LAS 100 MEJORES POESÍAS DE LA LÍRICA EUROPEA

EL INFINITO de GIACOMO LEOPARDI

 

    I – TEXTO: Giacomo Leopardi - Canti, Bari, Laterza, 1917, p. 49.

 

XII - L’INFINITO

 

Sempre caro mi fu quest’ermo colle,

E questa siepe, che da tanta parte

Dell’ultimo orizzonte il guardo esclude.

Ma sedendo e rimirando, interminati

Spazi di là da quella, e sovrumani

Silenzi, e profondissima quiete

Io nel pensier mi fingo, ove per poco

Il cor non si spaura. E come il vento

Odo stormir tra queste piante, io quello

Infinito silenzio a questa voce

Vo comparando: e mi sovvien l’eterno,

E le morte stagioni, e la presente

E viva, e il suon di lei. Così tra questa

Immensità s’annega il pensier mio:

E il naufragar m’è dolce in questo mare.

XII: EL INFINITO

 

Siempre cara me fuiste, yerma cumbre,

y esta espesura, que a los ojos roba

tanta parte del último horizonte.

Sentado aquí y mirando, interminables

espacios a lo lejos, sobrehumanos

silencios y una calma profundísima

en el pensar me finjo; y poco falta

para que tiemble el corazón. Y oyendo

silbar el viento entre las frondas, voy

comparando esta voz a aquel silencio

infinito; en lo eterno pienso entonces,

en la muerta estación y en la presente,

viviente y rumorosa. Y así en esta

inmensidad se anega el pensar mío,

y el naufragar me es dulce en este mar.

Trad.: Miguel Romero Martínez.

 

    II – COMENTARIO: El poeta romántico, igual que identifica el “mal du siècle”, el hastío, la insatisfacción vital de quien necesita algo, no sabe qué, incapaz de satisfacerlo, idea también su antídoto, la comunión con la Naturaleza, el primero de los muchos dioses creados por Europa tras la muerte de Dios.

    Buena parte de la lírica europea, de san Juan de la Cruz a Angelus Silesius, venía recogiendo desde la Baja Edad Media en el ámbito de la lírica esa identificación íntima, mística, con la divinidad, en ese momento presupuesto innegociable de estos religiosos. El desarrollo de nuevas corrientes espirituales a lo largo del siglo XVIII, el deísmo, el panteísmo, el agnosticismo, el ateísmo finalmente, y, en un contexto paralelo, la pasión por la naturaleza y su descubrimiento como materia literaria por el primer Romanticismo, facilitaron la creación de un nuevo “misticismo” pagano, que proyecta la desazón del poeta y su exigencia de inmensidades sobre la totalidad del Universo.

    Como sucede en la típica contradicción mística del alma humana, tan miserable, emparejándose a la inmensidad inconcebible de Dios, en este poema de Leopardi, la visión de la naturaleza desde el collado donde se encuentra el autor, le permite al mínimo y dolorido poeta de Recanati tener la sensación de formar parte, de vivir dentro, de la poderosa e inabarcable inmensidad cósmica.

    Hay dos aspectos puntuales en este poema que permiten ver con cierto detalle en qué medida esta aparentemente nueva visión de la Naturaleza y de la relación del hombre con ella se construye en la poesía de un romántico como Leopardi como un mero desarrollo de las características más elementales de la poesía mística de la Edad Moderna. Por un lado está la visión de una naturaleza caracterizada a través de sus carencias; por otra, la anulación de la individualidad del poeta en esa comunión con el infinito.

    En cuanto a lo primero, resulta significativo que Leopardi describa el paisaje natural que lo rodea con rasgos negativos como “yerma colina” o “estaciones muertas”. El poeta resalta la “quietud” y el “silencio” que lo rodea. No se nos ofrece una naturaleza verde y florida o un universo gozoso o exhuberante, como acaso podríamos esperar. Ni siquiera, dentro de otra tradición romántica, la visión de la naturaleza se presenta de una forma estremededora, poderosa o apabullante. Por el contrario, el Universo se identifica por lo que no tiene, desprovisto de ornamentos y casi de realidad. Predomina en él la ausencia -quitando acaso ese “viento” que nos recuerda tanto a la brisa en la que Elías reconoció al Señor-, igual que en la “noche oscura” de San Juan o en la divinidad mística de Silesius, esa inmensa oquedad donde el Todo se diluye en la Nada.

    Por otro lado, los dos últimos versos del poema remiten también, incluso con el propio vocabulario, a la idea central del misticismo cristiano: la disolución del alma del creyente en contacto con la inmensidad de Dios. Las metáforas marinas de Leopardi, “ahogarse” o “naufragar”, recuerdan el vocabulario más típico de ese tipo de poesía religiosa y este concepto de la suprema disolución de la individualidad humana al contacto, aquí, con la gran infinitud del Universo, es casi un lugar común, trasladándolo a Dios, entre los místicos a los que nos venimos refiriendo.

    La originalidad de este poema de Leopardi no es, por lo tanto, el tipo de concepción poética que presenta ni la retórica utilizada, heredadas ambas de una corriente de literatura mística bien asentada en la lírica europea anterior. La gran novedad del poeta romántico es que ese impulso místico aquí no tiene como destinatario a ningún dios, ni cristiano ni de ningún otro tipo, ni siquiera admite una interpretación panteísta, sino que remite de una forma muy novedosa tan solo a la relación del poeta con la Naturaleza, entendida esta meramente como el universo material.

    Leopardi recorta la proyección de sus anhelos y prescinde de cualquier ser espiritual como objeto de ellos, conseguiendo, sin embargo, la misma plenitud o disolución anímica que predicaban los místicos. El Universo sustituye limpiamente a Dios y el poeta manifiesta la misma sensación de unidad y de cumplimiento que si estuviera hablando de Él. Los anhelos son los mismos, la satisfacción también, la misma la soledad y el silencio, idéntica la sensación de disolución y negación..., pero no hay necesidad de un Ser creador y rector al que vincularse. El ser humano forma parte de la Naturaleza y su destino último es encontarse con ella, sentirla en toda su grandeza, ser apabullado por ella. No hay alma ni hay Dios. La Naturaleza es el nuevo dios. [E. G.]