LA TRADUCCIÓN DE LA BIBLIA EN EUROPA ( II )

 

    La opción de traducir los textos sagrados del Cristianismo a los muy diversos dialectos de las distintas tribus germanas que iban ocupando las diócesis del Bajo Imperio no prosperó y la Biblia gótica de Ulfilas quedó como una posibilidad que solo iba a desarrollarse muchos siglos después. Sin embargo, precisamente en los albores de Europa hallamos otra versión bíblica mucho más fructífera y de mayor recorrido cultural, la versión al eslavo antiguo de la Biblia griega llevada a cabo, tambien en la cuenca del Danubio, por los obispos Cirilo y Metodio en alfabeto glagolítico a mediados del siglo IX.

    Cirilo y Metodio fueron los evangelizadores de los pueblos eslavos y, como tales, son considerados aún hoy patronos de Europa. Por ello resulta interesante reflexionar sobre dos de los aspectos más significativos de su trabajo como traductores. En primer lugar, su tarea se nos aparece como una réplica de la de Ulfilas: se lleva a cabo en la parte oriental del Imperio, ya Bizancio; para el Antiguo Testamento se utiliza como punto de partida un texto milenario consagrado, la Biblia de los Septuaginta; y, por último, la traducción se destina a la cristianización de unos pueblos situados en el entorno político de Constantinopla. Por otro lado, el trabajo de los santos Cirilo y Metodio sirve también para destacar, por contraste, la situación inversa de la zona occidental. Desde Roma no se lleva a cabo ninguna labor similar entre los germanos asentados en el antiguo Imperio de Occidente: no tenemos ninguna Biblia franca, sajona, sueva o lombarda. La evangelización de estos pueblos se llevó a cabo a través del latín sin que, al parecer, tuviera ningún papel relevante en el ámbito religioso su lengua germánica original. Siendo esto así, la versión de la Vulgata, asentada en la autoridad de San Jerónimo y escrita en un latín que va a convertirse en una de las principales señas de identidad de la Iglesia de Roma, no solo va a consolidarse después y a pesar de la fragmentación política del Imperio Romano, sino que llegará a ser la única versión reconocida por la Iglesia, dejando fuera de la liturgia católica los antiguos originales griegos y hebreos.

    Un papel muy distinto hubo de tener, sin duda, otra traducción cercana en el tiempo a los evangelizadores de los eslavos pero mucho menos conocida y de menor recorrido cultural, llevada a cabo en el otro extremo del continente. Se trata de la versión hecha del latín al árabe hacia el año 950 en la península ibérica bajo dominio musulmán por Isaac ben Velasco (Ishāq ibn Balašk), un clérigo mozárabe de Córdoba del que no tenemos ninguna otra noticia. De todos modos, este texto, destinado a las comunidades cristianas de Al-Ándalus, fuertemente arabizadas, se limitó, al parecer, al Nuevo Testamento, y no sobrevivió a la Reconquista cristiana, que prefirió las versiones latinas de la Vulgata.

    Por otra parte, a lo largo de la Edad Media, el texto de la Biblia no era considerado exclusivamente un texto religioso. Precisamente por su categoría de auténtica Palabra de Dios, lo que en él se decía pasaba a ser verdadero en todos los sentidos, lo que hacía de la Biblia una fuente de conocimiento fidedigna. Todavía en el siglo XVII, el rechazo a la teoría heliocentrista de Galileo se fundamentará sobre un fragmento del libro de Josúe, pero esto no deja de ser un detalle, de inmensa relevancia pero un detalle, frente al sólido mundo conceptual que hay detrás, por ejemplo, de esta otra traducción bíblica relevante, la versión castellana de la Grande e General Estoria, compilada por Alfonso X en la segunda mitad del siglo XIII.

    Es cierto que se conservan también amplios fragmentos de una traducción completa al castellano, llamada Biblia Prealfonsina, en manuscritos de mediados de ese mismo siglo, pero la originalidad e importancia de la versión alfonsina le viene dada por su finalidad: contar la historia de la Humanidad desde la Creación tomando como base la Historia Sagrada. Este “romanceamiento” se hizo hacia 1280 a partir de la Vulgata para lo que no pretendía ser un libro litúrgico sino una auténtica Historia del Mundo, desde sus orígenes hasta el propio Alfonso.

    Otra posibilidad paralela la ofrece la Biblia Historial francesa de Guyart des Moulins, todavía de la última década del XIII. En este caso estamos ante una traducción de la Vulgata unida a las prestigiosas glosas de Petrus Comestor, de cien años antes. El traductor pretende completar las glosas de Comestor con el texto al que aluden, de modo que más que una traducción en el estricto sentido de la palabra, estamos ante un acercamiento interpretativo propio de un profesional de la exégesis, una obra compilada para clérigos que buscaban más una buena interpretación que el texto en sí.

    En cualquier caso, existieron en Europa durante la Edad Media unas cuantas traducciones a lenguas vernáculas del texto de la Vulgata que circularon durante décadas sin demasiados problemas en ambientes muy determinados, vinculados a los profesionales de la teología o a la realeza. Así, contamos con otras traducciones significativas como la primera traducción al catalán, si bien desde un original francés, la Biblia de Montjuich, patrocinada hacia 1290 por Alfonso III de Aragón, la famosa versión francesa de 1377, conocida como Biblia de Carlos V por ser este rey francés su destinatario, o la Biblia de Wenceslao, una de las primeras traducciones al alemán, compuesta en torno a 1400 para el rey de Bohemia Wenceslao IV.

    De hecho, es en el ámbito social de la más alta nobleza donde vamos a encontrar, incluso, ya en el siglo XV, una de las pocas traducciones medievales elaborada a partir de los originales hebreos, la Biblia de Alba. Esta versión es conocida también, con mayor propiedad, como Biblia de Arragel por ser la traducción al castellano realizada por Mošé Arragel de Guadalajara, rabino de la comunidad judía de Maqueda, en la actual provincia de Toledo. Acabada en 1433, la inmensa tarea filológica de este intelectual hebreo respondía al encargo directo de don Luis González de Guzmán, Maestre de la Orden de Calatrava y uno de los nobles más poderosos de Castilla en su tiempo. Se trata, pues, de un acercamiento a los originales de la Palabra, con comentarios del traductor incluidos, en cierto modo privado y muy elitista, lo que sin duda explica tanto la propia existencia del texto como su supervivencia a lo largo de los muy duros siglos siguientes.