ALTA EDAD MEDIA: LA SÍNTESIS ORIGINARIA

    Se conoce como Alta Edad Media el extenso periodo histórico que va desde la desaparición del Imperio Romano de Occidente hasta la muerte de Otón III (1002). Por supuesto, mientras que la primera de estas fechas, a finales del siglo V, tiene un valor altamente significativo desde el punto de vista histórico, la segunda resulta mucho menos consistente y se usa como referencia por el deseo de establecer, a posteriori, algún tipo de hito a la hora de aislar contextos históricos claramente diferenciados. En realidad, lo que pretendemos establecer con esa marca, que tradicionalmente se sitúa en la fecha redonda del año 1000, es la instalación definitiva en buena parte del continente de un modelo organizativo para Europa, la Cristiandad, configurado de forma diferente a los ideales pseudorromanos proyectados con escaso éxito hasta entonces. Así pues, el final de esta larga etapa histórica tiene que ver con la consumación de un fracaso definitivo, el de la unidad política de Europa representada, pese a todas sus limitaciones, por el imperio carolingio. Pero, a su vez, este colapso institucional facilitó el triunfo de un modelo cultural alternativo y de muy larga proyección histórica, una sociedad plenamente feudal, cuyas manifestaciones culturales más representativas van a consolidarse durante lo que se conoce como Edad Media Central.

    Esta fase inicial de la Edad Media europea, que se extiende a lo largo de cinco siglos, tiene como dos componentes básicos la amalgama y la síntesis. Se trata de un largo proceso de fusión de dos contextos muy diferentes, el germánico y el latino pero, a la vez, en esta cultura latina se unían dos componentes ya definitivamente soldados antes del siglo V en el Imperio de Occidente pero de orígenes muy diversos, el político y el religioso. Así, en este proceso de amalgama, vemos, en conflicto permanente y con éxitos y fracasos alternativos, al menos cuatro elementos básicos: la fragmentación política germana frente a la unidad administrativa romana y la unidad religiosa del Bajo Imperio frente a la diversidad de credos de los invasores. Ya en la primera fase cultural de la Alta Edad Media, que aquí hemos denominado Orígenes, asistimos a un éxito relativamente rápido y definitivo en el ámbito espiritual-religioso de los precedentes bajoimperiales. Se trata de la aceptación por parte de las minorías gobernantes germanas del cristianismo romano como base cultural de sus proyectos estatales. Los hitos fundamentales en este ámbito son, en la época de las primeras invasiones, la conversión de los arrianos –sobre todo los visigodos- en el siglo VI y, ya a finales del periodo que aquí analizamos, en el siglo  X , el éxito fulgurante de los procesos de cristianización entre eslavos, escandinavos y húngaros. Pero también fueron relevantes para la uniformidad espiritual de Europa antes del siglo XI el declive del cristianismo irlandés en Gran Bretaña en el siglo VII y el éxito de las reformas benedictinas que siguieron a la fundación de Cluny. Así pues, el concepto de una Europa unitaria de base espiritual cristiana, que fue el primero de los triunfos de esta época embrionaria, se había completado casi definitivamente en el año 1000.

    Un proceso inverso, sin embargo, se produjo en relación con la Europa política. El concepto de unidad imperial que el suroeste del continente había heredado de Roma y que, con un valor poco más que retórico, todavía se había reencarnado en la corte carolingia, llegó a su colapso definitivo con la muerte prematura de Otón III. De hecho, el conflicto entre la mítica de la unidad administrativa latina y la realidad de la fragmentación regional germánica es el motivo básico que articula la Alta Edad Media europea desde el punto de vista político. En un primer momento, los éxitos militares de los francos y de los visigodos en sus respectivas diócesis romanas de Galia y de Hispania y, sobre todo, tras el hundimiento del reino visigodo, la unión del papado y del rey de los francos en el 800 permitieron la elaboración del más exitoso proyecto de reconstrucción del mítico Imperio Romano desaparecido de toda nuestra historia común, el Imperio Carolingio. Pero inmediatamente después, el debilitamiento del poder central, en buena medida provocado por el mantenimiento de la tradición germánica de repartir la herencia entre los descendientes, dio al traste con el proyecto de Carlomagno. La figura del Emperador, con una autoridad global paralela a la del Papa, acabó no siendo más que una mera reconstrucción teórica de la realidad. Es cierto que esa imagen seguía teniendo una impresionante fuerza cultural y que la falta de poderes fuertes en la mayoría de las regiones europeas permitió a los intelectuales seguir soñando con un nuevo Carlomagno. Sin embargo, el fracaso de la política imperial de los otónidas, que nunca fueron capaces de imponer su autoridad efectiva al oeste del Ródano y el Sena, debe ser considerado el punto final de estos procesos de reconstrucción política. A partir de este momento, la fisonomía de Europa estará ya fijada para los siglos posteriores: los poderes políticos regionales iban a hacerse cargo del desarrollo social de una Europa cada vez más fragmentada mientras que la única centralidad superviviente, Roma, se encargaría de suministrar a todos los territorios, incluyendo los nuevos europeos surgidos de la expansión hacia el norte, el sur y el este, la uniformidad cultural y espiritual que caracterizará al resto de la Edad Media. [E. G.]