LAS 100 MEJORES POESÍAS DE LA LÍRICA EUROPEA

EL INVIERNO de PIETRO METASTASIO

 

        I: TEXTO - Poesie e cantate profane di Pietro Metastasio, Venecia, 1795, ps. 16-18.

 

L’inverno ovvero La provvida pastorella

 

Perché, compagne amate,

Perché tanto stupor? Che avvenne al fine?

Il verno ritornò! Grande, inudito

Veramente è il disastro: e non potea

Prevedersi da noi. Deh un tal portento

D'esagerar cessate. Al guardo mio

Forse esposto non è? Nol veggo anch'io?

So che il bosco, il monte, il prato

Non han più che un solo aspetto:

Che gelato il ruscelletto

Fra le sponde è prigionier.

Dal rigor del freddo polo

Sento anch'io qual aura spiri:

So che agghiacciano i respiri

Su le labbra al passaggier.

Ma che perciò? Ne' miei tiepidi alberghi,

A dispetto del verno, aure temprate

Forse non respirate? Ad onta forse

Dell'avaro terreno, i fiori, i frutti

Delle stagion più liete

Qui abbondar non vedete? E se tremate

Nelle vostre capanne, e se di tutto

Là soffrite difetto,

Ne ha colpa il verno? Alle stagioni amiche

Perché non imitarmi? Allor che intesa

Er'io d'aridi rami a far tesoro,

Sul faggio e su l'alloro

Ad incider perché di Tirsi il nome

Perdeva i dì la spensierata Irene?

Dalle campagne amene al mio soggiorno

Quand'io facea ritorno

Di grappoli e di pomi onusta il seno,

Perché del suo Fileno

Nice di selva in selva

Correa gelosa ad esplorare i passi?

Quando provvida io trassi

A' miei tetti le spiche in fasci unite,

Su le sponde fiorite

D'ombroso stagno a che d'Elpino al fianco

I pesci Egle insidiar ne' lor ricetti?

Di cure sì diverse ecco gli effetti.

Non v'insulto, o compagne: anzi alla vostra

Negligenza degg'io tutto il più caro

Frutto de' miei sudori,

Ch'è il piacer di giovarvi. Oh me felice!

Se l'istesso amor mio, che or vi difende,

Pròvvide ancora in avvenir vi rende.

Chi vuol goder l'aprile

Nella stagion severa,

Rammenti in primavera

Che il verno tornerà.

Per chi fedel seconda

Così prudente stile,

Ogni stagione abbonda

De' doni che non ha.

 

 

 

El invierno o la próvida pastorcita

 

 

 

Compañeras queridas,

¿Qué os tiene sorprehendidas?

¿Qué pues ha sucedido?

El invierno llegó, ¡triste desgracia!

¡Daño jamás oído!

De evitar imposible.

Mas hacedme la gracia

De no pintarle en tanto grado horrible,

¿Acaso oculto viene de mis ojos?

¿No puede a mí también causarme enojos?

Yo bien sé que ha quedado

De árido parecer el monte y prado,

Sé que el manso arroyuelo

La helada ha sujetado contra el suelo,

Y hasta yo misma siento

Del rigoroso Polo el viento frío,

Que al triste caminante logra impío

Helar entre los labios el aliento;

Pero ¿qué importa? Nada.

¿No gozáis, a pesar del duro invierno,

Ayre templado en mi mansión templada?

¿No tenéis, pues, la flor, y el fruto tierno

En mi choza abundoso,

Qual suele en la estación de la alegría?

Y si tan rigoroso,

En la cabaña fría

Temblar os hace el tiempo, y tan escasa

De víveres tenéis la humilde casa,

¿El invierno será de esto culpado?

No ciertamente: hubierais imitado

La afanosa codicia

Con que produce en la estación propicia

De secas ramas próvido tesoro,

En tanto que de Irene la tarea,

Desprovista de juicio, y de decoro,

Era de esculpir en el laurel y el haya

De su querido Tirsi el nombre amable;

Y quando desde el campo deleytable

Iba yo hasta mi choza recogiendo

Quantas ubas y peras viendo;

¿Por qué Nice zelosa

De selva en selva umbrosa

Siguiendo iba los pasos de Fileno?

Y quando à mi terreno

Llevaba yo prudente el haz de espiga,

¿Por qué junto de Elpino su Egla, amiga,

Del estanque á las márgenes estaba,

Y los tímidos peces inquietaba?

A diverso afanar, diverso fruto.

No quiero avergonzaros,

Pues sabed que disfruto,

Por vuestra negligencia el de ayudaros,

Que es el mayor contento y alegría

Que mi sudor produxo al alma mía.

¡O mil veces dichosa,

Si logro con amor tan expresivo,

Ver que en lo sucesivo

De vosotras ninguna es perezosa!

Quien disfrutar quisiere

En la cruda estación la primavera,

Lo que en invierno hiciera

Hecho lo tenga quando en él se viere.

Pues aquel que constante

Con tal prudencia vive,

Cada estación recibe

De lo que ella no dá, fruto abundante.

 

 

Trad.: Manuel Rincón.

 

 

 

 

 

 

 

        II - COMENTARIO: En una escena memorable de Los lunes al sol Javier Bardem le lee al niño de la casa la  fábula  de La cigarra y la hormiga para que vaya cogiendo el sueño. El guion quiere que el protagonista desconozca el cuento y su desenlace, por lo que al leer que a la cigarra la dejan tirada en la calle en el puro invierno salta indignado: “¡La hormiga esta es una hija de la gran puta y una especuladora!”. Sin duda, para ese trabajador en paro de los astilleros de Vigo que no ve manera de volver a ganarse la vida, habría sido mucho más apropiado como lectura infantil este poema del poeta y compositor italiano Pietro Metastasio, en el que la “próvida” pastora protagonista se alegra de poder ayudar a pasar el invierno a sus tres compañeras que en vez de trabajar habían dedicado sus ocios veraniegos al ligoteo.

    De hecho, más aún que lo que el propio poema dice, llama la atención la ausencia de cualquier referencia en estos versos, siquiera indirecta, a esa fábula tan conocida desde la Antigüedad, sobre todo porque el ambiente que recrea el poeta es voluntaria y claramente clasicista, “arcádico” sería la palabra. Lo son de una forma evidente los nombres de los personajes, tanto femeninos -Irene, Nice, Egle- como masculinos -Tirsi, Fileno, Elpino-, y lo es igualmente la propia escenografía pastoril, heredada, después de un milenio de lecturas y varios renacimientos culturales, de las églogas de Teócrito, Virgilio, Petrarca, Sannazaro…, y el tipo de lenguaje y de versificación, ajustada a los cánones que presidían la lírica culta europea desde los tiempos de Dante.

    La poesía de Pietro Metastasio, hoy prácticamente desconocida fuera de los círculos más especializados de la música clásica vocal, tiene para nosotros, como bien reflejan estos versos, un valor literario muy limitado y difícil de juzgar desde nuestra sensibilidad moderna. Y, sin embargo, poemas como este, una “cantata” compuesta en 1760 para María Cristina, archiduquesa de Austria, gozaron en su época de un éxito inmenso que se hace imprescindible subrayar para justificar su presencia en esta Antología. Metastasio fue un niño prodigio, a la manera de Mozart, a principios del siglo XVIII y un joven mimado y solicitado por todas las grandes figuras de la música vocal de la época –Albinoni, Marcello, Haendel, Gluck, Vivaldi, Pergolesi, Scarlatti...- tanto en su Roma natal como en la Viena imperial a donde se trasladó en su plena madurez, con 32 años, y donde vivió el resto de su vida. Compositores y cantantes se disputaban sus poemas para musicarlos e interpretarlos; sus libretos de ópera, redactados a veces en unas pocas semanas, se convertían una y otra vez en estrenos teatrales de inmenso éxito; las ediciones de sus obras se sucedían sin pausa; incluso tras su muerte en 1782, sus textos seguían siendo la base de grandes obras de la lírica mundial como La clemenza di Tito, del propio Mozart, subida a la escena de Praga en 1791.

    Por todo ello, el éxito de la poesía y el propio éxito personal del poeta a lo largo de todo el siglo XVIII exige una profunda reflexión a los historiadores y a los filólogos acerca de lo que supuso el triunfo de la Revolución Francesa y los cambios en el gusto artístico que se produjeron tras ella en la cultura europea. La secuencia de ediciones de los libretos para ópera de Metastasio, por ejemplo, desde la Didone abandonata con música de Albinoni, publicada en Venecia en 1724 hasta la reedición de la misma obra en Nápoles en 1825 con música de Mercadante, cien años de éxito ininterrumpido, nos permite hacernos una idea aproximada de ese cambio radical en el gusto. Estamos hablando de decenas de ediciones de obras en italiano publicadas en Roma, Venecia, Florencia y Nápoles, pero también en Viena, Munich o Londres, a lo largo de todo el siglo XVIII, además de representaciones de esas mismas piezas en todas las grandes capitales de Europa desde Lisboa a San Petersburgo, pasando por Madrid, París, Dresde...

    Pero, de repente, tras las Guerras Napoleónicas, esta larga secuencia se corta de forma abrupta y a lo largo del XIX Metastasio prácticamente desaparece del horizonte cultural europeo, incluso en su propia Italia natal. Todo lo que en su momento daba atractivo a una obra como la que comentamos aquí, los metros clásicos -una silva de endecasílabos y heptasílabos con rima ocasional-, la convencional escenografía pastoril, la antroponimia griega, la retórica didáctica, la elegancia del estilo, la pleitesía a los modelos… todo queda relegado al olvido, es considerado anticuado y caduco, propio de otros tiempos sobrepasados y carente del auténtico hálito de la poesía, la expresión sincera y furiosa de la intimidad más profunda del poeta, la originalidad creativa, la ruptura de las convenciones…

    Este “Invierno” de Metastasio nos ofrece un tipo de poesía que hoy podemos denominar a- e incluso anti-romántica, en el sentido de que no hallaremos en él ninguna referencia íntima del poeta. Todo se ajusta de manera precisa a cánones sobre los que el autor no solo no ejerce ninguna fuerza sino que se precia de ceñirse a ellos de una forma impersonal que en su momento, además, se consideró exquisita. Hoy, sin embargo, vivimos todavía al rebufo de la sensibilidad romántica y un poema como el de esta improbable pastorcilla industriosa y bonachona solo puede parecernos una curiosidad pintoresca e irrelevante de otras épocas felizmente pasadas. Pese a ello, quede aquí constancia de que hubo un tiempo en el que a nuestros antepasados les volvía locos un castrato como Farinelli cantando estos ingenuos versos de un poeta llamado Pietro Traspassi, al que hasta le habían traducido su apellido al latín para llamarlo Metastasio. [E. G.]