño país de donde cabe esperar tan pocos lectores...

 

II: MURDER ON THE ORIENT EXPRESS

 

    Una de las ambientaciones más prácticas para una novela de detectives es el aislamiento y nadie ha sabido mejor que Agatha Christie aprovecharlo: un grupo de personajes se hallan aislados del mundo exterior y comienzan los crímenes. El asesino es uno de ellos pues nadie puede haber venido de fuera. ¿Cómo descubrirlo antes de que ejecute todos sus planes? Este es el argumento básico de la única obra de teatro de la autora, La ratonera, de inmenso éxito durante décadas, y también el de algunas de sus mejores novelas, como Diez negritos o Asesinato en el Orient Express. En Diez negritos el aislamiento es natural y consciente: los personajes han sido convocados por el asesino a una isla. En La ratonera, en cambio, como en Asesinato en el Orient Express, el aislamiento es accidental y momentáneo; en ambos casos la caída de una gran nevada provoca que los personajes queden incomunicados temporalmente.

    De este modo, Asesinato en el Orient Express, como las mejores novelas de Agatha Christie, se convierte de inmediato en un maravilloso juego literario al margen del resto de la realidad: el autor propone un problema en apariencia irresoluble, un asesinato, confunde las piezas del puzle que Poirot ha de resolver mediante sus interrogatorios, y se dedica a jugar con el lector conduciéndolo una y otra vez por derroteros siempre sin salida. Finalmente, en el último capítulo, Poirot ejecuta su último truco de prestidigitación desvelando una solución inesperada. Que, en este caso concreto, el detective se permita el lujo de ofrecer dos resultados posibles, el segundo de las cuales exonera de culpa a los asesinos, no deja de ser un rasgo más de la genialidad de la autora, una marca de la casa.

    Por otra parte, Asesinato en el Orient Express es una novela de 1934 y, curiosamente, en la fecha de su escritura reside buena parte de su encanto hoy, casi cien años después. Novela de entreguerras, situada en una Europa inconsciente de la tragedia que ahora resulta imposible aislar de esos años, su lectura actual transmite un aura de atemporalidad gratificante. El lujoso Orient Express es un medio de transporte de otra época, de otras vidas; la princesa Dragomiroff -¡una rusa blanca, sin duda huida de los bolcheviques!-, un coronel inglés de servicio en la India, crímenes de la mafia al estilo Capone… Da la impresión de que en esta novela Poirot se mueve en un mundo específicamente literario, de pura ficción incluso en sus detalles más realistas. Esos Balcanes impracticables evocan la Transilvania del Dracula de Stocker; la fabulosa nevada nos transporta a la Siberia de Miguel Strogoff… Sin duda no fue este el deseo de la autora, para quien el Orient Express era un tren real de su vieja Europa y la nieve una mera justificación plausible para ese aislamiento que su argumento necesitaba. Sin embargo, hoy es esa aura de ficción lo que hace del Orient Express un viaje mítico por un territorio literario, un juego de sospechas variables y revelaciones inesperadas, la inteligencia y presunción de un mago de los detalles, un magnífico truco de prestidigitación digno de la mejor literatura de entretenimiento, de nuestra mejor literatura. [E. G.]