CHARLES BAUDELAIRE: EL POETA DE LA NUEVA SOCIEDAD

     Charles Baudelaire nació en París en 1821, en una familia acomodada de la pequeña burguesía funcionarial francesa. Su padre, de sesenta años al nacer él, murió cuando solo tenía seis y su madre, treinta años más joven, se casó pocos meses después con un militar de su misma edad, Jacques Aupick, que se hizo cargo de la educación de su hijastro llevándolo a los mejores colegios de Lyon y de París.

     Por indicación paterna pero sin interés personal, en 1840 Baudelaire comienza a estudiar Derecho al mismo tiempo que frecuenta los grupos literarios parisinos y se inicia en la vida bohemia de los prostíbulos del Barrio Latino. La vida escandalosa del joven hace que intervenga su familia que, al ser aún menor de edad, le fuerza a embarcarse hacia la India para que se dedique allí al comercio. Sin embargo, antes de llegar al final de su viaje, en isla Reunión, Baudelaire desembarca y poco después está de regreso en París. Liberado ya de la tutela familiar y con acceso a la herencia de su padre biológico, lleva durante un año una vida desenfrenada y dispendiosa que lo convierte en uno de los “dandis” más famosos de la ciudad. Esta es también la época en la que comienza su intensa relación con Jeanne Duval, una mulata que había conocido en isla Mauricio y con la que convivirá hasta su muerte.

     Desde el punto de vista literario entre 1845 y 1857, año en que ve la luz Las flores del mal, Baudelaire es un escritor menor que publica ocasionalmente artículos de crítica de arte en los periódicos de la capital y libros de escasa relevancia, también de crítica artística, como Salón de 1845. En realidad, su principal trabajo de estas fechas fue su traducción de la obra de Edgar A. Poe, que hizo de este escritor el primer autor canónico estadounidense de la literatura europea. En cambio, otras de sus creaciones literarias de esta primera época como su novela La Fanfarlo o sus diversos proyectos de obras teatrales han quedado en un merecido olvido.

     La publicación de Las flores del mal, sin embargo, colocó al poeta en el centro de la discusión sobre el papel de la literatura y del escritor en la sociedad burguesa europea consolidada tras el fracaso de las revoluciones de 1848. Conviene recordar, aunque sea con mirada retrospectiva, que ese mismo año de 1857 en que la censura se cebó con Baudelaire fue juzgada también Madame Bovary por lo que estas dos obras maestras tan diferentes se convierten en manifestaciones paralelas del clima de enfrentamiento del arte de la época contra la sociedad en la que este arte se generaba.

     Si en el caso de Madame Bovary el veredicto fue la absolución, la censura de Las flores del mal se limitó a unos recortes mínimos –seis poemas- y a una multa casi simbólica –cincuenta francos tras la intervención de la propia emperatriz-; incluso la prohibición fue meramente temporal pues solo cuatro años después el libro volvía a estar en las librerías, ampliado. Por el contrario, y al igual que a Flaubert, el proceso judicial dio a Baudelaire una relevancia que probablemente la propia obra hubiera tardado mucho más en conseguir. Sin embargo, mientras Flaubert rechazaba desde su retiro de Normandía cualquier pretensión de notoriedad o representatividad, Baudelaire vio conseguido por fin su sueño de gloria literaria, siquiera entre los círculos marginales en los que se movía. A partir de ese momento, el poeta continuó y amplificó los motivos literarios que habían resultado más escandalosos para sus críticos. Así, en sus siguientes escritos, Pequeños poemas en prosa, publicados de forma individual en los periódicos, se atrevió a mezclar como no se había hecho antes dos estilos de creación literaria que hasta entonces se habían desarrollado en paralelo y en Los paraísos artificiales exploró los nuevos motivos temáticos y creativos aportados por los alucinógenos, en la línea en que ya lo había hecho antes el inglés De Quincey.

     En los últimos años de su vida, Baudelaire, consciente de la posición que había conquistado entre la intelectualidad parisina, intentó ganarse la vida a la manera de los grandes autores consagrados, como  Dickens , dando conferencias por el extranjero. En 1864 viaja a Bélgica para ello pero su incapacidad para conectar con un público burgués amplio y, sobre todo, los problemas físicos derivados de su sífilis –parálisis, afasia y hemiplegia-, convierten la experiencia en un fracaso. En 1866 su madre debe ir a buscarlo a Namur y trasladarlo, lúcido pero incapaz de hablar, a una clínica de París donde Charles Baudelaire fallece al año siguiente, con 46 años de edad.

     A partir de ese momento la figura de Baudelaire se convierte en una especie de mito para los poetas “malditos” franceses y, por extensión, de toda Europa. La vida bohemia, el dandismo, la excentricidad, la marginalidad y la autodestrucción se entienden como una forma de vida imprescindible para la creación artística y el enfrentamiento entre el artista y la sociedad en la que vive como el termómetro más fiable para medir la importancia del creador. De hecho, la mayor trascendencia de Charles Baudelaire para la historia de la cultura europea, más allá de los aciertos de su principal obra, Las flores del mal, ha tenido que ver con la creación de un nuevo modelo de artista, propio del mundo moderno, que todavía no ha sido superado ni modificado en profundidad.

     Baudelaire muestra por vez primera y de forma global y compacta la conversión de la propia biografía del poeta burgués en un requisito indispensable para la creación artística, al margen y frente a una sociedad que, en la misma medida en que rechaza y aniquila al artista, lo convierte, poco después, en uno de sus héroes. Este modelo de malditismo, prefigurado ya en autores como lord Byron o el propio Poe, que desde la segunda mitad del siglo XIX se va a convertir en una auténtica exigencia y en un foco de atracción para los creadores de la cultura occidental, ha atravesado sin apenas modificaciones el siglo XX y sigue siendo dominante a principios del XXI en los contextos más populares de las artes como la música o el cine. Eso sí, en la actualidad lo que en Baudelaire, Verlaine, Wilde o Valle-Inclán era, en efecto, una identidad íntima de vida y obra, entre los principales creadores actuales se trata de una técnica más de marketing que, anacrónicamente, todavía funciona.

     Por otra parte, el prestigio de este modelo creativo en la cultura europea ha sido tan grande que la propia biografía de Baudelaire ha sido reinterpretada para consolidar sus orígenes. Así, el matrimonio de la madre del poeta con el coronel Aupick y la preocupación de ambos por la formación del futuro escritor y la protección de un patrimonio que le hubiera permitido al escritor vivir, como en el caso de Flaubert, por ejemplo, entregado a su literatura, han sido reinterpretados como una cruel conjura contra la libertad del escritor. Igualmente, su sífilis y sus terribles consecuencias físicas, resultado habitual de las relaciones con prostitutas en la época del autor, se consideran una especie de metáfora de la culpabilidad de la propia sociedad para con el escritor inadaptado. Por último, algo que realmente llama la atención, no parece haberse reflexionado apenas sobre la idea elemental de que la marginalidad de Baudelaire en la sociedad francesa es una situación aceptada por el escritor desde el momento en que carece de una solvencia económica que le permita mantener su posición en el interior de esta. Pero no se trata de algo deseado por Baudelaire; por el contrario, él intenta siempre, como después hará Wilde, formar parte de ese mundo hipócrita que se escandaliza de su comportamiento y de sus obras. Baudelaire nunca renuncia a la Francia burguesa, industrializada e imperialista de mediados del siglo XIX: vive en sus márgenes porque, una vez dilapidada su fortuna e incapaz ganar dinero por sí mismo, es lo más cerca que se le permite estar de la única sociedad que para él merece ese nombre, el fantasmal pero irrenunciable París de Napoleón III. Habrá que esperar a otros malditos mucho más radicales como Rimbaud, Gauguin o Stevenson para que el arte europeo del siglo XIX verdaderamente rechace ese mundo burgués del que surge. [E.G.]

 

PRINCIPALES OBRAS

     Las flores del mal (1857, edición ampliada en 1861).

     Pequeños poemas en prosa (1855-1865 en periódicos; edición completa en 1869, póstuma).

     Los paraísos artificiales (1860, ensayo).