LAS 100 MEJORES POESÍAS DE LA LÍRICA EUROPEA

HOMBRES NECIOS de SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

 

    I: TEXTO:

 

Arguye de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres que en las mujeres acusan lo que causan.

 

Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis:

 

si con ansia sin igual

solicitáis su desdén,

¿por qué queréis que obren bien

si las incitáis al mal?

 

Combatís su resistencia,

y luego con gravedad

decís que fue liviandad

lo que hizo la diligencia.

 

Queréis con presunción necia

hallar a la que buscáis,

para pretendida, Tais,

y en la posesión, Lucrecia.

 

¿Qué humor puede ser más raro

que el que falto de consejo,

él mismo empaña el espejo

y siente que no esté claro?

 

Con el favor y el desdén

tenéis condición igual,

quejándoos, si os tratan mal,

burlándoos, si os quieren bien.

 

Opinión ninguna gana,

pues la que más se recata,

si no os admite, es ingrata

y si os admite, es liviana.

 

Siempre tan necios andáis

que con desigual nivel

a una culpáis por cruel

y a otra por fácil culpáis.

 

¿Pues cómo ha de estar templada

la que vuestro amor pretende,

si la que es ingrata ofende

y la que es fácil enfada?

 

Mas entre el enfado y pena

que vuestro gusto refiere,

bien haya la que no os quiere

y quejaos enhorabuena.

 

Dan vuestras amantes penas

a sus libertades alas,

y después de hacerlas malas

las queréis hallar muy buenas.

 

¿Cuál mayor culpa ha tenido

en una pasión errada,

la que cae de rogada

o el que ruega de caído?

 

¿O cuál es más de culpar,

aunque cualquiera mal haga:

la que peca por la paga

o el que paga por pecar?

 

Pues ¿para qué os espantáis

de la culpa que tenéis?

Queredlas cual las hacéis

o hacedlas cual las buscáis.

 

Dejad de solicitar

y después con más razón

acusaréis la afición

de la que os fuere a rogar.

 

Bien con muchas armas fundo

que lidia vuestra arrogancia,

pues en promesa e instancia

juntáis diablo, carne y mundo.

 

    COMENTARIO: Juana Inés de Asbaje vivió durante 25 años, desde los 19 hasta su muerte en 1695 a los 45, como monja profesa, con el nombre de Juana Inés de la Cruz, en el convento jerónimo de la ciudad de México, capital del virreinato de Nueva España. Su prestigio descansa desde entonces en cuatro peculiaridades que la individualizan en la historia de la literatura europea de todos los tiempos: mujer, religiosa, autodidacta e hispanoamericana. Ninguno de estos rasgos debería ser motivo de prestigio en sí mismo pero todos ellos identifican en este caso a una escritora única incluso hoy.

    Como mujer, Juana Inés de Asbaje se vio obligada a moverse en ambientes masculinos que, si bien la toleraban como rareza, también le marcaron unos límites inexistentes para hombres en su misma situación. La censura contra esta “preciosa ridícula” fue aún más implacable por tratarse de una mujer independiente capaz, como en este poema, de censurar la hipocresía machista tradicional de la sociedad de su tiempo.

    Como religiosa, Sor Juana Inés hubo de procurar no salirse del ámbito tolerado a unas mujeres a las que se quería recluidas al estricto servicio de Dios y sometidas al mayor saber espiritual de los varones. Con todo, la vida religiosa de Sor Juana Inés no parece haber sido diferente de la mayoría de las mujeres de su tiempo, profesas o no, y la condición de sus tocas no resulta demasiado relevante en el ámbito de su literatura. La intencionalidad moral del poema que comentamos poco tiene que ver con dogma religioso alguno y mucho con la lectura de los poetas satíricos latinos y con la poesía burlesca de la época. Sor Juana Inés fue una escritora profesa no una monja literata.

    En cuanto a su formación, como en el caso de Lope de Vega o de Shakespeare, la obra de Sor Juana surge de la curiosidad innata y voraz por la literatura y los libros. Juana Inés lee, aprende, reflexiona, comenta, disputa y crea. No hay enseñanza reglada detrás de sus obras sino pasión por la creación literaria y necesidad de escribir. En una cultura devota de los grandes comentadores y de las normas de la Antigüedad, esta monja autodidacta crea a partir de las lecturas de su celda, de las bibliotecas de sus patronos, de sus propios gustos lectores.

    Y todo eso lo hace en una de las más lejanas periferias de Europa, en los territorios colonizados de Centroamérica que hoy en día se llaman México. La sociedad en la que se mueve es europea, por supuesto, pero de segunda mano. No hay allí grandes creadores originales, aunque se desarrollan, con el correspondiente retraso, todos los modelos artísticos de Europa. El barroco de la Nueva España es el barroco de España distorsionado por la lejanía que el tiempo y el espacio imponen. Podemos hablar de al menos tres décadas, entre esta mujer que escribe autos sacramentales calderonianos, epopeyas gongorinas o sátiras quevedescas y sus modelos peninsulares. Son los virreyes, los nobles y la jerarquía eclesiástica que llega desde el continente europeo los que se sienten orgullosos de hallar allí, donde no lo esperaban, un eco del mundo que habían dejado en España y al que esperan regresar cuanto antes. Un orgullo doble, incluso, cuando son ellos mismos los que lo promueven.

    ¿Fueron capaces de entender, sin embargo, que la discípula había llegado a superar a sus maestros? Tal vez sí, y por ello facilitaron la publicación de sus obras a este lado del Atlántico. Porque ninguna otra mujer religiosa autodidacta pero tampoco ningún hombre seglar universitario de la segunda mitad del siglo XVII fue capaz de escribir en España una epopeya gongorina como Primero Sueño ni una sátira costumbrista quevedesca como estas redondillas. Desde el tan gratuito como sorprendente juego “acusáis / causáis” del título hasta la tópica trilogía del “diablo, carne y mundo” final, todo el poema es un prodigio lingüístico al servicio de una crítica tan inusual entonces como pertinente ahora. Los juegos de palabra del tipo “la que peca por la paga / o el que paga por pecar”, las antítesis más o menos elementales como “y después de hacerlas malas / las queréis hallar muy buenas”, las interrogaciones retóricas de las estrofas finales, las alusiones cultistas estandarizadas -“para pretendida, Tais, / y en la posesión, Lucrecia”- o los quiasmos del tipo “a una culpáis por cruel / y a otra por fácil culpáis” responden a las técnicas retóricas más habituales de la poesía barroca de la primera mitad del siglo XVII. El contenido, sin embargo, esa decidida sátira de la hipocresía masculina que relega a la mujer a una posición defensiva y vulnerable y arroja sobre sus hombros el peso de una moralidad asfixiante impuesta por el enemigo, eso no es posible hallarlo en ningún otro poeta renacentista o barroco, español o extranjero, en el continente o en cualquiera de sus colonias, antes del siglo XX.

    En su lejano reducto mexicano, al tiempo que otros le ofrecían la posibilidad de lucirse como un prodigio circense, Sor Juana Inés supo hacerse inmortal por sí misma. [E. G.]