ETAPA CONSTITUYENTE: EL ESPLENDOR DE LA EDAD MEDIA

     Denominamos Etapa Constituyente de la cultura europea al periodo que se prolonga entre los siglos X y XV, desde el asentamiento definitivo de los últimos pueblos invasores –húngaros y normandos- y la absorción cultural de los estados limítrofes al norte y al este del Imperio –escandinavos y eslavos-, hasta el impulso definitivo que dio a toda la sociedad europea la nueva mentalidad surgida del Humanismo y de la gran expansión extracontinental del siglo XVI.

   La denominación de “constituyente” hace referencia al hecho de que durante esos aproximadamente cinco siglos de historia común los europeos fueron dotándose de una completa y compleja red de instituciones sociales y estructuras culturales compartidas que los hacía sentirse miembros de una misma comunidad y les permitía diferenciarse con nitidez de otros pueblos que no pertenecían a ella. Del mismo modo, ese amplio y obvio sentimiento de pertenencia les permitió ir asimilando, a partir de un reducido ámbito territorial previo, el imperio de Carlomagno, una gran diversidad de pueblos y regiones que dieron forma a lo que todavía hoy se conoce como Europa.

     Si los “Orígenes”, la etapa anterior, planteaban la existencia de tres puntos de partida diversos, de cuya secular convivencia surgió Europa –la tradición imperial romana, la nueva religión de origen judío y las múltiples identidades de los pueblos germánicos-, esta Etapa Constituyente de la que tratamos ahora supuso la paulatina consolidación de una amalgama determinada de esos tres elementos y su difusión por ámbitos territoriales y humanos ajenos al matraz original donde se había fraguado la mezcla.

     Procedentes de la etapa anterior, las dos fuerzas principales que seguían luchando por configurar a su medida la Europa de esta época eran el Papado y el Imperio, pero será el primero quien venza finalmente en esta pugna. A la continuidad ideológica de los sucesivos grandes papas de los siglos XI y XII –Gregorio VII, Urbano II, Calixto II...- debemos las líneas maestras de la Europa medieval. En el campo de la política, el Papado apoyó con éxito la creación de núcleos políticos fuertes en los márgenes del Imperio de forma que, al mismo tiempo que extendía su influencia a través de nuevos arzobispados en los reinos de Hungría, Aragón, Dinamarca, Polonia o Irlanda, limitaba la capacidad de expansión y el propio concepto de universalidad del Imperio, cuyas fronteras quedaron establecidas de forma casi definitiva al principio de este periodo. Al mismo tiempo, a través de las nuevas reformas difundidas por las redes monásticas de obediencia papal como los cistercienses en esos primeros años del siglo XI, pero también los franciscanos y los dominicos posteriormente, la unidad cultural se manifestó de forma homogénea por toda la Cristiandad en aspectos tan relevantes como la ortodoxia doctrinal, el pensamiento filosófico e incluso la arquitectura religiosa. Una última consecuencia de esta influencia decisiva del Papado en la política europea fueron las cruzadas, pero su relevancia histórica no puede compararse con la de los procesos mencionados.

     Al lado del Papado y también frente al Imperio, el otro gran elemento constitutivo de este fase de la cultura europea fueron las monarquías regionales. El estancamiento del Imperio como poder universal y el apoyo de la Iglesia a los núcleos políticos que competían con él favorecieron el auge y consolidación de estas estructuras civiles intermedias, que se convirtieron, al final del proceso, en las grandes monarquías como Francia, Inglaterra, Castilla, Hungría o Polonia, que protagonizarán la Etapa Clásica posterior. 

    De este modo, en la época que denominamos Edad Media Central (siglo XII-1.ª mitad del XIV), nos hallamos ya con procesos históricos significativos como la Guerra de los Cien Años en los que se vislumbra el problema que para Europa iba a suponer la competencia entre estas instituciones emergentes. Sin embargo, en esta Etapa Constituyente el objetivo de los monarcas era todavía la ampliación de su influencia regional y el establecimiento de unas sólidas redes organizativas equiparables a las que la Iglesia había desarrollado con éxito en el periodo anterior. Por eso, la segunda mitad de la Etapa Consitituyente va a ser la época de la consolidación del feudalismo. Las relaciones a lo largo de los diferentes peldaños de la escala social van a basarse en el vasallaje, igual que se basaban en la sumisión jerárquica en el ámbito de la religión. Y el papel del Emperador en la cima de la pirámide política, al no ser efectivo en la mayor parte de Europa, va a ser ejercido por el monarca soberano. Otro aspecto fundamental del establecimiento de redes intereuropeas se produce también en el ámbito de la cultura superior, de nuevo en la Edad Media Central, con el desarrollo de las primeras grandes universidades. En ellas hallamos una colaboración directa entre el poder religioso central de Roma y los poderes regionales con el objetivo común de cubrir las necesidades educativas de una sociedad nueva.

     Por otra parte, la Edad Media y, sobre todo, la Baja Edad Media suponen también el inicio del desarrollo de las ciudades en Europa, que en regiones como el norte de Italia, Flandes o la costa del Mar del Norte llegaron a crear estructuras de poder político al margen del esquema teórico anterior. En este sentido, esta Etapa Constituyente se caracteriza por combinar modelos culturales perfectamente adecuados a la idiosincrasia del periodo con otros que, por el contrario, fueron los gérmenes que darían lugar a la etapa siguiente, el  Renacimiento .

     En relación con el modelo de estructuras reticulares dependientes de la Iglesia de Roma y la influencia de los poderes políticos regionales en competencia con el Imperio propios de esta época citaremos la configuración y difusión del estilo gótico, el mantenimiento del latín como lengua común de cultura y la creación de las universidades. Como elementos de cambio hacia un nuevo modelo social encontramos, a partir del siglo XIV, el nacimiento del Humanismo y también, paradójicamente, el impuso definitivo de la literatura culta en lenguas vernáculas. Como fecha clave para marcar la incidencia irreversible de los nuevos modelos renovadores podemos fijar 1350 y, de forma espectacular, la catástrofe colectiva que la Peste Negra supuso para toda Europa, fecha que, de forma simbólica, se utiliza para marcar el final de la Edad Media Central.

     El gótico representa en varios sentidos los rasgos fundamentales de esta etapa. En primer lugar, tiene una difusión mucho mayor que el Románico, llegando a todos los nuevos territorios europeos. En el siglo XIII encontramos catedrales góticas, por ejemplo, en Toledo, capital de Castilla, y en Nidaros, centro espiritual de Noruega; en Glasgow, Escocia, la catedral gótica había sido iniciada ya a finales del siglo XII y en Praga, Bohemia, lo será a principios del XIV. Canteros, constructores, imagineros y pintores se movían por toda Europa llamados por unos gobiernos regionales que reforzaban su autonomía mediante su apoyo y vinculación con las autoridades eclesiásticas delegadas por el Papa en la zona, los arzobispos y los abades. Y del mismo modo van a funcionar las nuevas universidades, gracias a la alianza entre el poder religioso global y las monarquías regionales. Inglaterra, Francia, Castilla, Aragón, Nápoles o Hungría van a fomentar a partir del siglo XII, de la mano del Papado, la fundación de poderosas universidades donde formar adecuadamente a las élites intelectuales que servirán después a los reyes y arzobispos de toda Europa.

     Esta comunidad artística e intelectual no hubiera sido posible sin una lengua de cultura común para todo el continente. El latín, la lengua de la Iglesia y de los textos sagrados, fue también la lengua de las universidades, las cancillerías y de la ciencia. En latín se habían conservado los prestigiosos saberes de la Antigüedad que habían sobrevivido al cataclismo de la invasiones y en latín seguía escribiéndose casi toda la literatura culta: La Alexandreis de Gautier de Chatillon, los Carmina Burana goliardos, recopilaciones enciclopédicas como el Liber Floridus de Lambert o libros de historia como la Historia regum Britanniae de Geoffrey de Monmouth o la Gesta Danorum de Saxo Gramatico. La omnipresencia del latín en los ámbitos más elevados de la cultura oficial en todas las regiones de Europa, con la única excepción de los eslavos ortodoxos, fue, sin duda, el principal elemento de consolidación y de identificación cultural del continente durante esta etapa.

     La influencia del latín condicionó también la propia evolución de las literaturas en lenguas vernáculas. Es cierto que algunos géneros como la épica tradicional o la poesía lírica popular, desarrolladas en origen al margen de los circuitos de la cultura oficial y en las propias lenguas particulares de las distintas regiones europeas, evolucionaron en los primeros siglos de esta etapa de forma autónoma y así, por ejemplo, poco tiene que ver un cantar de gesta como el Beowulf  sajón  con la Chanson de Roland normanda pese a haber sido escritos los dos en Inglaterra. Sin embargo, los contactos culturales primero y el aumento del prestigio de la cultura clásica latina después, llevaron a la homogeneización también en el campo de la literatura en vulgar. En los siglos XII y XIII la poesía provenzal se impuso como modelo lírico más allá de sus orígenes occitanos, no solo en los territorios de las coronas de Castilla y de Aragón, sino también entre los poetas francos en lengua de oïl y hasta en la lírica germana de los minnesänger. A su vez, la novela en verso desarrollada en la zona anglonormanda a partir de los temas del ciclo bretón se extendió por todo el reino de Francia y por las tierras del Imperio.

     Será después, a partir del siglo XIV y desde el norte de la península itálica, cuando los modelos culturales dominantes en esta Etapa Constituyente empiecen a ponerse en cuestión. Los primeros humanistas toscanos, al volver su mirada al mundo romano de los siglos I a.C y I d.C. ninguneaban el trabajo de consolidación cultural llevado a cabo por los intelectuales europeos de estos siglos medievales. Por eso, el triunfo del Humanismo, entendido en un primer momento como una mera reacción local, será lento y se retrasará sobre todo en grandes áreas como Inglaterra, Francia y el Imperio, donde más consolidados estaban los modelos que habían regido la cultura europea hasta entonces. [E. G.]