ETAPA CLÁSICA: EUROPA SE ENCUENTRA A SÍ MISMA

     La Etapa Clásica de la literatura europea se corresponde casi exactamente con lo que en la secuenciación histórica clásica se conoce como Edad Moderna. Téngase en cuenta que la concepción y segmentación de la Historia, en el sentido académico del término, han sido desarrolladas por los intelectuales de la propia Europa y remite, en última instancia, a una visión europeocentrista del mundo. Es lógico, por lo tanto, que el periodo de culminación de la cultura europea, lo que aquí llamamos Etapa Clásica, haya sido visto tradicionalmente como un periodo diferenciado y compacto por los propios estudiosos europeos de la Historia.

     De todos modos, si en Historia la Edad Moderna se inicia con la ampliación del ámbito cultural europeo, gracias a los descubrimientos y las conquistas ibéricos, en un fenómeno de impacto mundial como nunca antes lo había habido, desde el punto de vista cultural y más específicamente literario, el proceso se había iniciado varias décadas antes y giró, esencialmente, en torno a la ficticia reconstrucción del mundo grecorromano a partir de las creaciones artísticas de la Italia del siglo XIV.

     En este sentido, como suele ocurrir en los procesos históricos, el mundo de las ideas y de las artes presentó de forma adelantada e incluso visionaria los cambios que iban a sobrevenir en la sociedad europea a partir del siglo XV. De todos modos, la generalización de estos cambios, que solo se aceleró con la invención de la imprenta ya a mediados del siglo XV, fue lenta y progresiva, de manera que el Renacimiento, la primera de las tres fases en que se divide esta Etapa Clásica, solo se difundió por completo por Europa ya en pleno siglo XVI.

     El Renacimiento supuso el triunfo definitivo de una forma de interpretar Europa como la heredera a distancia de una Antigüedad mítica de la que se tenía un conocimiento lo suficientemente incompleto y sesgado como para poder adaptarlo a conveniencia a los intereses culturales de la época. Sin embargo, precisamente la búsqueda constante, honrada y competente de los humanistas del siglo XV fue capaz, al mismo tiempo, de aportar información lo suficientemente amplia y variada como para que esa recreación fuera sustituible por modelos alternativos, lo cual posibilitó la modificación sucesiva de los cánones y la evolución general del periodo.

     Así, a un Renacimiento de tipo clásico, basado, sobre todo, en la reinterpretación de los modelos del siglo I a. C., le siguió un Barroco, igualmente clásico pero que volvía la vista hacia el siglo I d. C. Por otra parte, la crisis espiritual y política provocada en Europa por las reformas religiosas del siglo XVI favoreció el cambio de tendencia artística e incluso la diferenciación, si bien poco nítida, entre los gustos artísticos del norte y del sur de Europa de acuerdo con las opciones religiosas victoriosas.

     En toda Europa se mantuvo durante todo este periodo, como marco cultural de referencia, una Edad Antigua idealizada que los artistas europeos nunca dejaron de intentar recuperar, adaptada a sus intereses. Por eso, con las guerras de religión en un punto muerto y Francia ocupando la escena central europea durante el reinado de Luis XIV, llegó a establecerse un cierto consenso general en torno a las características básicas de ese paraíso cultural perdido y teóricamente reconstruido. Es lo que se conoce con el nombre de Neoclasicismo y su época de desarrollo se extendió a lo largo de todo el siglo XVIII. En ese momento, la estructura de la cultura europea es tan sólida que los nuevos modelos ya no tienen como referentes los teóricos cánones grecorromanos sino las propias reinterpretaciones de estos cánones llevadas a cabo por los artistas europeos, sobre todo franceses.

     El Neoclasicismo fue el momento cultural más amplio y general de los que se sucedieron en Europa durante esta Etapa Clásica. Además, desde el punto de vista intelectual, su amplia difusión estuvo vinculada al éxito del movimiento filosófico de la Ilustración, lo que hizo que su influencia llegara a ámbitos aún más amplios de la sociedad europea.

     El final de esta Etapa Clásica está ligado, como el final de la Edad Moderna, a la Revolución Francesa y, más específicamente, al fracaso del Imperio Napoleónico, último refugio del Neoclasicismo. De hecho, no es extraño que la siguiente etapa de la cultura europea, la Etapa Disolvente, se iniciase precisamente en Gran Bretaña, el gran enemigo político y militar de Francia, y que los modelos que a partir de la segunda mitad del siglo XVIII se invoquen, por ejemplo, en el teatro, sean Shakespeare y Calderón, ambos ajenos, en su concepción teatral, a ese ficticio mundo clásico reconstruido por los humanistas. [E. G.]