LAS 100 MEJORES POESÍAS DE LA LÍRICA EUROPEA

¿QUÉ TENGO YO... de LOPE DE VEGA

 

    TEXTO: Lope de Vega: Lírica, ed. de J. M. Blecua, Madrid, Castalia, 1990, p. 198.

 

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta, cubierto de rocío,

pasas las noches del invierno oscuras?

 

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

 

¡Cuántas veces el ángel me decía:

«Alma, asómate ahora a la ventana,

verás con cuánto amor llamar porfía»!

 

¡Y cuántas, hermosura soberana,

«Mañana le abriremos», respondía,

para lo mismo responder mañana!

 

 

    COMENTARIO: La imagen sobre la que se construye este poema impacta: la divinidad convertida en poco más que un indigente, que mendiga la buena voluntad del hombre, que se permite dejarla a la intemperie, en pleno invierno. ¿Dónde está el Yavhé del Viejo Testamento, destructor de ejércitos y de ciudades, vengador de todas las ofensas, aun inexistentes, celoso de otros dioses, omnipotente, cruel? ¿O ese Alá absoluto, omnisciente e inhumano, ante el que solo cabe Sumisión? El Cristo de Lope es hechura del Jesús crucificado, un pobre hombre, varón de dolores, al que los europeos del siglo XVI se habían acostumbrado a seguir en sus padecimientos camino del Calvario. Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, herederos directos del Kempis holandés, invitaban a visualizar, a identificarse con, esos sufrimientos previos a la Salvación, que conducían a ella. El cristiano podía, así, acercarse a ese dios que había padecido el martirio por nosotros. El dolor y la humillación del Cristo llagado y entumecido a las puertas del hogar de Lope es otro sufrimiento de ese calvario.

    Pero el poema va más allá, porque ese padecimiento, esa entrega, no conmueven al poeta. Su puerta sigue cerrada, el fiel no deja a su dios entrar al abrigo de su hogar, hoy ni mañana. A la humillación del Señor se une el desprecio, la soberbia del siervo. Y, sin embargo, allá dentro, en su resguardo, Lope descubre admirado y avergonzado que Cristo sigue esperando que le abra. El Señor, que podría derribar la puerta, la casa y a su morador en un instante, no ceja en su esperanza de que su criatura reaccione y lo acoja.

    El uso de la alegoría es, en buenas manos, un recurso impagable. La casa, el frío, la puerta, el ángel, todo son metáforas reconocibles e interpretables. Pero la imagen del mendigo aterido resulta mucho más potente que su interpretación. Y junto con la imagen, la habilidad técnica del poeta. De acuerdo con la tradición sonetista castellana, Lope divide su poema en dos bloques básicos, cuartetos y tercetos, divididos a su vez en otros dos, estrofa a estrofa. Los cuartetos presentan la situación, los tercetos recogen el diálogo interno del poeta. Cada cuarteto se sirve de un modelo expresivo distinto: el primero interroga, el poeta pregunta a Cristo por sus intenciones; el segundo, entre exclamaciones, muestra el asombro del escritor por su propia dureza de corazón. El diálogo final entre al ángel y el alma, pone de manifiesto su incapacidad para rectificar. Como toda estructura breve que se precie, el cierre del poema ha de ser impactante y esos dos últimos versos construidos mediante el quiasmo mañana + respondía / responder + mañana lo son.

    Este soneto es el número XVIII, poema 41, de las Rimas Sacras de Lope de Vega, publicadas en 1614, año en el que, muerto su hijo predilecto, Carlos Félix (1612), y su esposa, Juana de Guardo (1613), el poeta decidió cambiar de forma radical su vida y fue ordenado sacerdote. El poema, que es uno de los pocos de la colección que lleva título propio -“El poeta, pecador, confiesa a Jesús la dureza de su corazón”- alude, por lo tanto, a una profunda y sincera preocupación religiosa que atormentaba al autor en esa época de forma acuciante. De hecho, podríamos interpretar su propia ordenación religiosa como una definitiva decisión de abrir la puerta de su corazón a Cristo. Pero al Fénix le quedaban todavía 20 años de vida por delante y aún no había conocido a Marta de Nevares. Y todos sabemos lo que sucedió a partir de 1616, dos años solo después de la publicación de este poema: el amancebamiento del sacerdote consagrado con una mujer casada, el nacimiento ilegítimo de un hijo común, el escándalo público… No somos quién para juzgar la conducta de alguien como Lope, que amó mucho y pecó mucho, pero no nos queda duda alguna acerca de la pesadumbre con la que más de una vez volvería el poeta sobre estos bellísimos versos, y su amarga confianza en que Dios seguía allá fuera, aún en el hielo, siempre a la espera. [E. G.]