LAS 100 MEJORES POESÍAS DE LA LÍRICA EUROPEA

BALADA DE LOS AHORCADOS de FRANÇOIS VILLON

 

      I: TEXTO -

 

La Ballade des pendus

 

Frères humains qui après nous vivez

N'ayez les coeurs contre nous endurciz,

Car, ce pitié de nous pauvres avez,

Dieu en aura plus tost de vous merciz.

Vous nous voyez ci, attachés cinq, six

Quant de la chair, que trop avons nourrie,

Elle est piéca devorée et pourrie,

Et nous les os, devenons cendre et pouldre.

De nostre mal personne ne s'en rie:

Mais priez Dieu que tous nous veuille absouldre!

 

Se frères vous clamons, pas n'en devez

Avoir desdain, quoy que fusmes occiz

Par justice. Toutefois, vous savez

Que tous hommes n'ont pas le sens rassiz;

Excusez nous, puis que sommes transsis,

Envers le filz de la Vierge Marie,

Que sa grâce ne soit pour nous tarie,

Nous préservant de l'infernale fouldre

Nous sommes mors, ame ne nous harie;

Mais priez Dieu que tous nous vueille absouldre!

 

La pluye nous a débuez et lavez,

Et le soleil desséchez et noirciz:

Pies, corbeaulx nous ont les yeulx cavez

Et arraché la barbe et les sourciz.

Jamais nul temps nous ne sommes assis;

Puis ca, puis là, comme le vent varie,

A son plaisir sans cesser nous charie,

Plus becquetez d'oiseaulx que dez à couldre.

Ne soyez donc de nostre confrarie;

Mais priez Dieu que tous nous vueille absouldre!

 

Prince Jhésus, qui sur tous a maistrie,

Garde qu'Enfer n'ait de nous seigneurie:

A luy n'avons que faire ne que souldre.

Hommes, icy n'a point de mocquerie;

Mais priez Dieu que tous nous vueille absouldre!

 

 

Balada de los ahorcados

 

Hermanos humanos que después de nosotros vivís,

No tengáis contra nosotros los corazones endurecidos,

Pues, si piedad tenéis de nosotros, pobres,

Dios tendrá antes de vosotros misericordia.

Vosotros nos veis aquí atados, cinco, seis:

En cuanto a la carne, que excesivamente hemos nutrido,

Ha tiempo que está devorada y podrida,

Y nosotros, los huesos, nos tornamos ceniza y polvo.

De nuestro mal nadie se ría:

¡Pero rogad a Dios que a todos nos quiera absolver!

 

Si hermanos os llamamos, no debéis

Tener desdén, por más que fuimos muertos

Por Justicia. Sin embargo, sabed

Que todos los hombres no tienen sentada la sensatez,

Perdonadnos, puesto que hemos partido

Hacia el hijo de la Virgen María,

Que su gracia no esté para nosotros agotada,

Preservándonos del infernal rayo.

Estamos muertos, que nadie nos atormente;

¡Pero rogad a Dios que a todos nos quiera absolver!

 

La lluvia nos ha bañado y lavado,

Y el sol, desecado y ennegrecido:

Urracas y cuervos nos han socavado los ojos

Y arrancado la barba y las cejas.

Jamás, en ningún instante, estamos quietos;

Hacia aquí, hacia allá, según varía el viento,

A su antojo, sin cesar nos mueve,

Más picoteados de pájaros que dedales de coser.

No seáis, pues, de nuestra cofradía;

¡Pero rogad a Dios que a todos nos quiera absolver!

 

Príncipe Jesús, que sobre todos tienes poder,

Cuida que el Infierno tenga señorío en nosotros:

Que no tengamos que hacer con él, ni pagarle.

Hombres, aquí no hay broma;

¡Pero rogad a Dios que a todos nos quiera absolver!

 

Versión José Francisco Robles

 

 

     II: COMENTARIO – Por más que pensemos en un poema como una obra de arte pura y autónoma, con valores inherentes al propio texto, al margen de circunstancias exteriores como la biografía del autor, el contexto en que se escribió o cualquier otro tipo de apreciaciones extralingüísticas, parece imposible desprender de este famosísimo poema de François Villon el dato añadido de que su autor lo escribiera en la cárcel mientras esperaba para ser ahorcado él mismo. Incluso si lo consideramos una mera leyenda literaria.

    El lector proyecta sobre el poema, durante la lectura, todos sus conocimientos igual que sus sentimientos personales, sus gustos, sus limitaciones, su sensibilidad… Y construye con todos estos elementos su interpretación personal. No existe un lector neutro, impermeable a todo lo que no sea el propio texto. Y cualquier persona que se acerque a este poema francés de mediados del siglo XV llevará consigo, casi con seguridad, los datos consabidos sobre la vida del poeta que propician esa lectura autobiográfica. Que, por el contrario, este poema pudo ser escrito en Blois mientras su autor triunfaba en una de las fiestas literarias del Duque de Orleans no es discutible; que los valores técnicos y estéticos de la composición también pueden ser analizados pasando por alto la biografía de Villon, tampoco. Que la lectura resultaría ridícula en un caso y empobrecedora en otro, menos todavía.

    Como lectores es normal que prefiramos, aunque es fácil que nos equivoquemos, imaginarnos a Villon tirado en las pajas de una de las celdas comunitarias del Grand Châtelet de París, dando por perdido su recurso de súplica, la noche antes de su ejecución, viéndose a sí mismo estrangulado y colgando de una soga junto a sus compañeros de fechorías. ¡Qué instante para componer un auténtico testamento, no uno de burlas riéndoles las gracias a la gentuza con la que le gustaba codearse, sino un réquiem auténtico por sí mismo: “Rezad por mí, gentes de París, apiadaos de mi alma”!

    Hay técnicas de meditación, mucho más antiguas que este poema, que invitan y ayudan a proyectar imágenes de un futuro ineludible que preparen nuestro espíritu para lo que ha de llegar: el tiempo, pasado ya, después de lo que tanto anhelábamos y resultó tan fugaz, la casa, ahora tan ajetreada, vacía de hijos y de ilusiones; incluso imaginarse muerto y frío para siempre entre las tablas del ataúd. No se pretende idealizar de acuerdo con nuestros deseos un futuro de esperanzas sino aceptar la marcha inevitable de la vida, que tan poco respeto suele tener por nuestros deseos. Villon proyecta su futuro inmediato en estos versos. Hace solo unos días ha sido ajusticiado y su cuerpo cuelga aún de la soga donde a los criminales se les deja expuestos para dar ejemplo. Hay un profundo sentimiento religioso en la primera mitad del poema: el cristiano que en el último momento de su vida terrenal suplica a sus hermanos en el Señor que intercedan por su alma. Pero la última estrofa, sobre todo, es tan solo horrible y busca la mueca de asco del lector: lavado por la lluvia y reseco por el sol, los cuervos le han arrancado los ojos y el viento bambolea su cuerpo de pelele. ¡Ese es él, François Villon, un hombre que hubiera podido triunfar en cualquier corte con sus poemas!

    En realidad, no creo que Villon escribiera estos versos en la cárcel. La técnica compositiva de las estrofas es demasiado depurada, la precisión y el respeto por las reglas de la balada requieren un tiempo de reflexión y una concentración que aquel preso no tenía; sí creo que allí, en las sombras de su celda compartida con otros miserables como él, Villon se vio a sí mismo escribiendo su poema, el poema que debería componer un verdadero poeta si él lo fuera; creo que, aunque sin duda nunca perdió la esperanza del perdón, le satisfizo de una oscura manera a lo largo de esas duras horas imaginarse a sí mismo, llegado al verdadero extremo, ahorcado ya y comido por los cuervos, impedido incluso, en realidad, de pedir una mísera oración por su alma. Sin duda no escribió el poema allí, esa noche, pero supo que era su única futura obligación escribirlo.

    Uno de los misterios de la literatura europea es qué fue de François Villon tras librarse en aquel mes de enero de 1463 de la horca. No nos ha llegado ni una sola referencia suya posterior, como no la habría habido si esa madrugada hubiera muerto. ¿Dónde y de qué vivió durante cuánto tiempo? ¿Con qué nombre? No tenemos ningún dato al respecto por lo que cualquier reconstrucción es igual de improbable. Yo me imagino a Villón durante largos años trabajando en una oscura oficina de abogados lejos de París, lejos de donde pudiera alguien conocerle, protegido por un nuevo nombre, acaso el suyo propio, que desconocemos. No volvió a escribir jamás ni un solo verso porque ya había escrito el último y años después, cuando un juglar de paso recita en la plaza su ya famosa Balada, se asombra de que alguien haya compuesto algo semejante, olvidado de que ese poema es suyo, escrito por un hombre que ya no existe, un cadáver al que ya hace mucho que los cuervos le sacaron los ojos. [E. G.]