GOLIARDOS: LÍRICA CULTA LATINA PROFANA

    Para el estudio de la poesía europea medieval el término “goliardo” carece de una definición precisa. En principio, remite al sustantivo “Golias” que, bien por referencia directa al gigante Goliath, sobrenombre medieval del Demonio, bien por trasposición a un legendario obispo Golías, especie de anti-patrono de los clérigos descarriados, aporta una connotación irreligiosa y provocativa. Sería, por lo tanto, más una alusión calificativa que una designación concreta.

    En realidad, el término más apropiado para referirse a este tipo de personas es el sintagma latino “clerici vagantes”. En una sociedad como la medieval, regida por conceptos básicos como el orden y el vasallaje no cabe esperar una valoración positiva de individuos como los jóvenes estudiantes que, tras haber tomado las órdenes menores y mientras completaban su formación, vagaban por las universidades europeas atraídos por la fama de sus catedráticos, sin ponerse al servicio de ninguna autoridad civil y sin integrarse en ninguna estructura religiosa oficial.

    Con todo, el fenómeno de los “clérigos vagabundos”, ordenados y tonsurados pero desvinculados de la estructura eclesial, es muy anterior al siglo XII. Los concilios medievales mencionan una y otra vez a un tipo de religioso profesional que no se encuadraba dentro de las redes ordinarias del poder eclesiástico y, que sin embargo, se aprovechaba de algunas de las ventajas que su formación y su estado civil le ofrecían. El concepto de “clerici vagantes”, sin embargo, no debe ser considerado sinónimo de “goliardos”. En primer lugar, esta denominación peyorativa aparece de forma mucho más tardía, y en relación casi exclusiva con el mundo universitario. Debido al desarrollo de los poderes civiles regionales y de las universidades vinculadas a ellos, se multiplicó el número de estudiantes a mitad de camino entre la carrera religiosa y las profesiones liberales, cuya formación superior les permitía ocupar puestos de prestigio y confianza en los nuevos núcleos administrativos. De este modo un buen número de intelectuales latinos que hasta entonces se habían movido en la marginalidad de una sociedad controlada por la Iglesia pudieron acceder a un mayor grado de reconocimiento social. En este sentido resulta muy controvertida la posibilidad de que existiera algún tipo de corporación goliardesca, bien a la manera de una orden religiosa o simplemente como un gremio de estudiantes. Más bien parece que fueron sus detractores quienes agruparon bajo un único nombre infamante una serie de comportamientos al margen de las conductas establecidas y, en ocasiones, incluso enfrentadas a éstas.

    Desde el punto de vista literario, lo más trascendental de la poesía goliardesca tiene que ver con el alto grado de formación de los autores. Los goliardos dominaban el latín medieval que resultaba imprescindible para seguir los estudios universitarios y conocían también buena parte de la tradición clásica que se había ido reconstruyendo a lo largo de la Alta Edad Media y durante lo que se conoce como el Renacimiento del siglo XII. De hecho, frente al anonimato que es el modelo de escritura habitual de la creación artística popular de la Edad Media, en la poesía goliardesca se conservan nombres de autores famosos como Hugo de Orleáns o Pedro de Blois. Estos escritores, además, aparecen vinculados a instituciones culturales y religiosas relevantes como la Universidad de París, donde Hugo de Orleáns fue un académico de prestigio, o la catedral de Canterbury, al servicio de cuyos arzobispos trabajó Pedro de Blois. Igualmente, el Archipoeta renano, cuyo nombre real se desconoce, se sabe, sin embargo, que trabajó al servicio del arzobispo de Colonia, Reinaldo de Dassel.

    Lo original de la poesía goliardesca es que este conocimiento de la cultura letrada es puesto al servicio de un tipo de literatura muy cercano a la poesía popular, con referencias a la vida cotidiana, el vino, el amor carnal, el disfrute de los placeres mundanos y el desprecio de la retórica eclesiástica. Se produce una especie de inversión temática del modelo de poesía latina más habitual en la época como el Ave maris stella, el Stabat mater o el Pange lingua de santo Tomás de Aquino. La lírica goliardesca es, ante todo, un juego conceptual que aprovecha un tipo de formas literarias desarrolladas en el ámbito culto y ortodoxo para ensalzar temáticas profanas y populares que tradicionalmente carecían de un tratamiento literario de prestigio. De esta forma se conseguía un contraste entre la forma y el contenido que provocaba la hilaridad y el éxito popular. De todos modos, en las escasas colecciones líricas que han llegado hasta nosotros, tanto los Carmina Burana como los Carmina Cantabrigiensia, también pueden encontrarse poemas de temática más  intelectual , como O Fortuna, elegías dedicadas a emperadores germánicos e incluso poemas religiosos de tono formal. Esto quiere decir que en realidad nos encontramos ante una producción literaria ocasional, ligada a las necesidades concretas de una vida marcada por una formación intelectual superior y el vagabundeo propio de quien busca ganarse la vida poniendo su inteligencia y sus conocimientos al servicio del mejor postor. Por otra parte, no suele dársele la relevancia adecuada al hecho de que la poesía goliardesca ha llegado hasta nosotros a través de antologías compiladas por lectores individuales que seleccionaron el material de acuerdo con sus propios gustos y, por lo tanto, no podemos calibrar con exactitud hasta qué punto esas preferencias personales han sesgado nuestro conocimiento de los textos.

    En cualquier caso, estamos ante una poesía culta pensada para el canto, que se difundió durante los siglos XII y  XIII  sobre todo en la zona de Francia, Suabia y Baviera, es decir, en regiones donde no se había consolidado todavía una lírica culta en lengua vernácula. De ahí que el ocaso de este tipo de poesía coincida en el tiempo con el éxito de la lírica trovadoresca fuera de sus regiones de origen y, sobre todo, con la consolidación del “dolce stil nuovo” como un modelo de prestigio para la poesía culta profana a partir del siglo XIV. De este modo, el latín dejó de ser una lengua para la lírica limitándose cada vez más al género especulativo en los campos de la filosofía y de la ciencia. Por otra parte, el mayor control social conseguido por la Iglesia oficial a través de sus órdenes mendicantes –sobre todo los dominicos- y el éxito de la Inquisición como sistema de control de la ortodoxia religiosa hicieron inviable la supervivencia de intelectuales heterodoxos al margen de las redes eclesiásticas reglamentadas. Finalmente, la consolidación de la propia institución universitaria y la obligatoriedad de la asistencia regular a las facultades eliminaron definitivamente el vagabundeo de los estudiantes universitarios. [E.G.]