LAS 100 MEJORES POESÍAS DE LA LÍRICA EUROPEA

NEGRA SOMBRA  de ROSALÍA DE CASTRO

 

I: TEXTO: Rosalía de Castro: Poesía, Alianza, Madrid, 1986, p. 142. Original en Rosalía de Castro: Follas novas, La Propaganda Literaria, La Habana, 1880.

 

 

Cando penso que te fuches,
negra sombra que me asombras,
ó pé dos meus cabezales
tornas facéndome mofa.


Cando maxino que es ida,
no mesmo sol te me amostras,
i eres a estrela que brila,
i eres o vento que zoa.

Si cantan, es ti que cantas,
si choran, es ti que choras,
i es o marmurio do río
i es a noite i es a aurora.

En todo estás e ti es todo,
pra min i en min mesma moras,
nin me abandonarás nunca,
sombra que sempre me asombras.

 

 

Cuando pienso que te huyes,
negra sombra que me asombras,
al pie de mis cabezales,
tornas haciéndome mofa.

 



Si imagino que te has ido
en el mismo sol te asomas,
y eres la estrella que brilla,
y eres el viento que sopla.




Si cantan tú eres quien canta
si lloran tú eres quien llora
y eres murmullo del río
y eres la noche y la aurora.

 



En todo estás y eres todo,
para mí en mí misma moras,
nunca me abandonarás,
sombra que siempre me ensombras.

Trad.: Juan Ramón Jiménez.

 

 

II: COMENTARIO - En mi diccionario escolar de  gallego , la definición del verbo “asombrar” recoge cuatro acepciones. Anoto aquí las dos últimas, que son las que más me interesan para comentar este poema de Rosalía de Castro: “3. Dar ou facer sombra unha cousa. 4. Sentir admiración por algo que resulta estraño.” No es posible, pues, traducir cumplidamente esta composición al castellano pues la variante “facer sombra” no la admite nuestra lengua, que recurre para ello a un verbo más complejo, “ensombrecer”. Y el caso es que esa sencilla dilogía de una de las palabras centrales del poema entraña la mayor riqueza de este. Tal vez por eso un poeta tan delicado, meticuloso y amante de Rosalía como Juan Ramón Jiménez, en su famosa traducción, que aquí hemos utilizado, recoge las dos posibilidades: en el verso segundo se sirve de la misma palabra que la autora, “asombras”, mientras que para el verso final, cierre precioso, como veremos, del poema, prefiere crear un neologismo, “ensombras”, más cercano al otro significado.

Rosalía dedica este breve y sencillo poema a uno de esos sentimientos tan propios de los románticos, esa insatisfacción íntima que hace penosa la vida diaria del poeta, su estar, sin más, en este mundo. Baudelaire habla del “ennui”, ese “spleen” existencial heredado de la poesía inglesa. En la propia Rosalía lo que predomina es la “saudade”, mucho más que una mera soledad o nostalgia indefinida. El acierto de esta composición es que ese sentimiento, aquí, carece de nombre; es solo una “sombra”, un reflejo oscuro que se desliza de forma inesperada e inevitable sobre la vida y el alma de la poetisa, que anega toda su existencia y se apodera de todo lo que le rodea y de ella misma. Una idea terrible en sí, porque esa sombra asume el papel de la propia luz y del canto, “es a noite, i es a aurora”, porque reside en la propia autora. Ciento cincuenta años después de la redacción del poema, y más aún conociendo como conocemos las amargas circunstancias que rodearon la vida de la principal escritora gallega, no tenemos que esforzarnos mucho para darle un nombre muy actual a esa sombra: “depresión”. Se trata, pues, de algo mucho más profundo, dramático y moderno que el “hastío” tantas veces ortopédico de los románticos. Y por ello es tan interesante el doble valor del verbo “asombrar” en el poema, porque vemos que Rosalía quiere hablarnos no solo de la “sombra” que se cierne sobre ella sino también del “asombro” que producen esas tinieblas que la cercan. Rosalía no insiste en la tristeza o la desesperación que le causa ese sentimiento que se apodera de ella. La escritora apunta sobre todo hacia la “fascinación” que le embarga al asomarse a ese abismo en sombras.

Ese es precisamente el mayor de los problemas de la depresión. La sombra no solo ensombrece el horizonte vital de la persona que la padece, son solo contamina todo el espacio vital en el que se mueve, no solo penetra –en realidad brota de allí- hasta lo más profundo de quien se sume en esa sima profunda, sino que además fascina, atrae, posee a quien se ve allí hundido. El enfermo vive en un mundo nuevo y diferente, oscuro y lamentable, pero donde todo tiene un sentido, una coherencia y una homogeneidad de la que el mundo real, la vida anterior donde siguen viviendo los demás, carecían por completo. Allí se luchaba sin tregua ni éxito contra el dolor; aquí el dolor lo es todo. Allí la angustia era una fiera agazapada detrás de cada esquina; aquí solo hay angustia, puedes contar con ella…

La sombra asombra y ensombrece la vida de Rosalía. Ella lo cuenta sin gestos manidos ni alharacas. Palabras sencillas, sus palabras de siempre –el sol, el viento, el “marmurio do río”- se tiñen de gris como en otro tiempo pudieron brillar en la luz. No hacen falta interjecciones ni gemidos porque la pena envuelve con un manto tan oscuro como protector. Por ello Rosalía recurre a una forma poética sencilla. El poema lo componen dieciséis versos octosílabos con rima asonante y estrofas de cuatro versos, cuatro coplas arromanzadas. La efectividad técnica procede de la sencillez del conjunto: una sola imagen pero acertada, simple y precisa, la “sombra” personificada con la que se puede conversar como con una presencia cercana, tan íntima que forma parte de una misma. En el desarrollo, un par de paralelismos que dan el tono de la lírica tradicional y popular que tanto amaba Rosalía y para el final un par de versos de tono metafísico para elevar el tono meditativo del poema: “pra min i en min mesma moras”. Y de este modo llegamos a la bellísima aliteración final, ese último verso donde Rosalía recupera la idea inicial, uniendo definitivamente sombra y asombro, como el dolor y la escritora que lo padece, en un verso inolvidable: “sombra que sempre me asombras”. [E. G.]